SIN MIEDO MÁS POR SENTIR
A mis 20 años me sentía muy solo
Me sentaba en las gradas de los parques
Y las horas tenían una extraña forma de ser eternas
No como las que conocería décadas después en el amor
Cuando las muchachas me hicieron sentir la verdadera eternidad: dos
cuerpos amándose y tomando consciencia que el tiempo debía ser sólo eso: placer
y hacer el amor para siempre.
A mis 20 años, tomaba todos los libros que podía
Los leía uno tras de otro
Y sólo me perturbaban más
Me hacían sentir más solo
Los testimonios de los maestros de la literatura eran enfermos
Los dejaba a la mitad
¿No había historia feliz que entretuviera?
El cine clásico era una hora y media de depresión
De desengaño del mundo
De no querer volver a ver películas obligadas
Pero no había más qué hacer
Nadie para conversar
Muchachas para reír
Para ser feliz
6 de la tarde y sin saber qué más hacer
Me dirigía al cine club de la universidad
Con la esperanza de hallar una buena película
Pero el drama de la vida y sus tragedias eran el único guion que sabían
exponer
Y también me levantaba de los asientos a mitad de éstas
No podía soportar sobre mi soledad, tanta función donde nadie sabía qué
hacer con sus vidas
Y fueron décadas
Donde todas las noches llegaba a casa para destrozar por furia, las
Remington o las Olivetti
También buscaba dentro de mí algo que valiera la pena
Para terminar de escribir, dejando las teclas de las máquinas de
escribir rotas, sin nada bueno haber escrito
Ni siquiera hallaba dentro de mí lo que buscaba
Esos maestros que pretendían ser sabios
Y querían enseñar cómo vivir
Fracasaron conmigo
-pastillas con efectos extrapiramidales recetadas por el psiquiatra-
-me repetía que no era el único que sentía eso en mi generación-
-eso lo sé recién ahora, aún tengo amigos de esos entonces que siguen
sin saber por qué viven, al hecho de haber vivido, ser padres de familia y,
tener estudios superiores-
Era alguien a quien la iba le enseñaría el arte del silencio, la soledad
y otros rituales que nadie entiende ni soporta.
A los 20 años, sentarse en las gradas de los parques, desesperado por no
tener con quién acompañarme, no sabía qué hacer. Los segundos eran largos,
insoportablemente largos, como para enloquecer. Esperaba un milagro, que
alguien me hablara. En otras noches, el tiempo fue veloz, un enemigo mío cuando
fui feliz y amé: siempre miraba el reloj de la pared y no hallaba relación en
su velocidad y mi felicidad, en que la medianoche llegaba en segundos, para
después de hacer el amor, retornara a mi casa, sin entender los fenómenos del
tiempo.
Es cierto que tocaba puertas tras puertas de amigos, sólo para sentir la
compañía de alguien. Es cierto que leí desde entonces un libro diario para
tener una conversación interesante. Es cierto que aún hoy, hay noches en que
marco números de celulares que sólo a veces contestan.
Creo que por esa razón llevo décadas estudiando. El estudio distrae mis pensamientos.
No preguntas ni pensamientos impuestos por otros, sólo contemplar la tragedia
humana.
Llegué a mis 53 años para conquistar la paz y el silencio, sin necesitar
del afecto de mujeres, sin ser un ermitaño, tampoco alguien que se haya vuelto
malo. Simplemente me cansé de la locura de las personas. Alguien cuerdo no
podía encajar en un mundo donde desde que existe el hombre, todos se matan por
el poder, por el dinero o por el dios que fuera. No creo que alguna vez el ser
humano fuera feliz. Contemplo la Bella Época, a finales del siglo XIX, en pleno
desarrollo de la Revolución Industrial, cuando se pensó que nada más se podía
inventar por la humanidad, la Bella Época, pienso, mientras sé que décadas
después, habría una gran guerra mundial en todo el orbe. También en la Bella
Época estuvieron equivocados, como en todo lo largo de la historia humana. No pues,
en un mundo de locos, no podía tener espacio alguien que pensaba diferente.
Cuando me llaman a mi celular, solo escucho historias tristes y, cuando
hablamos de mujeres, las historias se hacen más truculentas. ¿Sabe una niña de
5 años que ya piensa que un día será una anciana sin dientes que estará llena
de maldad y sólo espera la muerte?
La belleza en la mujer, el poder en el varón, cosas tan efímeras.
Un día mandé al carajo al amor y le hice el amor a miles de muchachas
que sólo querían placer. Un día dejé de preocuparme por mi soledad y la
soledad. Un día de pronto leí con compasión los libros y a los autores. Un día
de pronto comprendí la naturaleza del homo sapiens y dejé de preocuparme de
todo. La desesperación me convirtió en alguien que aprendió a superarla y
derrotarla, alguien que empezó a no necesitar de las demás personas, alguien
que se sienta en la puerta de su apartamento y sólo tiene palabras amables para
las personas que me saludan sin que les conozca.
Un día dejó de ser pesado el tiempo para mí, un día empecé a escribir
realmente como si hubiera mucho dentro de mí, para al releerme, sentirme
orgulloso de mi mundo interior.
Un día no me preocupó el amor ni la competencia, ni el dinero ni la
gente que no sabe qué hacer con sus vidas, al hecho de haber pasado mucho por
ello.
Una hora plácida como ahora, me senté a escribir esclarecidamente sobre
lo que somos viendo hacia atrás esos 20 años donde no sé si injusta u
obligadamente, tuve que fortalecerme entre la soledad, la desesperación y la
angustia, además de las pastillas que en esos entonces me producían efectos
extrapiramidales, ¿sabes qué es eso?
Una hora plácida como ahora, a mis 53 años, me senté a escribir con
satisfacción como si tuviera mucho qué decir y, en este instante, al mirar
atrás, sé que no hubo nadie que la pasara bien, salvo que, en ese entonces, no
quisieron confesármelo.
Tampoco afirmo que valió la pena, no elegiría pasar por todo ello otra
vez, mejor dicho, nadie elije experiencias lejanas a lo escritos.
Seguramente alguien lucha contra muchas cosas y aún no sabe, esto es
global y pasa con todas las personas del mundo y, seguramente, dentro del
egoísmo de las personas, tampoco se lo han confesado.
Enciendo un cigarrillo y sé que habría sido peor si me hubiera casado y
tenido hijos. Me he quedado con mis escritos después de muchos fines del mundo.
He visto pasar a muchas personas de quienes ahora no sé nada. Veo siendo
ancianos a los que fueron los iconos de mi generación.
Sólo espero la noche y su penumbra, su silencio, mi quietud y dulce
estar solo, mientras una sonrisa sale de mi rostro en medio de todo lo oscuro,
porque sé, ya no hay más mentiras por conocer, sólo largas horas donde la noche
reina, sin que el miedo exista.
Comentarios