LA LEYENDA NEGRA DE LOS LIBROS
Toda la vida de esa manera,
dentro de la fábrica, haciendo la misma labor, para siempre. 8 horas de turnos
rotativos donde lo único que mirase fueran máquinas a las cuales debía hacer
andar. No tengo nada en contra del trabajo en las fábricas, pero arrastro otros
recuerdos de cuando tenía 21 años y quise quedarme en ellas, pero no me
dejaron. No hay espacio para nadie dentro de un mundo en el que el espacio que
ocupan los demás, es el espacio que quitaron a muchos. Es el todos contra
todos, el: no tengas iniciativas, sino, romperás mi esquema, el molde desde el
cual mi sistema funciona bien. ¿No nos habían enseñado a dar respuestas?, cómo
entonces podíamos darlas si de arranque nos silenciaban a todos. No soy ningún
tipo de anarquista, pero cuando vi que un hombre de 30 años vejaba a un anciano
de 60, comprendí cuánto le costaba ganarse el poco dinero que ganaba en las
fábricas. Eso de hostilizar en los trabajos fue algo que siempre encontré en
todas partes, parecía ya una tradición: no dejar trabajar a nadie, al menos eso
me pasó a mí, el que no me hubiesen dejado trabajar en ningún lugar, menos
estudiar. Debí ser muy incómodo con mi educación, mis lecturas, mi forma de
ser. Debí fastidiar a muchas personas a las cuales no les agradaba mi proceder,
¿cuál?, decir la verdad, no callarme, tomar iniciativas que intentasen mejorar
el trabajo, cuestionar la cátedra desde donde mis preguntas poco a poco fueron convirtiéndose
en el miedo de mis demás compañeros de salón. Porque cuando abandoné los
estudios, nadie volvió a hacer preguntas, recordaban el cómo me habían aburrido
y hostilizado, el cómo sufrí el vilipendio, el vituperio, la humillación
constante por parte de quienes por las razones que ahora sé, no les convenía
que estuviera con ellos, sea en el trabajo o la universidad. No solo era ese
todos contra todos, donde no bastaba con ser inteligente, era además la
competencia desde donde los más viles debían sacar del camino a cualquiera que les
significase el primer puesto en el salón, las becas, el mejor sueldo, el mejor
puesto de trabajo, o la mejor muchacha, o la muchacha que le gustaba a otro y
que estaba enamorada de uno y, que debía ser de otro, no de mí.
Nadie se interesa por los
Derechos Humanos hasta que se da cuenta que los están vulnerando. Nadie lee
Derecho hasta que no entiende que los necesita. Nadie lee hasta que no se da
cuenta que necesita de las palabras para aprender a comunicarse. Nadie se
rebela ante lo que le rodea hasta que conoces la injusticia. Nada es por ello
casual. Todo responde a lo esperado generación tras generación. Y nada parece
cambiar. Escribir y escribir, como si solo de eso tratase la vida, el llenarse
de lecturas que no serán aplicadas en la vida diaria, porque el sistema no
quiere que leas, porque al leer tendrás ideas cuestionadoras, porque al leer,
tendrás mejor comunicación, porque al leer, sabrás cuáles son tus derechos
dentro del trabajo o la universidad, porque al leer sabrás que existen los
Derechos Humanos, porque al leer podrás ser mejor persona y, porque al leer te
darás cuenta que eres eso justamente:
una persona, que tus sentimientos cuentan, que mereces vivir, mereces tener un
trabajo, o una carrera profesional.
Toda la vida de esa manera, en la
fábrica, resignado a guardar silencio, en tres turnos rotativos donde al salir
solo podrás ver el suelo, sintiéndote tan indigno de ver el cielo, porque a tu
lado pasará alguien con un auto del año, dirigiéndose a la casa que pudiste
tener, con la mujer que tú no tienes
porque tu sueldo de obrero no alcanza para mantener a una familia o los hijos a
tener. Apenas alcanza para sobrevivir. ¿No nos habían dicho que el mundo nos necesita
a todos? No fuimos cada uno de nosotros la esperanza para salvar a este mundo. Toda
la vida encerrado en una fábrica, si es que claro, has aguantado el roce
constante donde te harán la vida imposible. Toda una vida peleando por mantener
tu empleo. La única vida que tenemos. Porque en sí, no es la fábrica ni la
universidad, es lo que nos ocurre a todos desde donde estemos: el sentir que la
vida se nos ha sido arrebatada, que alguna vez quisimos cosas totalmente
diferentes a las que ahora contamos. No, leer era volver a la utopía, era
volver a entender que uno merece ser feliz. Leer es eso. No es que sea
pesimista, pero es ésa una de las razones del por qué la gente no lee, porque
se da cuenta rápidamente que tiene derecho a vivir, a ir tras sus sueños, que
es legítimo su anhelo de ser mejor persona cada día. Era necesario por eso
evitar leer los libros de los hombres que no dejaron de luchar en toda su vida
por un mundo mejor, porque la realidad no era lo que se esperó cuando el
estómago debía ser llenado con algo, cuando había cuentas por pagar, cuando nos
dimos cuenta que seguimos estando solos, a pesar de ser 7,000 millones de
personas en todo el mundo, a las cuales nos pasó o pasará lo mismo.
Las Bibliotecas están allí con
decenas de miles de libros que nadie quiere leer. Nadie quiere despertar porque
quizá ya despertaron hace tiempo, y saben que los libros les recordarán ese
terrible despertar donde se encontraron en medio del mundo, sin saber qué
hacer, sin saber en quién creer, qué camino tomar, adónde ir a buscar refugio,
cómo sobrevivir.
Es ésta la leyenda negra de los
libros, la leyenda de la Libertad.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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