17 AÑOS DE LIBERTAD PARA EL ESCRITOR



Sí, fui muy feliz en el colegio. Los veranos me provocaban tristeza, desde sus días soporíferos, esperaba que empezaran otra vez las labores escolares. No precisamente era un alumno que destacara en las notas. Curiosamente diserté el discurso de despedida de la promoción, un discurso que había escrito junto con quien sería por muchos años mi mejor amigo. En el discurso recalqué la importancia de salvar al país.
El Director de Estudios,  después de la disertación me preguntó: ¿tu padre ha escrito ese discurso, no?  Mi padre fue Director años antes de uno de los colegios más importantes también de El Puerto Bravo de Mollendo. Años después, en la Primera Feria del Libro, cuando la inaugurara, con un discurso que fue inspirado en el momento al ver una concurrencia abrumadora dentro del Palacio de la Municipalidad, donde estaban presentes todas las autoridades de la ciudad, desde el Capitán de Puerto, el Alcalde, el Gobernador, el Capitán de la Policía y, las personalidades de Mollendo, sentenciaron lo que profesores y profesoras me dijeran al finalizar dicha Feria del Libro: “eres igual que tu padre”.
No, mi padre no escribió el discurso de despedida de la promoción, lo escribí con el líder del salón. ¿Pero de dónde han sacado esas ideas entonces? De ustedes, eso nos repiten diariamente en los salones de clases todos los días.
Normalmente mientras escuchaba a los profesores, de cuyas materias sacaba notas muy bajas, me dedicaba a escribir mis propios ensayos, poemas, y a componer canciones. Desde que entré al colegio San Francisco de Asís, fui un muchacho incontrolable entre todos los muchachos de ese colegio de varones, donde no paraba de hacer preguntas y gastarle bromas a los profesores que ya no sabían qué hacer conmigo. Me había acostumbrado a caminar en horas de clases por el patio del colegio, castigado por mi mala conducta, por hacer reír a mis compañeros de clases con mis comentarios en plenas clases.
Era virgen y no consumía drogas. No salía de casa, salvo fuera para jugar pelota con mis amigos en una cancha donde sí podía meter goles que quedaba cerca de mi casa, no en la cancha del colegio donde solo pude meter un gol en los 5 años de la secundaria. Eran los años felices.
Todo lo que aprendí para ingresar  entre los primeros puestos a la universidad a carreras como Ingeniería Industrial, Psicología o Arquitectura, lo aprendí en las academias pre universitarias. Aprendí lo que en 5 años del colegio no sabía.
Esa paciencia de mis profesores, el cariño que me tenían, no lo sabía, se basaba en no saber que los días eran duros para todos, que muchos de mis compañeros no la pasaban bien en clases, que era común que el profesor que apreciaba mis dibujos, al entrar a clases, preguntara con una sonrisa animosa: “¿Pacheco Polanco está anotado en el parte?”. El brigadier respondía, hoy no lo hemos anotado, “entonces anótenlo, ya hará algo”, porque me quedaba los viernes castigado hasta las 03:00 de la tarde por fomentar el vicio dentro de clases, si acaso llenaba hojas con anticipación, donde repetía 100 veces: “no debo portarme mal en clases”, porque esas hojas escritas evitaban la penalidad del castigo.
Me hice muy amigo del Reverendo Padre Gordillo, a quien todos temían, quien se convirtió en mi asesor espiritual cuando de pronto un día de verano lo visitara y le dijese que Dios no existía. “Pero si has sacado la más alta nota en razonamiento en el examen final, pensábamos que ya estabas preparado para enfrentar la vida y sus rigores”. El Reverendo Padre Gordillo se convirtió entonces en mi mejor amigo acabado el colegio, filosofaba con él hasta que murió, hasta que de pronto un día noté su ausencia y lo extrañé.
Ahora entiendo a uno de los profesores al cual le hacía la vida insoportable en clases cuando mi hermano me comentara que le había mostrado unos dibujos míos que seguramente me los quitó, por no prestar atención a sus clases. En ese momento comprendí que me estimaba bastante.
Simplemente no estudiaba porque no podía asimilar tanto conocimiento dado en clases, de allí mi reacción rebelde que no soportaba la humillación de sentirme un asno al fracasar en los exámenes, cuando uno de los profesores que tuve me dijera: “no tienes método de estudio”. Lo que no sabía era que el método de estudio hasta ahora, inclusive desde las universidades,es una gran preocupación para los catedráticos. En otras palabras, me tuvieron mucha fe, sabían que no los defraudaría, que desde mis escritos me perfilaba como un Librepensador.
Ellos ya lo sabían, era el Escritor del salón, el muchacho que les hizo la vida imposible durante 5 años y que extrañaba todos los veranos los días de colegio, porque allí era feliz y, para ser más puntual, el lugar donde más desarrollé mi personalidad, lo necesario, lo suficiente, para tener un pensamiento propio, un pensamiento original, una voz.
No, no escribió mi padre el Discurso de despedida de la promoción, le dije al Director de Estudios. Ese día de la disertación me tembló la voz muy al hecho que era locutor de radio. Era plenamente consciente de lo que disertaba mientras todo el colegio en formación me oía. Sabía del alcance de mis palabras.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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