CONFESIONES DEL POETA DE LAS 20,000 PALABRAS DIARIAS



El ser humano debe estar preparado para la soledad. Sorbió el mate de cedrón mientras su aroma se expandía por la atmósfera del café donde estábamos comentando sobre autores de la ciudad, sean poetas, cuentistas o los más osados, los novelistas. Recordaba al muchacho que alguna vez en un recital de poesía a sus 17 años, después de leer uno de sus poemas, alzó el puño izquierdo y en voz alta exclamó: ¡la revolución está cerca! Años después lo vería trabajando para los que él llamaba los capitalistas, muy lejano de su sueño marxista leninista. Me preguntaba en ese entonces en esos años, si sabía ese joven poeta que Lenin despenalizó el aborto y la homosexualidad en la URSS comunista de inicios del siglo XX. La revolución, cuántas veces se nombró esa palabra en la Facultad donde todos admiraban a Marx, sin que necesariamente hubiesen leído los extensos tomos de El Capital. No puedo negar que eran años apasionados donde los jóvenes de esa edad, se comprometieron con un mundo mejor, pero de la forma en que el poeta exclamó: ignorando cómo es el mundo, cuánto cuesta sobrevivir en una realidad que desde que nacemos, nos pone condiciones que no podemos eludir: insertarnos tarde o temprano al sistema.
El V:. M:. me dijo alguna vez que estaba cansado de conocer a recalcitrantes comunistas que ahora gozaban de fortunas cuantiosas y que no estaban dispuestos a ceder su riqueza con los proletarios. Así es la vida Mauricio, las personas siempre llegado el momento se vuelven prácticas, se dan cuenta que no pueden cambiar la sociedad y, apenas se hacen de fortuna, cambian su manera de pensar, se pasan para el bando de la derecha, olvidando esos viejos compromisos con la familia humana, donde abrazaron sueños propios de la juventud.
El poeta volvió a sorber del mate de cedrón mientras acomodaba sus manos sobre la mesa para tener una postura más cómoda. El cielo era denso, las lluvias continuas, la esperanza para miles de peruanos algo incierto, el fenómeno del Niño Costeño causaba estragos muy fuertes en el mes de marzo del 2017 en Perú, centenas de miles de personas luchaban contra los huaycos luego de haberlo perdido todo, con casas donde el nivel del agua de las lluvias llegaba hasta sus muslos, agua llena de lodo, desbordamientos de ríos por las quebradas, muebles perdidos, torrenteras cuyo cauce había sido desbordado, sin alimentos, puentes colapsados, sin luz por días enteros, helicópteros del ejército peruano tratando de rescatar a las personas aisladas siendo el número de éstas muy reducido, apenas unas 10 personas por vez, siendo las víctimas, miles de personas y, lo más terrible: sin agua potable para beber, para asearse, para cocinar sus alimentos y todo el etc., que implica no tener agua. Pude ver en sus dedos las manos de un intelectual que se había dedicado toda su vida a leer y a no haber hecho nunca trabajos rudos, eran unos dedos bien cuidados, en unas manos acostumbradas a la labor académica. La soledad, recalcó, la soledad es otra de las experiencias inevitables para las personas, superar la soledad del desamor, la soledad de la pérdida de seres queridos, el ostracismo de los que ya no trabajan y ven cómo poco a poco, se van quedando con menos amigos, hasta ver a los hijos marcharse de casa, convivir con el silencio, estar lleno de palabras para sentarse frente al jardín de su casa, y repasar el tiempo que se fue, para esperar la muerte, para tratar de entender qué se hizo bien y mal en la vida que transcurrió. El poeta era un adulto mayor de casi un poco más de 70 años, acostumbrado a llenar el tiempo con cerca de 20,000 palabras desde la cátedra, con los compañeros de trabajo, con sus alumnos. Pensé en ese momento en los parroquianos que ya no pagaban por sexo a las damas de compañía, que preferían ser oídos durante toda una noche sin importar el precio a cobrarles, sentirse entendidos, abrazados, en términos más claros: sentir que existían, al menos para alguien. Se quedó pensando en la soledad, la soledad inminente que le llegaba cuando le jubilaran en la universidad, cuando tuviera mucho tiempo para estar acompañado de sí mismo, con miles y miles de palabras que quedarían atoradas en su boca. Tampoco es tan malo, le repliqué, la soledad es buena para escribir. Llenarse de palabras insta al escritor a escribir diariamente de manera prolífica. Los autores normalmente son personas solitarias que han transado con la soledad para poder escribir, ésa es nuestra naturaleza. Para mí las mujeres son solo sexo, no entablo diálogos con quienes de pronto entienden al igual que yo que, el trato es carnal, solo sexual, que el ámbito intelectual me lo reservo para mi soledad, para cuando necesito mi espacio propio para escribir. ¡La valía de los solitarios!, mencionó mientras su mirada parecía perdida en los años que ya no retornarían para entrar en el desamparo de los que ven cambiar su vida de manera abrupta y tienen que aceptar que ya no se estará lleno de gente, sintiendo el calor humano que lo hacía vital.
Encendí un tabaco mientras probaba de la espuma de mi KR a la vez que el olor al tabaco se mezclaba con mi colonia entre mis dedos. Finalmente expresé vivamente: en todo caso tendremos siempre los libros para acompañarnos, ¿no cree?
El aroma del cedrón era relajante, la lluvia continua, los libros por escribir extensos y, lo que él dijo, muy atinado: al menos aprendimos a escribir nuestras soledades, ¿no? Eso hacemos diariamente poeta, así trascendemos para la incomprensión de las personas normales, las que llevan una vida que está lejos del ámbito intelectual.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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