CONVERSACIÓN CON LA MUCHACHA QUE LEÍA A CAMUS



¿Sigues jugando a ser el más fuerte de todos? Llevaba en sus manos un libro de Albert Camus. Aquella era otra de esas insoportables tardes donde ignoraba qué era el silencio, la agradable compañía de uno mismo, el saberse un vencedor. Mejor dicho, era alguien que padecía y no sabía valorar la soledad. Era alguien destinado a entender los misterios de ésta, su silencio, el bienestar propio de los libres.
Aún no conoces a las mujeres, por eso te pone mal la soledad. ¿Ah?,  reaccioné de inmediato. Nos habíamos encontrado por casualidad al frente de la universidad. En esos entonces pensaba que el diálogo era una forma de alivio. Te hablo del ritual del silencio, de la veneración a éste. Mauricio, todas las mujeres estamos locas, solo queremos joderles la vida a ustedes, no soportamos la vida, mucho menos si aparece un hombre más inteligente que una. Tu carácter es imposible. Tienes las características del que no se queda callado, del que devuelve la bofetada y no perdona, conocemos tanto tu paciencia. Aún no te has desengañado de las personas, perseveras en creer en los mediocres, estás fuera de sector, aquí no es tu patria, mejor dicho, naciste sin patria, no lo tomes a mal. Cuando te enamores sabrás a qué me refiero. Sé que no debo hablarte en estos términos, que estás acostumbrado a filosofar con muchachos mancebos, que lo que te digo ahora puede parecerte incomprensible, no es mi ánimo polemizar, yo estoy loca y llena de maldad, a pesar de ser muy buena con las personas que quiero. Eso es con todas las mujeres. Sigue leyendo Mauricio, y deja de besarte con la primera muchacha bonita que se te regale, normalmente le dan un beso en el culo a su pareja para tener amebas en los labios y contagiarte de amebiasis. Debes entender que desde que nacimos, vimos a ustedes los hombres como rivales a quienes debemos derrotar, total, pocas son las mujeres autónomas que han llegado a la cima de este mundo, las ganadoras. Lo normal es que la mayoría use su sexo para atrapar a un buen proveedor, alguien que les complazca en todo y a quien al principio le lleven el amén en todo, hasta conocerlo en su totalidad, hasta sacar nuestras garras y entonces ser las que dominemos en el hogar. Pero no, no has pensado en ello aún porque no nos conoces. Crees en el amor aún, no eres capaz de comprender que la atracción que sientes hacia nosotras es solo por querer cacharnos. ¿Crees que eso no lo sentimos?, pero claro, mejoramos la cosa al llamarle al instinto atávico: amor. Otra cosa es la clase, es decir, con quién elegir involucrarse. Es que es jodido Mauricio, el amor es una guerra constante en la que se lucha por mantener la identidad de la consciencia. Cuando estés totalmente confundido, en ese momento, habrás dejado de ser tú, y serás el culpable de las desgracias de alguien que desde su enfermedad te use a ti para desahogar todas sus frustraciones. No, no existe eso que tanto has escrito y que lo defines como amor, eso es solo fantasía, la burla de las brujas que no se atreven acercarte a ti. Haces bien en no escribir poemas de amor, eso habla bien de tu calidad de poeta. Los verdaderos poetas no hacen poemas de amor.
La observé mientras prendí un tabaco. Caí en la tentación de su seducción. ¡No, no te estoy seduciendo Mauricio, por favor, no confundas las cosas!, ¿ah?, otra vez respondí. Aún no has cruzado fronteras, aún crees en los sentimientos, ¿crees que no me muero por hacerte el amor?, pero no, no puede ser, tú crees en los sentimientos lo vuelvo a repetir. El amor es solo sexo, 100% sexo. Si te digo todo esto es porque antes pasé por lo mismo que tú, es mi deber hacerlo entonces contigo.
Tomó su bicicleta antes de entrar a la avenida poblada de autos. ¡Tienes que enamorarte para volver a encontrarme!, ¿qué? Ella empezaba a pedalear, ¿qué dices? ¡Que me gustas, que nos gustas a todas, pero primero debes dejar de creer en el amor!
Y se marchó sin que lograra entender nada. Una muchacha que estaba presente escuchando la conversación no dejaba de mirarme. Encendí un tabaco, recordé el libro de Camus que ella llevaba en la mano, era El Extranjero. En realidad yo era ese extranjero, no lo sabía.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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