DE LOS SOLEMNES Y EL POETA
Hay algo inconfesable en el
silencio de algunas personas. Siempre he escrito que estar desinformado es
estar en desventaja, que hasta el más vil se hace el digno cuando se desconoce
de su pasado, cuando nadie advierte con quien se está tratando cuando dos
personas recién se conocen. Para finales del 2016 en Perú, resulta raro
encontrar alguien honrado, alguien que no haya tranzado con el sistema. Ser
honrado suena raro. Las personas se remontan hasta Diógenes cuando con una lámpara
en pleno día buscaba en esa Grecia, al hombre virtuoso, así muchos se explican
y excusan, no hay moral, nadie la aplica, qué cosa es eso, el mundo no marcha
de esa manera, es lo que siempre he escuchado.
Siempre me he preguntado por qué
al entrar a los cafés para calar un tabaco y ordenar una taza con chocolate,
los rostros de los adultos perdían su gracia, se volvían serios, un silencio
incómodo se hacía notorio, las miradas terminaban por esquivarse sin rumbo
detenido. El poeta había entrado al café, era necesario por ello ser dignos. El
arte de la mentira podría significar que en Perú el talento sobra, que la
mayoría de personas que conozco muy bien pudieron ser actores.
A mis 45 años sin embargo los
rostros solemnes, esas canas bien peinadas y los anillos de logias, no me
impresionaban en lo más mínimo. A veces cuando los escuchaba hablar sobre la
vida, comprendía porqué a los breves minutos desistían de su farsa y comenzaban
en sinceridad a confesarme cómo hicieron fortuna, cómo es que salieron adelante.
Evitaba por tanto los conversadores ebrios, los que provocaban vergüenza ajena
cuando hablaban cosas que no eran. Así eran mis momentos de café, momentos
mágicos donde lo ideal era recuperado, donde el hombre virtuoso era analizado
con sabiduría, con la experiencia de los errores, de los que engraciados con mi
presencia, recordaban que había alguien sabio dentro de ellos a pesar de todo
lo que hubiesen hecho.
Sin saberlo, con mi fama de
poeta, había logrado atraer hacia mí, personas notables, de mucho poder, muy
vinculadas con la realidad, con demasiado conocimiento como para no escucharles
y aprender algo de ellas. La sinceridad se manifestaba como una virtud, era lo
que llamé en su momento: el filosofar.
Poco a poco mis amistades fueron
filtrando a personajes más vitales, más enérgicos y con mucho mundo. Nadie
decía qué estaba bien o mal, simplemente nos remontábamos a la época de los
griegos, al análisis de los libros leídos, las noticias, la manera de gobernar
del actual Presidente y del parlamento. Sin darme cuenta, en mi entorno habían
libres pensadores, a pesar de ser muy grandes, maduros. El haber tenido éxito
nunca significó un rompimiento con el lado humano, eran sabios que lloraban en
secreto, hombres que rabiaban por dentro, personajes que darían toda su riqueza
por un volver a empezar, por intentarlo una vez más, para ser el hombre
virtuoso.
Es cierto lo que representas al
momento de disertar sobre la honradez, comentaban estos hombres poderosos.
Cuidamos mucho de ser reconocidos como hombres así, a pesar de no serlos, cada
uno de nosotros alcanzó la comodidad y el poder de manera hábil y logramos
tener nuestra riqueza sin que se nos pueda juzgar, a eso esta sociedad y las
mujeres le llaman ser inteligentes, pero en la formación que les hemos dado a
nuestros hijos, sin embargo, hemos procurado en que sean virtuosos, en que no
sean iguales que nosotros, total, fortuna ya tenemos, y un hombre virtuoso con
fortuna tiene buena fama y es célebre. ¿Qué has escrito ahora Poeta?, preguntó
uno de los hombres sabios. He escrito sobre lo que ustedes me enseñaron, cuando
se trató de ser honestos y el saber reconocer a quien practica el bien. No
hemos perdido el tiempo entonces, porque nosotros de ti hemos aprendido que
podemos ser sabios, a pesar de tener un pasado vil que no juzgas ni condenas,
queremos saber el porqué. Prendí entonces un tabaco y les contesté: porque
nunca la sabiduría se nutrió de un solo saber, ella germina entre lo bueno y lo
malo, y así se escriben los libros, apostillé mientras calé mi tabaco.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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