EL DÍA QUE APRENDÍ A TENER SEXO CON PROTECCIÓN



Por eso no me gusta hacer el amor contigo, me maltratas tanto la vagina que me llega a arder, ¿sabes que duele demasiado? Ya llevas más de una hora y nunca eyaculas. Al entrar al hotel y pasar por las habitaciones, me acerqué a la habitación prohibida, la puerta estaba abierta y ella, estaba parada frente al espejo, vestida en un jean celeste y un polo verde, con unas botas oscuras de taco alto, se estaba mirando el trasero, la llamé por su nombre, me sonrió, supe que sería mía otra vez.
No suelo eyacular por más que pasen dos o tres horas y, disfruto así del placer que las muchachas veinteañeras me brindan. Un 4 de mayo entre sustos y noches en desvelo me devolvió el alma al cuerpo, le había bajado la regla a la debutante, en ese momento pensé qué habría pasado si la hubiera embarazado, que si bien, no eyaculo nunca dentro de ellas y, siempre uso preservativos, esta muchacha luego de haberla desvestido, derrotó mi voluntad siendo mi pasión más fuerte. Ello me conllevó a no desear tener sexo por un par de semanas, no es cosa para tomar a la ligera ello de embarazar a una muchacha que de pronto noté, estaba enamorada de mí.
¿Sabes que la habitación que he escogido está salada?, le decía mientras le hacía el amor. La muchacha desnuda hizo todo lo que le ordené, luego que la desnudara, se postró boca abajo mientras besaba su cuerpo caliente, sobre todo aquellas partes que más calientes estaban, sabía que allí se excitaba más. Entonces la vi otra vez a mi merced, con su hermoso derrier en total entrega hacía mí. Pensé en ese momento en las noches que pasé en vela esperando a que le bajara la regla, no, me dije, otra vez no. En un acto de voluntad yo mismo agarré el preservativo y me lo coloqué.
Entonces empecé a hacerle el amor como solo lo hacen los inspirados.
¿Por qué está salada esta habitación, Mauricio?, porque esta es la habitación del castigo, donde vuelven las marocas impotentes a los hombres, ¿cómo así?, pues las mujeres que entran aquí retan a los hombres, los intimidan y los tratan peor que a ex parejas a las cuales se odian. Contemplaba sus ojos verdes. ¿Te gustan mis lentes de contacto? No era la primera mujer en mi vida que se compraba lentes cosméticos para agradarme. ¡Claro que me gustan! Así que ya has entrado a esta habitación antes. Sí, una venezolana de mi talla, descomunal, me cautivó. Luego al momento de estar en la intimidad no solo era fría como un témpano, sino que me pareció estar con un hombre en la cama, eso no es nada sexy. Por supuesto que me quejé con el dueño del hotel. Ah, ella ya no está, se fue por tu culpa, ¿lo sabías? Alguna vez conversé con una muchacha europea muy bella, me decía que en ciertos países de Europa, el meretricio es una profesión que es ejercida con todas las de la Ley. Así debería ser aquí. Espera, cambiemos otra vez de postura, quiero ver otra vez tu rostro. Entonces le ordené que me mirara fijamente mientras le decía: ¿me prometes que no me permitirás hacer el amor contigo sin protección?, sino, te dejaré y no sabrás nunca más de mí. Lo prometo.
A nuestra edad no nos enamoramos los hombres, solo escogemos a las mejores muchachas para hacer el amor y disfrutar como en mi caso, con los privilegios que me he ganado, una hora de sexo. ¿Sabes qué los griegos querían saber qué es el tiempo?, ¿el tiempo?, no dejaba de mirarme mientras los minutos pasaban y yo entraba dentro de ella sin detenerme. Pues sí, se reunían en los templos del saber los astrónomos, los matemáticos y cuanto sabio había para querer explicar qué era el tiempo. Cuenta la leyenda que hubo un griego que conoció a una muchacha que le hizo un verdadero sabio, porque le enseñó el verdadero sentido del tiempo. ¿Y cuál es ese?, me volvió a preguntar. Pues el querer hacer el amor de manera permanente como lo estamos haciendo en este momento. Me pidió que con mi dedo le echara dentro de sus paredes vaginales un gel porque el dolor que sentía era demasiado, sin embargo me abrazaba, cruzaba las piernas sobre mi espalda o apretaba sus dedos entrelazados con los míos. Hasta que la conocí, le gustaba hacer el amor con violencia, porque cuando le daba golpes en su derrier para ver cómo se le ponía la piel roja o cuando le arañaba la espalda con fuerza, gritaba diciendo que le dolía, contestando con un medido golpe en mis piernas. Me duele mucho Mauricio, pero sin embargo no bajaba el hueso pélvico para cerrar su vagina, y seguía sujetándome con sus brazos, por favor, ya no más.
Luego de la hora de sexo, me levanté de la cama donde ella estuvo debajo de mí, excitado como si recién la hubiese visto desnuda antes del sexo, me quité el preservativo y le dije: “ya puedo visitarte diariamente, he podido hacerte el amor con preservativo, no quiero más sustos, ya podemos ser amantes”. Me despedí, caminé un momento por las calles céntrica de la ciudad, subí a un café para turistas que queda en la Plaza de Armas, ordené una Coca Cola, encendí un tabaco. Brindé por mi libertad, por las muchachas que disfrutan del placer, por hacerme tan feliz, como se lo dije a ella, cuando la hacía mía, cuando filosofábamos haciendo el amor, si acaso ésa es la verdadera filosofía, la que se da entre un hombre y una mujer, mientras tienen sexo.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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