EL ESCRITOR QUE NO QUERÍA EMBARAZAR A LAS MUCHACHAS



“Quiero verte cuando preñes a una muchacha”, fue lo que le dije en el mensaje de texto. Para ser preciso, estaba sentado en el café de siempre, tomando mi Coca Cola a falta de Kola Real, calando un tabaco, contemplando desde los altos del Portal San Agustín, la Plaza de Armas. Era una tarde cualquiera y él, un viejo amigo que aún no entendía que los adultos no podemos mentir, que quizás esa fue la razón del por qué me alejé de quien fuera mi amigo en la universidad y con quien, enamorásemos a todas las muchachas, por aquellos años noventas, cuando nos escapábamos de los salones de clases para ir tras esas muchachas que nos sonreían y que rápidamente nos habían hecho una fama de casanovas. Él estaba metiéndole letra a una muchacha de unos veinte años que sentada sobre los jardines de la plaza, no tenía nada qué hacer. Inmediatamente me di cuenta que no era de la ciudad. Arequipa tiene mucho turismo. Él llevaba una bandeja con unos suvenires que seguramente los había elaborado con el fin de tener un pretexto para enamorar a las foráneas en busca de amor.
Estuvo un tiempo en las Europas y, conoció el amor con una hermosa griega con quien el sexo fue intenso y condenable para sus amigas. Con ella lo hizo todo a tal punto que ella quiso embarazarse. Él se negó ante ello, ante una vida en común con quien se había enamorado perdidamente. Su error fue no sentar cabeza, el tener ahora que soportar una soledad donde todo su aprendizaje le conducía por caminos donde la carencia de una mujer, le instaba a querer enamorar a cuanta muchacha viese sola siempre desde la plaza.
El celular sonó en ese momento. Era el número de quien había llamado la tarde anterior: “Mauricio, estoy estacionando el auto, te devuelvo la llamada luego”. Era ella. De pronto me di cuenta que no era quien yo pensaba. Llamé intencionalmente a una muchacha que conocí en la escuela de Literatura, pensé que eras ella porque me respondiste con familiaridad. No, no soy ella, me respondió. Ah, por la manera en que me contestaste pensé que eras ella. En ese momento se hizo la desentendida, no volvió a nombrarme con confianza, hizo el esmero ademán de querer saber quién era yo. Le di mis nombres completos, le dije que soy Escritor y que podía hallarme en internet. En ese momento pensé en solo problemas y más problemas: “espera, no vaya a ser que seas casada y que luego tu esposo al revisar tu celular pregunte por mí, no quiero tener problemas con un esposo celoso”. Su voz sonó a desencanto o desilusión. Descuida Mauricio, lo aclararé con mi esposo, no tienes nada qué temer. Gracias, eres muy gentil, espero que tengas una feliz tarde. Y apagué el celular, no quería ser interrumpido por nadie, estaba pensando en lo que querría escribir por la noche. Me serví otro vaso con hielo y  agua de soda. Calé mi tabaco mentolado y volví a ver al amigo de la universidad. Pensé en su soledad, en que parecía haber olvidado lo que vivió con la griega. Conversaba con esfuerzo con la muchacha. Algunos jóvenes se acercaban eventualmente ante la mirada de enfado por parte de él, luego se iban. ¿Qué es en sí lo que está buscando?, me pregunté. ¿No puede irse de marocas? Lo entendí porque hubo un tiempo en que hacía yo lo mismo, abordaba a las muchachas extranjeras para soñar con el amor, hasta que conocí a una suiza que me propuso llevarme a Europa. En ese momento tomé consciencia de lo que estaba haciendo, le dije que no, gracias, que no pensaba dejar el Perú. Desde ese día dejé de abordar a las foráneas que a lo mucho pasaban un par de días en la ciudad. No tenía sentido entablar amistad o amoríos con quien se iría en horas de Arequipa. ¿Sexo casual?, lo tuve varias veces con extranjeras, pero quizá buscaba en esos entonces lo mismo que buscaba este amigo: el amor.
Entonces se les acercó otro muchacho con una pesada mochila y ella se levantó ante la atónita mirada de mi amigo, se despidió  y, se fue con él. Era alguien que por lo visto no se rendía, alguien que quería tener una mujer para amar. Ello me pareció normal. Yo pensaba en las veces que pasé apuros por muchachas a las cuales no les había bajado la regla a tiempo, en el costo de las pruebas de ADN en los laboratorios de la ciudad, en las notificaciones a mi casa para presentarme ante el juzgado para reconocer un niño que fue producto de un embarazo donde obviamente no hubo precaución, en el cómo la Ley obliga a nosotros los hombres a pasarles una pensión hasta los 18 años, así fuera desde la cárcel donde siempre habría trabajo, por solo haberme dado el gusto de gozar de unas horas de placer con muchachas que eran apuradas por el deseo de ser madres.
Por eso le mandé ese mensaje de texto: “quiero verte cuando preñes a una muchacha”. Porque el placer es más intenso cuando la muchacha no te pide protección y, uno de estos días él se iba a encontrar con una de ellas, y allí sí su vida cambiaría totalmente. Calé el tabaco, probé del agua de soda con hielo mientras borraba de mi agenda el número de celular de la mujer que me había devuelto la llamada un día después, no, no quería problemas, estaba bien así, tranquilo, sin apuros donde tuviera que renunciar a lo que más amo, es decir, el escribir en plena libertad.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

Todos los Derechos Reservados para

Julio Mauricio Pacheco Polanco

Comentarios

Entradas populares de este blog

MANUAL PARA NO DESPERDICIAR LAS NOCHES

EL POEMA QUE HONRÓ AL MUNDO

EL CORAZÓN QUE VOLVIÓ A SU DUEÑO