EL HOMBRE QUE HALLÓ EL SECRETO DE LA VIDA



¿Tú si eres feliz, no? Sus ojos lagrimeaban, toqué su mano y le dije, ya pasará, son ya tres años..., y se derrumbó con esas palabras. Era una mujer que debía dejar ir, a pesar de que era muy bella, sexy, no, yo solo la terminaría por hundir más, sabía que le haría el amor por unos meses y luego la dejaría, ella no merecía eso, no era una mujer que estaba sanada del amor, yo menos alguien que abusara de ella, que me aprovechara del cariño que le hacía falta, pensé en ese momento que dentro del universo de mujeres que conozco, no tenía ningún derecho a ser una razón más para que siguiera sufriendo, me despedí y medité en ello, en lo que me dijo, que yo sí era feliz, era algo de lo cual no me había dado cuenta hasta ese momento, como si de pronto hubiese sido incapaz toda mi vida de darme cuenta sobre lo que escribo, un testimonio donde me impuse contra todo, para no solamente ser alguien libre que supiera elegir a sus mujeres, si no también alguien que disfrutaba de cada muchacha que ante mis ojos sabía, podía entregarme las delicias propias de quienes habíamos encontrado el camino, el derrotero a través del cual la vida cobraba su verdadero sentido. ¿Qué si no me enamoraba?, eso es algo en lo cual no pienso, sé que es difícil, muy difícil que una mujer pudiese cautivarme por mucho tiempo, un riesgo que ellas mismas corrían a sabiendas que soy ese hombre que desnudo se levanta de la cama, sonríe con entusiasmo y, lleno de placer, con sus manos, toca la piel tersa de esas muchachas en las que estaré por un tiempo en sus pensamientos, en sus sueños húmedos, en el olor de la colonia que uso que se impregnaba en sus memorias, en el hombre de 45 años que salaz, recurría siempre a ellas, para saber de los verdaderos conocimientos.
Toda mi literatura oscilaba así entre mis lecturas, mis interrogantes filosóficas, mi pasado rebelde y, las muchachas que me identificaban como el hombre que siempre se iba satisfecho, con una sonrisa invencible, dueño del mundo, con las ganas de retornar por un tiempo, hasta saber de las bondades de otras, sin resentimientos, ni celos, ni venganzas, ni ánimos de pertenencia. Era el placer por el placer, creo que a eso sí le llamo: amor.
No sé si a esto le llamen ser un ganador, el poder dedicarme a escribir todo el día, leer con horarios donde no soy molestado por nadie, o simplemente tener el espacio que se requiere para reflexionar sobre mis vivencias, para sacar de éstas, mi literatura, porque compromisos no quería ni quiero. No me imagino toda una vida compartiéndola con una sola mujer, eso sería una maldad de mi parte, una sentencia o condena inminente de infidelidad, el fracaso ante la vida para aquellas mujeres que necesitan sentirse amadas por un hombre que solo las prefiriese a ellas.
Porque si he de hablar de la felicidad, debo ser justo y decir que hallo la felicidad en el acto sexual, en esas decenas de minutos donde he tomado consciencia que todas las mujeres que he tenido han sido totalmente sumisas conmigo, complacientes hasta tal punto en el que me hicieron ver que la vida no es para compartirla con una sola muchacha, así ésta fuera muy hermosa, muy sexy, muy ardiente, porque dentro de todas las que he elegido, esas características han reunido, sin ninguna condición, sin ningún reclamo, sin despechos al momento de saber que lo nuestro llegaba a su final, en medio de las tristezas de quienes saben que las he gozado al máximo y, que hay otras muchachas ansiosas de querer probarme, sentirme dentro de ellas, saber de mi verbo al momento de amar, de mi terquedad en hablar de autores o filósofos al momentos de tener placer, del poder de mis labios cuando rozan con sumo cuidado sus cuerpos, si acaso sé bien que ellas bajo mi poder eran eso: el secreto de la vida, lo buscado por todos los pensadores del mundo y la historia del ser humano, cuando trataron de hallarle una razón para existir, entre el tedio y las luchas sociales, las encrucijadas y todos los extensos libros que estaban llenos de aprendizajes donde rara vez, encontré un final feliz. Por eso, cuando ella me preguntó afirmativamente que yo era feliz, al meditarlo, entendí que la libertad y la felicidad iban de la mano, que la soledad eran horas de lectura de ávida pasión, horas intensas para escribir lo que vivía solo con ellas, si acaso solo a eso le llamo vida, que las botellas de licor y las drogas siempre serán cosas que nunca entienda, que las pláticas con mis amigos me resultaban aburridas mientras solía perder mis pensamientos en alguna muchacha, en esos momentos cuando les pedía que me miraran fijamente a mis ojos, para recordarlas, así el recuerdo me durase unas horas nada más.
Sí, soy feliz, le contesté, sin estar muy seguro de lo que espontáneamente le respondía a su pregunta, porque era una pregunta que significaba mucho para ella, era alguien que quería saber si la felicidad existe, alguien que seguramente por las noches volvía una y otra vez sobre sus vivencias, tratando de rescatar lo mejor de todo lo vivido.  Mejor dicho, era alguien que necesitaba que le recordasen cuál es el camino, lo que bien yo llamo esperanza, la razón para seguir luchando y no rendirse, en medio de un mundo donde los miserables abundan, donde cada momento de vida cuesta más de lo que uno pueda soportar si acaso he escrito sobre ello bastante y testimonio constantemente qué es para mí la existencia, la soledad, la literatura, la libertad y, por supuesto, el amor y las muchachas.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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