EL JOVEN QUE QUISO SALVAR EL MUNDO
Al abrir los ojos lo contemplé
saliendo de mi habitación desde el psiquiátrico. Era el psiquiatra que me trató
desde que tuve 22 años. Dijo: si no lo internábamos se nos iba a pie hasta
Bagdad. En ese momento recordé cuando me había enfrentado contra el Arzobispo
de la ciudad. Una semana atrás había ido a la Iglesia San Francisco, les decía
que quería hacer un ofrecimiento, era marzo del 2003, USA estaba invadiendo
Irak, se temía una tercera guerra mundial, les decía que quería hacer un
peregrinaje hasta Bagdad, que creía en la venida de Nuestro Señor JesúsCristo
como se me había enseñado en el colegio San Vicente de Paul donde había
estudiado la primaria, y recordaba acaso las enseñanzas del Reverendo Padre
Gordillo, mi asesor espiritual de cuando fui ateo, a mis 17 años, cuando me
hablaba de Dios. En otros términos, sentí el llamado de Nuestro Señor, ¿qué
cuál fue la razón?, pues una noche antes, había visto la Estrella de David en
el cielo nocturno de la ciudad de Arequipa, Dios estaba vivo, Dios existe me
dije, entonces, ¿por qué había que temerle a la muerte? Les dije a los hermanos
de la Orden Franciscana que no temía morir en ese peregrinaje, que me entregaba
a la causa de Nuestro Señor, que buscaría a su Santidad Juan Pablo II, y que
con él iría hasta Bagdad para pedir la paz mundial.
Eso mismo le imprequé al
Monseñor, que Jesucristo estaba vivo. ¡Pero sabes quienes son los musulmanes!,
me dijo encolerizadamente el sacerdote de La Catedral con quien conversé días
antes. Sí, sé que son fundamentalistas, pero no temo morir, Dios es más fuerte que la voluntad de
miles de millones de hombres.
Se me había entregado la
dirección de la Nunciatura Apostólica a mi pedido para enviarle una carta a Su
Santidad, El Papa. Un mes después, cuando mi padre fuera a visitarme al
psiquiátrico como siempre, me entregó un sobre, era una carta de Rino Passigato,
el Nuncio Apostólico en Perú,me decía que Dios no encarga misiones grandes a
todos los hombres, que desde la oración y la caridad podemos ayudar a mejorar
este mundo, que estaba recibiendo la gracia de los santos y que la inspiración
divina estaba conmigo.
Estaba con dos amigos míos con
quienes desafiamos la fe del Arzobispo en una ciudad muy conservadora,
tradicional. Una semana después, cuando entrenaba trotando en la misma Plaza de
Armas de la ciudad, para tener resistencia en ese largo peregrinaje que me
esperaba, el hombre que siempre estaba sentado en una de las bancas
observándome, se me acercó y me dijo que era periodista, tenía una radio
Motorola en la mano, me dijo que estábamos en vivo para una radio local, me
preguntó: ¿es cierto que quiere usted ir hasta Roma para conocer al Papa y
luego ir con él hasta Bagdad para evitar la guerra entre USA e Irak? Sí, es
cierto, le contesté, he leído un texto sobre las Profecías de la Virgen de
Fátima donde hablan de la venida de Nuestro Señor y en donde Él reinará por mil
años donde habrá paz y felicidad para toda la humanidad. ¿Y no teme morir? No,
porque si muero, sé que habrá un juicio final y resucitaré y disfrutaré de los
1,000 años de paz y felicidad en la gloria de Nuestro Señor.
Al día siguiente cuando salí a
trotar, me di cuenta que ya estaba preparado. Dejé de trotar y empecé a
caminar, al mediodía llegué a un puesto policial que queda en medio de la
carretera, conversaba con un policía al cual le expresaba mi propósito. Tenía
sed, él me obsequió gentilmente la gaseosa que bebía, me había preguntado por
qué caminaba solo por la carretera, que no parecía ser alguien que escapaba de
casa ni mucho menos un buscavidas. Ve a ese restaurante me dijo, necesitas más
líquido y comida, ellos te invitarán el almuerzo, tienes un largo camino aún
por recorrer. Hice ello mientras era observado por los dueños de ese
restaurante de la carretera. Les di las gracias, y seguí mi marcha mientras a
mi costado pasaban automóviles, camiones y vehículos de carga pesada. Era
feliz, estaba solo en medio de la carretera, rodeado de montañas y el desierto
que alcanzaría minutos después. Nunca estuve tan cercano a Dios, nunca.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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