LA MUCHACHA QUE NO TIENE QUIÉN LE AME
Suelo salir pocas veces de casa,
a lo mucho una vez al día para almorzar en un restaurante vegetariano que queda
cerca de donde vivo, en el centro de la ciudad, cruzando la avenida principal
de las finanzas de la región sur de Perú. Las razones son porque me tomo casi
todo mi tiempo disponible en leer y escribir. 3 veces por semana suelo
encontrarme con mis mujeres para hacer el amor. Antes solía caminar mucho, pero
el sol es muy fuerte en la ciudad donde radico y eso me provoca transpiraciones
que no me agradan. Prefiero por ello tomar buses que me dejen en el hotel de
mis encuentros. Tengo poco tiempo para pasarlo con los amigos. No soy
aficionado a las bebidas alcohólicas. Mi espacio es reducido, consiste el que
ocupo en mi dormitorio donde tengo un escritorio sobre el cual está mi
ordenador y el balcón que siempre uso para calar mis tabacos cuando necesito
ordenar mis ideas para escribirlas mejor. Sin embargo hay veces en las que se
me da por querer saber cómo está la ciudad sin mí, y es entonces que me desplazo
a pie entre la multitud de personas, haciendo rutas diferentes para ver las
novedades. A mis 45 años puedo decir que tengo la vida resuelta. No tengo la
economía de un magnate, pero tampoco tengo nada de qué quejarme. Tengo la vida
ideal que cualquier escritor habría aspirado. Me ayuda por ejemplo mucho la
música de You Tube, de preferencia el Heavy Metal. Es como si me comunicara la
frecuencia idónea para transportarme a la inspiración precisa para escribir.
Las muchachas que me dan sexo me dan más sabiduría. Suelo a veces relatar los
diálogos que tengo con ellas. Por lo demás, mi contacto con el mundo exterior
se remite a mis lecturas de los diarios, los programas de televisión nocturnos
que veo diariamente para tener una idea de qué ocurre más allá de estas cuatro
paredes y la ventana desde donde veo siempre los amaneceres en Arequipa. A
veces suelo quedarme hasta el día siguiente o bien escribiendo, o leyendo, o
simplemente conversando con intelectuales de otros países que de igual forma,
no tienen sueño. El silencio de las madrugadas es agradable, entre tabaco y
tabaco. Pero eso no quiere decir que me desentienda del mundo. Desde mis
lecturas entiendo que hay colectivos que luchan a favor de los caninos o
felinos que están en el desamparo, que hay cientos de jóvenes que se
manifiestan siempre cuando es necesario con temas relacionados a la política,
que la movida subterránea del punk insiste en su discurso desde diferentes
locales donde se reúnen para sentirse presentes, que hay bastante producción literaria
en la ciudad a pesar de saber por comentarios de un joven influyente quien
alguna vez me confesara que los de su generación ya no leen, que por esa razón
dejó de escribir, que ahora los performances o las intervenciones urbanas como
medio de expresión política amparada en el arte es lo que más atrae a los
jóvenes de la ciudad, pero claro, quedan los que siempre están escribiendo, los
que se presentan en las Ferias de Libros que eventualmente al año se realizan
en la ciudad, que hay festivales donde llegan personalidades que probablemente
ya no estén vivas al próximo año y que es necesario escucharlas, que la vida
cultural tiene su propia esfera que va desde una acuarela en avanzada que
desconozco y no logro descifrar por poseer alcances que en la generación de los
noventas no se evidenciaba, que hay poetas que mantienen un público cautivo y,
narradores que por supuesto ejercen la cátedra como la escritura a la vez, (me
complace saber que hay varios poetas que hacen lo mismo, que de alguna manera
no se rindieron ante la locura de creer que se podría vivir de la literatura,
lo curioso es que lo lograron, hacen lo que les gusta: enseñan sobre
Literatura, y siguen escribiendo) y ni qué seguir comentando de los Centros
Culturales de la ciudad donde siempre hay una agenda que va desde el cine
actual hasta el clásico y obligado. Me gustaría tener tiempo para estar en
todas esas actividades, pero como escribiera hace un momento, no me alcanza el
tiempo entre leer, escribir y hacer el amor. La ciudad ha crecido de manera
increíble en este último par de años. Leí alguna estadística donde se
mencionaba que Arequipa generaba 100,000 puestos de trabajo cada año. Que si
esto va de la mano con nuestra economía o se deba a que en esta región hay
minas muy importantes y un puerto que comunica con el resto del mundo al
departamento, no sé precisarlo, no soy un experto en temas económicos, tampoco
podría ser indiferente: cualquier error del gobierno que afectase a nuestro
presupuesto nos encontraría a todos en las calles, protestando, elevando
nuestras voces y reclamos. Aquí no somos nada cobardes ni menos tolerantes ante
las decisiones de nuestro parlamento si es que de pronto cometiesen errores
desde su gobierno que nos perjudique en nuestros ingresos. La gente que trabaja,
lo hace esforzadamente, y valora el tiempo de vida invertido, la salud que se
pierde, los momentos en los que no se está con los seres queridos, sean esposa,
hijos, padres, hermanos o etc. Se me hace ya muy común observar edificios de
más de 8 pisos con ascensores en las avenidas principales donde hay bastante
vegetación. Alguna vez un arquitecto en plena cátedra allá por los noventas
otra vez, se atrevió a decir que la ciudad crecería de forma vertical en pocos
años, que solo quedaría como patrimonio el cercado de la ciudad donde las
construcciones coloniales o casonas, como aquí les llamamos, por haber sido
recintos de notables de la ciudad, como también las iglesias que son visitadas
por la centena diaria de turistas que llegan de las Europas donde aprecian la
mezcla del estilo morisco, con el colonial, el churrigueresco o los cuadros en
pan de oro propios de la época de la conquista y esas naves desde donde las
cúpulas que llegan hasta las claraboyas , fueron construidas con la piedra
volcánica de la ciudad llamada sillar, siendo ésta la razón del porqué Arequipa
sea reconocida como La Ciudad Blanca, por el color de la piedra mencionada, es
otro de los atractivos del centro histórico. Para los que acostumbramos a salir
los domingos en familia a degustar los platos de la región llamados: picantes,
tenemos la oportunidad de llegar hasta las afueras donde está la campiña, el
horizonte abierto, el olor a comida que nos gusta o a la que estamos
acostumbrados, cuando abrimos la carta y podemos encontrar más de 40 platos a
escoger fuera de los que están preparados para el día. Un pasear en la
camioneta para estacionarse en miradores solitarios y tranquilos donde el
silencio dice otras cosas que son agradables a los que quieren un descanso es
la manera en cómo termina un domingo por ejemplo. Yo podría seguir escribiendo
con lujo de detalles desde los conciertos de música clásica que hay en las
pinacotecas de la ciudad hasta los que son propios y folklóricos de los que
llegaron a la ciudad en busca de un mejor futuro, pero ésa no es la razón de
este escrito. Porque empecé diciendo que no tengo mucha oportunidad de estar en
la ciudad, sea de día o de noche, pero las veces que siempre la recorro cuando
decido desplazarme a pie, siempre la veo, y me pregunto si acaso a nadie le
importa. Alguna vez pregunté la razón del porqué ella está así. Me dijeron que
era de buena familia, una familia adinerada, no lo sé. Ya lleva casi un año, un
año desde una juventud perdida que bien podría ser soportada si es que fuera el
caso de un varón. Una tarde la encontré sentada en plena vereda sonriente. No era una sonrisa
agradable. Era la sonrisa que revelaba los errores de Dios. Su pantalón estaba
empapado en orines. Era plena tarde, y ella estaba en una zona muy concurrida
por autos y taxistas que la observaban seguramente como lo hacía yo: con miedo.
No podía ser echada así a perder una vida. Es curioso, en los casi 30 años que
radico en esta ciudad, siempre ha existido alguien con las mismas características en solitario,
alguien que padecía una soledad distinta a la descrita en los libros, una
soledad macabra donde nadie aparece para ser el compañero o compañera. Mas
nadie sabe, nadie hace nada, nadie quiere estar allí como el salvador. Y las
calles están pobladas de personas que vienen y van, y la gente sale a orar los
domingos por la mañana, y es entonces cuando recuerdo mis escritos de finales
del siglo pasado, cuando sentenciaba que el mundo no marchaba bien, que no
tenía sentido ni valía la pena, si un solo integrante sufría injustamente, a
pesar de que el resto del mundo estuviera bien y pudiera reír. Solo sé que no
quiero estar presente en la hora suprema de esa muchacha cuando tome
consciencia de lo que la vida le está robando, porque de por sí ella ya es
inimputable, y se ha ganado el derecho de la ira de los justos, cuando se
reconocen como víctimas, en medio del mundo, un mundo donde ahora el hombre
está enfrentado contra las mujeres por algo llamado feminismo, ¿una
contradicción?, no lo creo. Creo más bien que es una total indiferencia.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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