LA MUJER QUE ME HIZO ENTENDER A LA ETERNIDAD
Quiero quedarme así por toda la
eternidad, ambos desnudos, piel a piel, yo sobre ti, sobre tu hermoso cuerpo,
muchacha. Me había de pronto detenido al momento de estar haciéndole el amor,
había tomado consciencia lo bella que era ella, mientras trataba de no romper
el tercer preservativo en su hermoso trasero. Era una muchacha de cabello claro
de solo 24 años, de piel muy blanca y vientre propio de madonas. No sé en qué
momento perdí la razón, si fue cuando observé lo fascinante de su rostro
sonriente y feliz mientras me hacía el amor, con el esmero y dedicación de
quien se ha dado cuenta que lo está haciendo por vez primera, con todos los
riesgos que esto implica, cuando se es ya adulto y se creía conocer los males
de amor para partir en busca de un mundo, donde la ilusión fuese recuperada.
Porque después de haberla puesto con mis gruesos brazos sobre mí, dejando su
sexo encima del mío, con las piernas cruzadas en mi entorno, dejando su rostro
a la altura del mío, entre risas y aromas propios de ella, supe que mejor que
el alcohol o las drogas, que el mismo premio Nobel, eran las mujeres, que todo
se resume en ellas, que por alguna razón fui bendecido por Dios, para poder
disfrutar de las mejores muchachas que fueron carentes en mi primera juventud,
cuando a falta de tener sexo con ellas y, solo pudiese besarlas y a lo mucho,
jugar con sus senos, entre días inacabables donde disfrutaba de la lectura
diaria de cuanto libro llegase a mi mano, no sabía del poder del amor, cuando
se tiene en frente de uno a una tigresa, una mujer que es capaz de despertar
los sentimientos instintivos más intensos, hasta llegar a perder totalmente la
razón y concluir que lo más bello que hay en este mundo, es una muchacha desnuda
que quiere amarnos.
Porque eso fue lo que sentí, al
momento de penetrarla con locura, sin piedad, sin ningún reparo en hacerle daño
o pensar que se enamorase y ello le condujese por territorios sin salvación.
Porque me detuve, junté mi torso con su espalda, esos hombros que había besado
con desesperación, me entregaron un reposo que me hizo pensar en la posibilidad
de quedarme así, pegado junto a ella, por toda la eternidad. Y no solo lo
pensé, lo dije a la vez, de manera espontánea, porque algo más dulce no conocí
jamás, creo que otras personas le llaman amor, porque si bien es cierto, estaba
dentro de ella, al tenerla rodeada por mis brazos donde mis manos se trenzaban
con las suyas, descubrí el misterio de la eternidad, no esa que otros autores
la han intentado describir sin mucho éxito.
Para mí la eternidad era estar en
esa postura con ella, para siempre.
Si debo ser más gráfico, la
muchacha tiene un derrier demasiado hermoso, mejor que la muchacha que fue mía
ayer y a quien creí nadie podría reemplazar, hasta que hice el amor con esta
otra muchacha que me reveló lo que los monjes tibetanos aún no entienden, o si
acaso en las pagodas otros cultos extraños y raros, alejados de la verdadera sabiduría, entiendan al universo
sin la mujer, no sé, mi abstracción no va más allá si es que acaso la vida
pueda ser llevadera sin una mujer, o sin todas las mujeres que quieran hacer el
amor conmigo. Porque se perdía en mis ojos y por momentos ella no lo creía,
mientras grababa en mi memoria ese rostro que alborozado había descubierto lo
que nunca antes conoció: el amor.
¿3 horas?, sí, lo normal es que
dure 3 horas en el lecho, por eso no eyaculo, no lo tomes como algo personal,
ya tendremos días enteros para dedicarnos a explorar nuestros cuerpos y saber
de las fieras que hemos despertado y que quieren solo que hagamos tú y yo, el
amor.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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