LAS HORAS QUE SE VAN
Le di todo, yo trabajaba para
minas importantes. Era mi único hijo. Salió bien parecido, alto como usted, y
también de su contextura. No quiso estudiar. Así de simple. En ese momento me
quedé pensando en mí. Yo sí quise estudiar. Recordé todos los problemas que
tuve en las escuelas de la universidad donde estudié por querer ser correcto,
fiel a mis principios, y todo lo que tuve que pasar que impidió que fuera ahora
profesional. Entonces le dije, pero si todos queremos estudiar. A mi mente
vinieron imágenes de días enteros durante muchos años cuando internado en las
Bibliotecas de la ciudad, me pasaba leyendo hasta que cerraran esos ambientes
donde era feliz al lado de los libros. Sí, todos quieren estudiar, pero lo tuvo
todo de a fácil, no valoró el esfuerzo que hice para que tuviera un mejor
futuro. Se metió de agente de seguridad. Espere, ¿agente de seguridad?, sí,
agente de seguridad. Yo le decía que estudie, no quiso. ¿Era aficionado a las
mujeres? Sí, eso fue lo que le apartó de los estudios. Usted saber bien que no
se puede tener mucho sexo y estudios a la vez. Lo normal en estos casos es
hacerlo unas tres veces por semana, pero él dejó 5 hijos en 3 mujeres. Se
volvió adicto al sexo, cosa que es normal, todos hemos sido adictos al sexo,
pero son cosas relacionadas con el destino. Alguien lo sedujo a temprana edad,
yo no tuve todo el tiempo del mundo para poder estar pendiente de él, y digo
que son cosas relacionadas con el destino porque se dedicó a ganarse la vida a
su manera y a convivir con sus mujeres, hasta que una mañana donde laboraba
le dieron 5 balazos. Creo que debí conversar más con él. Si hubiera estudiado y
comprendido como lo hacen los jóvenes universitarios cuando se dan cuenta del
poder del sexo, y cómo deciden no abusar de éste para no llegar somnolientos a
clases o estar pendientes de las más lujuriosas para solo tener sexo, creo que
ahora estaría vivo. En ese momento recordé cuando junto con un conocido poeta,
habíamos entrado a una cabina de internet, esto ya hace casi más de 10 años
atrás, para imprimir unos textos desde las afueras de la universidad, y vimos
la cabina llena de colegiales que hurgaban en páginas porno y se expresaban en
términos de adultos. En ese momento tuve la certeza que ellos no estudiarían en
la universidad, que estaban destinados a trabajar, que no tendrían la cabeza
que se requiere para poder concentrarse en los libros, que tenían más bien la
cabeza en tener relaciones sexuales sin saber que esto implicaba trabajar en
fábricas en turnos de 8 horas, para luego regresar a sus casas y tener sexo
todo el tiempo posible. A través del sexo evadimos muchas cosas: los
cuestionamientos, las aspiraciones, si acaso se acata todo desde los trabajos,
con el fin de conservar el derecho a tener un lecho donde se pudiera hacer el
amor por horas de horas, con el vientre lleno asegurado, y un trabajo que
garantizase los placeres a consumar. No se podía esperar más de quienes veían
como algo tonto preocuparse por los libros, por lo que ocurre en el país.
Supongo que es así en todas partes, que dentro del mundo, el sexo siempre
alterará el destino de las personas.
No, que es mucha información.
Eran dos muchachas que se me habían acercado por querer saber de mí. Habían
leídos mis libros y querían conocerme. Lo que no entendí es que a sus 18 años
desconocían mucho de lo que les hablaba. Eran sanas sin duda alguna, sin
experiencia mundana, sin mucho conocimiento sobre el amor y sus pasiones. Al
contemplar sus rostros sentí el mareo, el vértigo ante lo revelado, callé de
inmediato al fijarme en la manera en cómo estaban vestidas, observé
detenidamente de nuevo sus ojos, y pude entender que eran inocentes, como lo
fui yo a la edad de ellas, sin que necesariamente a esa edad los jóvenes sean
tan puros en su totalidad. Todo estuvo esclarecido: el dime con quién andas y
te diré quién eres tenía mucho de razón. Así fueron mis amistades en ese
entonces cuando tuve 18 años, como el caso de las dos muchachas que al procesar
lo que ellas llamaban, demasiada información, que solo eran experiencias mundanas
propias de quien había tenido un despertar sexual tardío, creyó que sería
entendido por presumibles jovencitas ya enteradas de cómo es el mundo y la
vida. Pero no fue así. Les pedí disculpas si acaso había sido impertinente en
mis confesiones y les dije que no debía conversar con ellas, que debían estar
con personas que estuviesen en su estadio de vida. Se despidieron cordialmente
y me dijeron que no era mi culpa, que sin embargo, a pesar de todo lo que les
había comentado sobre mis vivencias, seguía conservando el rostro de un
sacerdote y que proyectaba la imagen de un hombre bueno, que les gustaba mucho
mis primeros libros de poemas, que nos volveríamos a encontrar para cuando la
vida nos emparejada y la conversación pudiera ser sostenida.
Por eso, cuando el hombre que
había trabajado en varias minas, me habló sobre el despertar sexual de su hijo
y el cómo cambió de golpe su destino, a mi memoria llegaron recuerdos como el
descrito con la entrevista con estas dos lectoras de 18 años. Es cierto, todos
quieren estudiar para crecer como personas. Yo me dediqué a ser soldador,
trabajé para varias minas, la paga era buena y terminé criando a mis nietos que
ahora, guiados por mi experiencia y el tiempo que por fin tuve para
aconsejarles, ahora tienen un mejor futuro, sin los riegos propios de mi único
hijo que fue muerto a 5 balazos.
El hombre tenía 65 años, tenía el
rostro afable, estábamos sentados en el consultorio donde controlan la glucosa
y la presión arterial. Le observaba mientras pensaba en el mundo de los
intelectuales. Así de esa manera observé en las avenidas principales el ir de
los autos a cierta velocidad, ganándole tiempo al día, como si de pronto dentro
de cada vehículo una realidad desconocida e interesante estuviera allí presente,
con diferentes aspiraciones, formas de educación, países recorridos, clases
sociales contrastadas, economías donde se hablaba con cantidades que podía
estimar o en todo caso desconocer. En ese momento dentro del bus de retorno a
casa, supe que en la ciudad, cada
persona tenía una historia qué contar. Que lo único que faltaba era tiempo.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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