MALICIA
Lo encontré bebiendo en un bar.
Había perdido bastante peso. Lo recordé en ese momento cuando alguna vez lleno
de vida tuvo sueños, como todos, alguna vez. Sus ojos arrastraban una derrota
muy pesada, se cruzaron con los míos por un momento, y sentí piedad. Sabía que
debía pasar de largo, que a veces es necesario enfrentar las cosas uno solo,
que nadie es dueño de la verdad, que nada podía hacer yo por él. Se notaba que
hacía días no se cambiaba, llevaba el rostro sin rasurar. Ansiosamente llevaba
el vaso con cerveza a sus labios. Entonces lloró, lloró desconsoladamente. A su
alrededor nadie hacía nada, cada quien estaba inmerso en sus propias
conversaciones. Él era un hombre solo. Él no era así. En ese momento supe qué
era lo que le estaba ocurriendo. Decidí con mayor razón pasar de largo. Nada de
lo que le dijera le ayudaría, estaba totalmente cegado, a nadie oiría. Era un
hombre destruido.
A la tarde siguiente sin darme
cuenta, volví a pasar por el mismo bar, en ese instante lo recordé y sentí culpa,
sentí que debía haber hecho algo por él. Entré al bar, la gente bebía. Narraban
historias que para mí me resultaban aburridas. No lo hallé. Qué habría sido me
pregunté. Salí del bar y avancé unos metros más hasta estrellar mis ojos en los
titulares de un diario de la mañana: “Alcohólico se tira del puente. Se
desconocen las razones”. Vi la foto de la víctima, era él.
Oye, pero te juro que es la mujer
más buena que he conocido. Es tan dulce, tan inteligente. He decidido dejar de
escribir. Pensamos en alquilar un pequeño departamento, ya sabes, vivir juntos,
ser felices. Total, como escritor no me fue bien. Nadie vive de la literatura
mi estimado. Mira que llevo varios libros publicados y nada, nada que me
garantice tener un futuro económico como escritor. Le brillaban los ojos, los
tenía casi grises. Estaba muy enamorado. Bueno, es tu decisión, si eso te hace
feliz, pues hazlo. ¡Claro poeta!, ya llevamos tiempo juntos, es lo mejor que me
puede haber pasado. Qué bueno, le volví a decir, y entonces, si solo sabes
escribir, ¿a qué te vas a dedicar, de qué vas a trabajar? No lo sé, eso aún no
lo sé, estoy conversando con mis amigos, algo debe haber, algo, porque sabes que el amor lo puede todo, ¿no?,
sí claro, poeta, adelante, tienes el derecho a intentarlo, a ser feliz.
No sabes cómo están las cosas,
estoy a punto de explotar, creo que voy a terminar matando a alguien. Tengo la
sospecha que mi mujer me es infiel. Espera, ¿lo supones, o tienes pruebas? Le
llaman a cada hora, me dice que son amigos de la facultad, de cuando ella
estudiaba, que por qué la controlo tanto, si acaso la quiero dominar, que por
qué me he vuelto tan machista, si yo no era así. ¿Y sabes quién es el que le
llama? No me deja tomar su celular, dice que la presiono mucho. ¿Desde cuándo está
ocurriendo esto?, le pregunté. Desde que me fui a trabajar a la mina. Mire que
le compré todo, le doy todas las comodidades, pero ella anda mucho tiempo sola.
Yo gano bien, pero el problema es que estoy mucho tiempo en el trabajo y solo
bajo a la ciudad por pocos días, y la noto distante, sin deseos, siempre
prendada del celular. Se lo he reclamado muchas veces, y me dice que debo
tratarme con un terapeuta, que mis celos son enfermizos, que estoy perdiendo la
razón. ¿Me dices que ella tiene mucho tiempo para sí, que siempre está sola en
la casa?, sí, ya no quiere tener sexo conmigo, se queja de dolores de cabeza,
que siempre le dan por las noches. Yo le he dicho para llevarla al médico, pero
me dice que no es para tanto, que siempre exagero y hago dramas de todo. Bueno,
pero si no tienes pruebas, no tienes por qué mortificarte, quizá ella esté
pasando por un mal momento y te extrañe sin saber cómo decírtelo, creo que
deberías buscar otro trabajo. Eso le he dicho, pero me dice que si cambio de
trabajo, ella me dejará.
Esa semana no fui a trabajar, en
el colmo del descaro, lo metía a nuestra casa, delante de todos los vecinos. Yo
no lo creía, la defendía como podía, pero vi las fotos, era un ex compañero de
la facultad con quien estudió. Eran fotos donde se les veía juntos por las
calles, los centros comerciales, fotos entrando a hoteles, fotos entrando a
nuestra casa, los días en que yo laboraba en la mina. Me quedé dentro del auto
con un amigo, a través de las lunas polarizadas esperaba que llegaran. Me tomaba
calmante tras calmante, no sabía qué hacer. Me decían que esperase un tiempo
más, que los habían visto a unas cuadras de la casa donde vivo, que ya
llegaban. Decidí apagar el celular, no soportaba tanta locura. Hasta que los vi
llegar, no perdieron el tiempo en percatarse si acaso eran observados por los
vecinos, entraron a nuestra casa. En ese momento quise matarlos, mi amigo me
contuvo y luego aparecieron más amigos míos. Me tenían sujetado de los brazos
y me pedían calma. Entramos a nuestra
casa luego de haber esperado media hora. Ellos seguían adentro. Llamamos a la
policía. Un auto llegó y se estacionó en la puerta de nuestra casa. Bajaron los
gendarmes, abrí la puerta. Todos guardábamos silencio. Di el permiso para que
todos entráramos. Fue rápido, cuestión de segundos, evitando que alguien
sospechase y le llamase a su celular para prevenirla. Ella estaba desnuda,
cubierta con una sábana sobre la cama, diez minutos después encontraron al tipo
escondido en el cuarto del depósito.
Sabía que no debía decirle nada,
que tampoco el alcohol era la solución para olvidar lo que le había ocurrido.
Por eso esa tarde pasé de largo. ¿Qué iba a hacer?, ¿reprocharle o decir que
algunas mujeres son así? Él bebía sin parar, tenía los ojos de un hombre que
iba a morir. Así lo recordé. Quería ser escritor, mas nunca pensó que su vida a
lo mucho alcanzara para una nota de prensa que ni siquiera había sido redactada
por él. Tomé el diario solo para cerciorarme. Era él. Nada se podía hacer, se
había dedicado a beber hacía meses, vivía en la indigencia, era un hombre
destruido, alguien que había creído ciegamente en el amor que le prometió
una mujer por la cual había renunciado a
su más preciado sueño.
Simplemente no lo soportó más. Se
tiró del puente.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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