ADAGIO EN MARCHA FEROZ
Sí, ya estuve en lo alto de la Montaña contemplando la
ciudad
Después de la noche de gloria,
Ya contemplé la inmensidad del mar
Para saber de las dudas necesarias cuando uno se pregunta
para qué vive.
Amé hasta volverme un tipo duro, difícil de amar
Y desde entonces todas las que desee son mías
Y las que se marchan, les doy las gracias
Debo ser muy bueno para ellas, lo sé,
Porque mi certeza es que somos pocos hombres entre millones de mujeres.
Porque mi horizonte fue más allá del desierto en la soledad
feliz
O mis ojos son cuando llego hasta donde descansa el universo
Para sentir a Mi Señor.
La plenitud de la vida se me fue otorgada
Y en los laberintos donde nadie sobrevive yo he triunfado.
Donde esté, mi voz resuena para espanto de los infelices,
Así, me hice amigo de los sabios y letrados,
Los más fuertes se me presentaron para darme honras
Y he sido recíproco siempre cuando se me ha llamado.
Mi palabra va en la medida en el cómo creo en las personas
Pero solo creo hasta la primera mentira,
Aparto con mi mano lo que no sirve en medio de lo miserable
Y escojo quien entra en mi mundo
Si acaso vea en la persona sabiduría y clase.
He visto la cara de los corruptos tantas veces
Mientras me he limpiado el polvo de mis zapatos para no
ensuciarme,
También he visto el rostro de las mujeres más bellas
Cuando me han entregado su alma al poseerlas.
Para ser más preciso, me he visto muchas veces como soy
En medio del mundo que conozco
Y con voz altiva, cuando se me ha preguntado sobre mi
misterio
En tono severo y solemne he contestado:
¡Soy un varón libre, el derecho lo he ganado!
Y si escribo con rudeza, es porque sé que el niño necesita
de alguien así
Los tibios de temperamento no sirven para las horas
difíciles
¿Por qué tendría que aguantarme mi indignación entonces?
¡Eso jamás enseñaría a mis jóvenes lectores!
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Poeta
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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