EL AMANTE IMPASIBLE
Esos amores autodestructivos, yo
diría más bien que es propio para hombres inmaduros, para hombres que no han
tomado consciencia que hay miles de mujeres en cualquier parte de la ciudad que
son felices cuando uno les hace el amor. Recuerdo aquella noche cuando noté que
la relación que alguna vez tuve, me estaba haciendo daño, que me ponía muy
violento y, que estaba pronto a cometer un feminicido. Mi reacción inmediata
fue llamar a la policía y delante de la que fuera mi pareja en ese entonces,
hacerle jurar que no me buscara, ni me llamara ni que se me acercara nunca más.
Los celos solo son producidos por
mujeres inmaduras, mujeres que a consciencia del daño psicológico infringido en
el varón, lo desquician y hacen perder el control. Yo no quise eso para mi
vida, yo no quise terminar como titular en un diario sensacionalista como autor
de un crimen pasional. Llamé a la policía he hice mi descargo.
Hablé de esos amores autodestructivos,
pero también hablé que ciertamente, hay miles de muchachas en la ciudad, que
desean ser amadas, como debo remitirme a hace un par de días, cuando hice el
amor con dos mujeres muy diferentes, una, intelectual, precisa para la
filosofía al momento de hacer el amor, insumisa hasta cierto momento por no
querer quitarse el sostén, hasta haberla hecho sentir mi mujer, siempre ella,
con los lentes puestos, dialogando sobre Platón, Pascal, Feminismo, la
libertad, la realidad universitaria, qué es el sexo para las mujeres, cómo es
la economía en la ciudad, qué métodos se utilizan para ser un buen orador, mejor
dicho, en el caso de ella, qué técnicas debía utilizar para dominar el
auditorio, y todo esto dicho sea con claridad, mientras le hacía el amor en
todas las diferentes maneras posibles en una hora de sexo, donde la sentí muy
fría, distante, descreída de nosotros los hombres, al menos, hasta que empecé a
sentir el calor de su sexo, mientras ella poco a poco se quitó el sostén y, se
entregó al placer que le brindaba, mientras me deleitaba de sus formas, del
color de su piel, de su mirada fría que encontró en mí, alguien con quién hacer
el amor y a la vez conversar, como si se tratara de un terapeuta sexual que
combinaba el sexo, con sus preocupaciones, sus miedos, todo lo que le impedía
ser libre, por más que reafirmara una y otra vez que ella era dueña de su vida,
que se pertenecía a sí misma.
Al terminar la hora de sexo, me
dijo entonces que era cierto todo lo que le habían dicho de mí, que me gusta
hacer el amor filosofando, que no transpiro mientras durante una hora de sexo
continuo, sin necesidad de que me hicieran el sexo oral, soy feliz con cada
muchacha que he de conocer para el amor y, que era alguien extraño, porque
había hecho el amor con más de 50 mujeres demasiado bellas, hermosas,
peligrosas y, que nunca las volvía a llamar, nunca quería volver a querer saber
de ellas, que no me enamoraba ni las reclamaba como si fueran de mi propiedad,
que en mí, el apetito sexual radicaba en hacer el amor con diferentes muchachas
en donde me entregaba totalmente, para luego, volver a recuperar mi
impasibilidad y recuperar mi libertad. La muchacha era universitaria, tendía a
lo sumo 20 años. Fue mía.
Al salir de la habitación, otra
muchacha, aburrida por no tener nada qué hacer, luego que le dijera a mi amigo
que una hora de sexo no me bastaba, que estaba insatisfecho, me sugirió que
hiciera el amor con la mujer sentada sobre el sofá que nada tenía qué hacer. Era
hermosa y de otros 20 años también, mejor dicho, tenía también una vagina
virgen, es decir, no era una mujer que hubiese estado preñada. La vi como veo a
todas, es decir, sin asombrarme por su belleza, porque estoy acostumbrado a
hacer el amor con mujeres sumamente bellas. Ella percató eso y se levantó de su
asiento para demostrarme que era excepcional. Y lo logró, demostró lo que era
en realidad. La tomé de la mano y le dije, hagamos el amor una hora más. Entonces
cuando ya la tuve desnuda, pensé en cuántos hombres habrían perdido la cabeza
por ella, cuántos habrían caído en la bancarrota solo por su pericia para hacer
el amor. Era demasiado hermosa, empoderada en la belleza sabida que emanaba con
sus ojos, su rostro, sus gemidos, su silencio y actitud complaciente y sumisa. Su
cuerpo era desigual en comparación con las demás mujeres que conocí. Era una
mujer destinada a tener por lo menos 15 hijos por poseer tanta belleza, tal
cual como le dije, era una mujer condenada a recibir elogios siempre cada vez
que cruzaran su mirada con los ojos de algún hombre y espontáneamente le dijeran que ella era muy linda. Puntualicé que su misión en esta vida era rescatar a
los hombres suicidas, que el amor cobrara significado solo con ella, y que el
cariño que brindaba tenía mucho poder. Luego de la hora de sexo, sin haber
eyaculado y haberla hecha mía, prendí un tabaco, me despedí y, caminé un trecho
por las calles hasta llegar al paradero para volver a casa. Pensé en los amores
autodestructivos y los feminicidios otra vez. Era algo de lo cual me había salvado,
algo que pudo haberme llevado a mi desgracia, me felicité por haber llamado a
la policía para que esa mujer no me buscara más. Es cierto que dolió un buen
tiempo el desamor, pero conocí mujeres demasiado bellas desde entonces, algo
superior a esos trances donde no se es feliz, algo que yo llamo: felicidad.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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