EL DEMONIO DE ÉBANO



Nada como escribir después de una ducha de agua caliente mientras se ha tenido la normal sesión de una hora de sexo de la tarde. Mejor dicho, no hay nada como sentarse frente al ordenador y escribir después de haber follado. Es inspirador. Debo recordar lo escrito en mi séptimo libro donde hablaba del amor y las no pertenencias. En realidad estoy muy agradecido por los privilegios que se me han concedido. Conocí el amor verdadero en su momento, para callar los reclamos y plegarias de ese hombre treintón que era y tenía la certeza que nunca conocería a la mujer que me abriese el camino a las demás mujeres. Esto me hizo concluir que el amor es una experiencia inevitable, que no tiene edad, y que es bien cierto que llega cuando uno menos se lo espera. Me quedan sentimientos de lastima por parte de aquellas mujeres que aún siguen siendo vírgenes pasados los 40 años y, en la expresión  de sus rostros solo se refleja odio, asco, si acaso, el sexo para ellas es aún incomprensible. Creo que el amor maduro es aquel que nos permite disfrutar de éste sin tomar en cuenta los celos o discusiones que dañan a la pareja.  Yo pensé que hasta hace tres semanas, tener tres mujeres era algo verdaderamente plácido, pero como escribiera en otros escritos, tenemos nuestras preferencias, algunas  mujeres son más intensas, nos sacian el apetito sexual completamente, así siempre se quejen que uno no alcanza nunca el orgasmo en esos largos y paradisiacos minutos que pasan de la hora, cuando mis mujeres eyaculan una y otra vez, cuando sus flujos vaginales mojan las sábanas, cuando se entregan plenamente, cuando comprendo que las he hecho muy felices. Me hubiera gustado tener esta sabiduría con quien fue el gran amor de mi vida, una mujer a quien considero que fue de lo más valiente que se puede ser, cuando se trata de primeros amores, sobre todo cuando se toman en cuentan los riesgos de intentos de suicidios, emociones violentas donde hay escenas de celos con escándalos, para terminar en renuncias donde los hombres no perdemos nada, lloramos un par de años, perdemos peso, descreemos por un tiempo de las mujeres, nos volvemos recalcitrantes misóginos y nos llenamos de una amargura que nos ciega por un tiempo, que en mi aprendizaje pasa, no es para siempre, que en el camino vamos encontrando muchachas decididas ante el amor, con el corazón de piedra aparente, sin dejar de ser tiernas, cariñosas, mujeres al fin y al cabo, sobre todo cuando han sido tratadas como tales. Lamento así de esta forma mi primer amor y todo el drama donde no me di cuenta, alguien me amaba con intensidad, a pesar de haber amado ya dos veces antes, y saber de lo peligroso que es amar a un hombre que tuvo 41 años y que aún no estaba curado de los errores de las pasiones donde se pierde la razón, dañando a la otra parte, en este caso a la mujer que se las jugó por uno. Pero líneas arriba hablé de las preferencias entre las tres mujeres libres con las cuales compartí estos últimos días, para luego comprender que era ella, la mujer de ébano la que me hacía sentir más. Y de ella hablaré ahora.
Porque era extremadamente hermosa y deseada. La llamé un par de veces y parece, no había captado su mensaje al darme su número de celular. Ella ya no estaba para citas con café y tabacos, quería ser feliz a mi lado. Un desprecio, un desaire de esa  forma, por quien puede muy bien ante los ojos de los demás  ser como una diosa para el amor hizo que dejara de contestarme. Tomé la decisión de buscarla. El punto de encuentro era una casa donde ellas siempre se reúnen donde un abogado les alegra la tarde con historias mundanas y lecturas, que recién supe, estaban fijadas en mis libros. Todas las noches al hacer sus redondillas para tener dinero, para gastarlo en ropa, zapatos caros, gustos en la comida y viajes, era razón para alegrarle las noches a este buen samaritano que las recibía con comida y bebidas para terminar las noches en fiestas donde se esmeraba en verlas contentas, siempre llamando a sus amistades, amigos para ser preciso, para que ellas estuvieran bien atendidas, sea en afectos, o posibles encuentros amorosos que como escribí, nos pertenece a los libres.
Y entonces recién tomé consciencia con quién hacía el amor. Yo llegué para citarme con la mujer de piel nacarada y cabello rubio, para querer saber de sus artes en el amor. Y comprendí que cuando conocí a la mujer de ébano, no solo había acertado en mi percepción de sentirla como a una pantera.
Una sombra detrás de otras sombras en un cuarto en penumbras me hizo presentir los celos de quien sin amarme, me  sentía como un macho que la prefería. Era una lid entre dos razas: la negra y la blanca. Y al verla, allí, vibrando como un animal enjaulado que está poseído por su agresividad y poder, percaté que a quien le hacía el amor era a un demonio.  Comprendí recién los Delirium Tremens de mi aliado cuando me comentaba que después de hacer el amor con 5 mujeres, en esas encerronas en La Quinta, cuando caía rendido sobre su cama, luego de días enteros de placer con esas muchachas complacidas por un Semental, al despertar mi aliado en estupor sentía el infierno del súcubo, siempre en apariencia de una mujer demasiado hermosa, de cabello largo negro, de piel muy blanca, y más adicta al sexo que las ninfómanas conocidas al menos en esta ciudad. De cómo su padre le comentaba que lo mismo le pasaba y sin darle más vueltas al asunto se las follaba sin miramientos algunos, acaso correspondían a lo que vi en la mujer de ébano, un demonio hecho mujer, el diablo en persona.
No sabía a quién había dominado en la cama y hacía venir en constantes orgasmos para placer de ambos.
Para ser más claro, siempre la hago mía. No tengo tiempo para pensar si ha follado con otro hombre, solo deseo tener mi tiempo en soledad para escribir y tener la certeza que sepa escoger buenos sementales que con preservativo sepan hacerle el amor.
Hace un momento, mientras ella no paraba de hablarme, luego de la hora de sexo que tuvimos, donde mojó las sábanas a más no poder, gimiendo como una auténtica pantera, a la cual agarraba con furia, sintiendo por momentos que montaba a una yegua azabache, apretujando con una violencia propia de los orgasmos su cintura estrecha que terminan en una escultura que ha sido mía  decenas de veces desde que nos conocimos, siempre dejándole las marcas blancas de mis uñas que surcaban su espalda, sus muslos, sus piernas, ese trasero tan bien hecho por Dios, que de pronto, como dije, cuando empezó a hablarme de cómo preparaba los platos, esas cazuelas que en Colombia se hacen con pulpo, calamar, langostinos, conchas negras y geles hechos de estos frutos del mar, pasados a la olla y luego gratinados con generosas cubiertas de queso parmesano, me hicieron temer que esa pantera, ese demonio a quien someto a voluntad, ese diablo hecho mujer, no solo al momento de exigirme que me rasure mis vellos púbicos, estaba sintiéndose más que hembra conmigo, que quizá ya era momento de conocer a esa rubia con la cual hasta hoy ella  llevaba ganada la partida en el lecho.
Pero como siempre he dicho, cada mujer tiene un arte especial para hacer el amor desde  donde no solo se revela su personalidad,  sino también su característica al momento de follar.
Era tiempo de pasar la página, que como bien lo dijera una de mis mujeres: otra me reemplazara, ya lo verás, y ante tal sabiduría, ese conocimiento sobre el amor y las relaciones, no objeto nada, que bien estoy como estoy, con mis mujeres y mis preferencias así me pregunten una y otra vez: ¿por qué no te has casado?, ya tienes 45 años, ¿acaso quieres tirarte a todas nosotras? Ante lo cual solo sé contestar con un amén, un: así sea.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco



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