LA LEY



Aquella tarde de manera furiosa le dije al Comisario de la Comisaría de Santa Marta: ¡haga un operativo anti drogas por todo el Cercado de la ciudad!, me ha detenido usted injustamente por estar indocumentado. Soy Escritor, he salido decenas de veces por los medios de comunicación y he declarado estar en contra de la corrupción y las drogas. Ahora me quiere dejar en libertad luego de haberme amenazado con estar detenido por 4 horas en la carceleta. Sus hombres de boinas rojas me detuvieron en plena Plaza de Armas y, por mi propia voluntad he venido en el auto de la policía a su Comisaría a quejarme. Acaban de ver en su base de datos y ahora pretenden disculparse. ¡Haga inmediatamente un operativo antidrogas por todo el Cercado de la ciudad y meta presos a todos los delincuentes y vendedores de drogas! El Comisario observó el Documento de Identidad que trajeron mis familiares sobre su despacho. No. No me quise ir hasta que se me resarciera moralmente por la infamia a la cual había sido sometido. Cogió el teléfono y ordenó el operativo antidrogas.
El Brigadier me dijo, Señor Pacheco, han soplado, están enterados de la ronda que usted desea hacer donde vive. Es inútil, no vamos a encontrar a nadie. Eso fue hace años, cuando recién llegué a vivir a la zona residencial que era territorio de narcotraficantes.
Semanas después declaré por los medios de comunicación mi campaña en contra de las drogas. Fui acosado por decenas de cambistas que lavaban dinero para toda una red de familias que blanqueaban dólares para muchas de personas que viven a dos cuadras de mi casa. Mi queja fue expuesta en la Comisaría de Yanahuara. El oficial que me atendió se asustó. ¡Los cambistas!, dijo nerviosamente. Están en la jurisdicción del Distrito de Cayma. Era inútil. Sabía que allí no me harían caso. En ese distrito fui sometido a una cruel tortura por estar con contra del mal vivir de las personas que bebían en demasía y consumían drogas sin que la policía hiciera nada. Semanas después, cayó esa red de lavado de dinero que era protegida por policías inescrupulosos. Los noticieros hicieron público el escándalo. Ese acoso por parte de esos vecinos fue esclarecido recién para mí: vivían de esa red de lavado de dinero.
Es lo que se llama: la vida fácil.
Nadie escapa de la Ley en Perú. Todo está registrado. Todos los ordenadores son rastreados por los servicios de delitos informáticos de la policía peruana. Aquí, el que delinque, cae tarde o temprano. La cárcel es un lugar donde la mafia sigue delinquiendo desde celdas doradas donde los Dones callan, nunca cantan, mientras disfrutan de todas las comodidades, desde bellas mujeres, hasta televisores, computadoras y celulares, con whiskys de marca de por medio y tabacos. Las condenas son largas, de por vida si es posible. Aquí en Perú, hasta los ex Presidentes caen y son perseguidos por la Ley. Todo llega a saberse tarde o temprano.
Es común en estos amaneceres, mientras escribo, que las sirenas de los autos policiales suenen a cada momento, persiguiendo seguramente a delincuentes a los cuales les cayó todo el peso de la Ley. Escucho desde mi habitación, donde escribo, los autos policiales a velocidades persiguiendo a otros autos. Siempre suelen pasar por mi vereda cuando suelo salir a calar un tabaco desde mi balcón y los observo dar la ronda respectiva.
La Fiscal redactaba mientras escribía sobre mis declaraciones: “Escritor, hace campaña contra las drogas”. De la Comisaría hasta la Gobernatura, hasta la Fiscalía, las notificaciones constantes, amenazas de muerte, el hecho que a voces me dijeran que me iban a cortar entre 12 y me iban a dejar muerto en cualquier momento, no me amedrentó. Robos constantes, ebrios todas las noches haciendo escándalos donde se agarraban a golpes, gente drogada, cansaban a los vecinos de la zona donde vivo. “El caso está archivado definitivamente, puede retirarse Señor Pacheco”, me dijo finalmente la Fiscal. En ese momento, la mafia supo de mí.
Los autos policiales siguen rondando el lugar donde vivo. Aún se cuecen habas aquí, lo presumo, pero a mis 45 años aprendí algo valioso: La Ley en Perú, tarda, pero llega. Mejor dicho: nadie escapa de ella.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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