200 SOLES



Al entrar, encontré a un par de muchachas que inmediatamente empezaron a reír de alegría. ¿Fueron ya tuyas ellas Mauricio?, las miré y trataba de recordarlas, creo que sí, le respondí a mi amigo. Una de ellas, una muchacha de algo de 20 años me dijo entonces mientras llevaba una sonrisa de felicidad en su rostro: “ahora vas a saber qué sentimos nosotras cuando nos haces el amor. Hay una mujer que se ha enterado de ti y quiere hacerte el amor”. No me extrañó ello para nada, mucho menos cuando agregó: “ahora sí podrás hacer el amor todas las horas que quieras, ella está pagando por un superhombre que pueda satisfacerla y, quiere al igual que tus exigencias, hacer el amor por horas de horas”. La otra muchacha que estaba sentada en el sofá reía también mientras me decía: “te va a agarrar a latigazos y dominar como lo haces con nosotras. Queremos escuchar cómo la haces gritar de placer. Es una mujer muy exigente que quiere sentir amor”. ¿Y está aquí? Mi amigo dijo, no aún no ha venido, ha llamado varias veces desesperada preguntando si ya habías llegado. Va a pagar 200 soles por ti, mira que no acostumbran pagar tanto siendo ella muy guapa, joven, y atractiva, de buen cuerpo como a ti te gustan, blanquitas, con senos prominentes, buen derrier, sin tatuajes y sana, ven, pasa a la habitación donde la debes esperar, ok, le dije mientras frotaba mis manos con sumo placer ante los comentarios de las muchachas que fueron mías y repetían con alborozo: “míralo cómo disfruta”.
Al entrar a la habitación, pregunté si podía encender un tabaco, me dijeron que sí, que a ella no le molestaba el hecho que calara tabacos mentolados. Prendí el mío mientras me recosté en la cama previo reconocimiento de ésta. Decidí hacer el amor con el colchón en el piso. A los breves minutos mi amigo abrió la puerta nombrando a varias muchachas a las cuales él decía: “a ellas también les sacaste la vuelta con estas otras, ¿no?”. En ese momento apareció la blanquiñosa, vestida de forma casual, con unas gafas oscuras, un polo escotado rosado y, un jean ajustado que le quedaba muy bien. me presenté dándole mi nombre. Si sé tu nombre me dijo ella mientras le dije: “así que quieres hacerme el amor”. “Sí”.
Luego de haber colocado el colchón sobre el piso y haberla desnudado, sus dedos empezaron a acariciar mi cuerpo mientras tratando de indagar sobre mí, me preguntaba: ¿qué parte de tu cuerpo te excita más?, pues mi miembro viril, puedes empezar por allí. Luego de succionarlo de manera pésima, sin ánimos de desalentarla le ordené que se echara sobre mí, sí, escribí claramente ello, le ordené a la dominatriz que me cabalgara. En ese momento me di cuenta que mi sola presencia la tenía intimidada y muy anhelosa de querer saber cómo hago el amor. Sus senos hermosos de pezones claros los frotaba contra mi pecho mientras empezaba a besarla: me gusta cómo besas, besas muy rico, dijo. Ya para ese entonces, sabiendo que podía tenerla las horas que quisiera, a sabiendas que era tan golosa como yo para el amor, le ordené que se pusiera en ángulo recto, apoyándose en la tarima. Al momento de penetrarla olvidé que era yo quien debía hacer todo lo que ella quisiera conmigo mientras corroboraba la dureza de ese derrier perfecto al cual le sacaba duros sonidos al ser golpeados por mis manos, hasta ponerlo bien rojo, sin parar, entrando y saliendo de ella con una erección cada vez más grande, gruesa y dura. Es que ese derrier aguantaba de todo, porque parecían mis manos latigazos que la complacían mientras decidía hacerla mía en todas las posturas que se me dieran la gana.
Estaba acostumbrado a que se me tocaran la puerta luego de una hora de sexo, para que se me dijera que ya debía terminar mi sesión de sexo. Esta vez, luego de más de 3 horas de sexo,  era a ella a quien le tocaban la puerta para decirle que ya era suficiente. Le dije a mi amigo que recién iba por la mitad. Mi amigo se marchó y ella, luego de un cuarto de hora más, fue quien me pidió que parara, que era demasiado, que su cuerpo ya no daba para más, que sentía cómo todas sus vísceras habían salido de lugar, que la semana había sido muy larga, el estrés del trabajo, los problemas familiares, el deseo de sentirse entendida, de liberar todas las tensiones de los días de mierda donde no se sentía feliz, y tanto rollo con el cual al hacerle el amor, ella iba relatando mientras entraba y salía de ella, hizo que de pronto se entregara como pocas veces se entrega una mujer cuando es tratada por un hombre que sabe cómo hacerle el amor a una mujer que necesita más que placer: alguien que sepa escucharle, pero haciéndole el sexo a la vez.
Al terminar se despidió con ganas de llorar, había desahogado todo lo que llevaba dentro. Mi amigo me pidió entonces que permaneciera unos momentos en la habitación hasta que ella se fuera. Pasado el momento, pasé otra vez a la sala de estar donde las muchachas me preguntaron:” ¿pensaste alguna  vez que te pagarían por hacerle el amor a una mujer?”. Igual lo habría hecho gratis, esa mujer tiene aguante, bueno, no el que yo hubiera deseado, pero es una hembra en la cama.
Mi amigo se quedó con el pago de la habitación y su comisión. Fui al baño para ducharme y peinarme. Al salir antes de despedirme, pregunté por una norteña con la cual quería hacer el amor en ese momento, era una norteña A1 de esas que hacen shows para magnates. No Mauricio, no seas tan goloso, ella ha salido, mejor dicho, se cansó de esperarte mientras comentaba con las demás muchachas sobre ti. Ok, le dije a mi amigo.
Ya en la calle, prendí mi tabaco. Quería seguir haciendo el amor.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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