DE LAS MUJERES QUE DEJAMOS IR
¿Qué opinas Mauricio?, me pidió
que lo acompañase para esperarla. La esperamos más de una hora. Estaba él muy
entusiasmado, parecía un adolescente como en sus primeras citas, siendo un
cincuentón, si lo hubieras visto, le brillaban los ojos, hablaba con muchos
elogios sobre ella, no dejaba de ver los minutos porque me pidió que estuviéramos
20 minutos antes que ella apareciera, en medio del parque, donde la gente iba y
venía, donde él estaba a punto de encontrarse con quien repetía una y otra vez,
con ella se quedaría, que sus épocas de don juan ya habían acabado, que no le
sería infiel, que cuando la conoció, vio en ella una mujer de corazón raro de
encontrar, tan dulce, tan buena, tan amorosa, se la tomó muy en serio Mauricio,
mientras miraba con ansias el reloj, contando segundo a segundo, sintiendo esas
emociones propias de los enamorados que sienten palpitar su pecho con angustia,
con los estremecimientos propios de los que saben que eso no ocurre todos los
días, que a nuestra edad las mujeres son solo para el sexo, no para el amor. No
sé, tú tienes una manera diferente de ver al amor, te enamoras de cada muchacha
que conoces y nunca das un paso hacia atrás, siempre estás con otra nueva
muchacha de quien sin duda te enamorarás, pero no te esperanzas en más nada,
salvo en el sexo compartido, en los adioses que no te duelen, entiendo que a
tus 45 años, ciertas emociones te parecerán solo vagos recuerdos de vivencias
que has dado por agotadas, pero él, con sus 57 años, allí, dentro del auto, si
vieras cómo me hablaba de ella, por un momento pensé que me estaba hablando de
una actriz de cine, de una mujer demasiado bella, con las virtudes propias de
las que no existen ya. Yo solo le escuchaba mientras desde el auto,
estacionados contando los minutos, él miraba a todas partes, tratando de
adivinar por dónde aparecería, viéndose a toda hora en el espejo para ver si
estaba bien peinado, la camisa bien presentable, oliéndose bien las axilas, la
colonia que se había echado, si los zapatos brillaban bien o si el pantalón
seguía bien planchado, preguntándome como un adolescente si estaba de buen ver,
transpirando sin poder evitarlo, secándose con su pañuelo la frente una y otra vez,
secando el sudor de las manos, mirando siempre hacia todas las esquinas del
parque, diciéndome a viva voz: ¡es ella, es ella!, para luego decir que no, que
se le parecía mucho, que los minutos pasaban Mauricio, que de pronto ya era la
hora acordada y que él ya debía salir del auto para pararse en medio del parque
como habían acordado, en medio de la multitud de personas que estaban sentadas
en las bancas, entre los transeúntes, con el ramo de rosas en la mano como ella
se lo pidió, como él accedió con seguridad, porque era un amor para siempre,
una mujer de 30 años le había dicho que estaba dispuesta a empezar de nuevo la
vida con él.
Saqué uno de mis tabacos
mentolados para prenderlo, mientras sorbía de mi KR helada, escuchando el
relato de mi amigo, con quien siempre suelo hablar de nuestras mujeres. Esta vez
hablábamos de este conocido en común. Calé el tabaco sin anticiparme a nada en
la historia. Después de los 40 años, los relatos como estos son impredecibles,
las anécdotas sobre el amor se tornan más interesantes, antes de sacar las
primeras conclusiones.
Y así fue Mauricio, se paró en
medio de todas las personas, con el ramo de flores para ella, siempre
frotándose con el pañuelo la frente, para secar el sudor de sus sienes,
guardando inútilmente la calma para no ceder a la tentación de ver todas las
esquinas del parque, quizá preguntándose si no le había entendido bien, si
acaso él debía estar en otra parte del parque que era muy grande, que por la
cantidad de personas, quizás ella no lo ubicaba, que debía ir de un lugar a
otro cuando ya habían pasado los reglamentarios 15 minutos, que el celular de
ella no contestaba llamada tras llamada, no, algo debió ocurrirle, no podía ser
que no hubiese asistido a la cita, mientras miraba el ramo de flores, mientras
sus ojos se estrellaban entre hombres maduros que empezaban a rumorear con
sorna, mientras las mujeres murmuraban y empezaban a reírse de un cincuentón
que estaba haciendo de cursi, escenificando la parte de los que aún no saben
qué es el amor, porque no, este hombre era ya vivido, lo suficiente para un
cincuentón que había vuelto a sonreír por haber cedido a la tentación de la
ilusión, de sentir el amor otra vez, o creer en éste. Porque así insistió en
esperar 10 minutos más, 20, 30, una hora, dos horas, hasta que tuve que salir
del auto y decirle: “vamos estimado, ya fue”. Te juro que la cara que traía era
una de esas caras que pocas veces vemos en la vida y que no deseamos volver a
verlas. Lo dejé en su casa para estar seguro que no cometiese una insensatez, o
volver a tomar, o quizá tomarse todas las pastillas que encontrara en su
botiquín, es que se sintió después de mucho tiempo, eso, demasiado viejo,
indeseable para el amor. Quiero estar solo, me dijo. Me marché y, ahora, quiero
saber de tu opinión mi estimado Escritor.
En realidad no hay mucho qué
decir mi estimado, le contesté de inmediato. Al parecer el tipo era demasiado
bueno para ella y, eso ella se dio cuenta, porque quizá lo consideró como un
volver a empezar con él, no es que el tipo haya sido un tonto, simplemente
hasta las malas mujeres tienen corazón, no quiso hacerle daño, no quiso
convertirlo en un suicida en potencia, mejor dicho: no quiso destruirle la
vida. Nada le habría costado ir a la cita, hacer el amor con él y luego dejarlo
con las excusas inverosímiles que siempre se dan en estos casos. ¿Entonces qué, no
fue una mierda con él al dejarlo
plantado? No, habría sido una mierda si hubiera dejado que él se enamorara
hasta los tuétanos. Lo pensó bien, no quiso hacerle daño, por eso no asistió a
la cita. En otros términos, le hizo un gran favor, porque le dio a entender que
ella no lo merecía, que solo lo habría hecho sufrir y, por lo que veo, tu amigo
cincuentón, es demasiado buena gente. Ambos lo superarán. ¿Ambos?, sí, ambos,
porque para ella también fue una oportunidad para volver a amar, pero
deduciendo los acontecimientos como se dieron, él habría sufrido mucho en esa
relación y, ella, al ver que podría haber hecho con él lo que se le viniera en
gana, lo habría dejado estigmatizándose más como mujer fracasada y mala. ¿Y el
ramo de rosas?, Mauricio, obvias que lo citó en un parque a una hora muy
concurrida donde fue motivo de burla de todos los presentes. ¡Ah, el ramo de
rosas!, ¿es que ustedes nunca entienden que las rosas son solo para las madres,
que las mujeres a cierta edad no se conmueven con esas, que solo una madre
sabe valorar lo que es un ramo de rosas? Que se dé por satisfecho de saber que
se libró de una mala mujer y punto.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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