EL HOMBRE QUE DESCIFRÓ A DIOS




En otro tiempo, cuando el hombre sabía de la tierra infinita y, media cerca de 30 metros, cuando pocas veces adentraba en la tierra de las nubes y, su tecnología era superior a la nuestra, en otra era, cuando las montañas y los volcanes tuvieron otro origen y, se buscaba el oro con fines medicinales que era ingerido, para así poder vivir por un periodo de vida largo, supieron estos gigantes de los árboles que median kilómetros de altura y, relatan los viejos brujos del África, se supo de un árbol cuya longitud era difícil de medir y a cual su acceso estaba prohibido, porque, comentan estos hombres que relatan oralmente desde el origen de esta era, fiel a manuscritos que solo ellos poseen, este árbol llegaba adónde el mar volvía aparecer, más allá de las estrellas, por encima de éstas, a una altura donde el Sol podía ser observado y, la Luna no era un misterio para estos titanes.
Entre los años perdidos de nuestra era, un amanuense logró luego de encontrar estos manuscritos, huir de las abadías que quedaban al norte, en compañía de creaturas extrañas que venían desde más allá de los confines de esa era, para rescatar el conocimiento que comparto con mis lectores donde, se explicaba detalladamente las enseñanzas de estos gigantes cuando en su era, desde lejanos continentes que ahora el hombre desconoce, buscaban el oro del polo magnético, haciendo excavaciones, donde ahora solo quedan mesetas y áridos desiertos, cuando habían elementos que el hombre de esta era no conoce, con los cuales, dicen estos brujos que también imparten la Ley en sus órdenes precarios y alejados, con el fin que los hombres postmodernos no se enteren de los secretos que encierra este mundo, mucho antes de los dioses egipcios, mucho antes que los sacerdotes descubrieran la quietud de Júpiter en el cielo o, se sujetaran a los designios de Sirius. Porque entre las revelaciones que son pertinentes divulgar en el final de esta era, se detallan las fórmulas para amalgamar la roca primigenia, la que no proviene de árbol original, el secreto masónico celosamente guardado de los primeros alarifes cuando se construyeron las pirámides conocidas que por cierto, no fueron las primeras y, cuando se borró de la historia del hombre de esta era, todo vestigio o rastro de la presencia de quienes ya conocían la transmutación de los metales y se dice, lograron salir de la bóveda hasta conocer el mar que está sobre los cielos y que en la era de ellos era diferente a la que ahora conocemos, cuando observó el primer gigante que subió el árbol que nunca acababa, las mismas luminarias y estrellas que se pueden contemplar desde donde actualmente estamos, con el mismo Sol y, la misma Luna, hasta llegar a estar más allá de Orión y los demás astros, donde lo que es llamado por los hombres de ciencias como universo, es lo desconocido ante todas las probables teorías de Dios y lo que somos.
Dicen que como es arriba, es abajo, y así, ante la desobediencia por haber subido por el árbol que comunicaba con el mundo apartado desde donde Dios lo contempla todo, en la era de Noé, desencantado de la ambición de los titanes, abrió la bóveda que nos protege y, las aguas cubrieron hasta la altura del confín del mundo conocido por el hombre de esta era, ahogando a los gigantes que buscaban la inmortalidad, haciendo que los sobrevivientes fueran expulsados del mundo conocido, para habitar en las tierras del más allá, donde conviven con creaturas que no se nos han vuelto a dar a conocer, todas creadas por Nuestro Señor, privadas del oro que está cercano al polo magnético y que perpetúa la vida.
El amanuense enterado de estos libros secretos, descifró a Dios, su creación y todo cuanto forma parte de la historia completa de la vida en la Tierra. Pero ya en los siglos perdidos dados entre el siglo octavo y décimo, cuando el hombre de esta era, desconocía de las liturgias en latín y, abocado a los placeres de la carne y del vientre, sin prestar mucho caso, le restaron importancia a lo que en un par de generaciones sería solo leyenda o la negación de lo que en nuestros orígenes somos. Comentan los maestros africanos que viven ocultos en medio del desierto donde se proveyó de un oasis donde solo deben llegar los elegidos de cada era, si acaso ahora estemos en la era de piscis, que allí sigue vivo este amanuense, lleno de las verdades necesarias y que nadie debe saber y, por obligaciones actuales donde nuestra tecnología empieza a florecer para, en un estimado de 5 o 6 generaciones, las interrogantes existentes sean incapaces de ser resueltas por las ciencias matemáticas, físicas o químicas como biológicas, el mundo se prepare para grandes descubrimientos, hallazgos donde otras sean las explicaciones del ser humano en torno a todo lo que nos rodea.
Dicen los venerables maestros que en el principio fue el árbol, luego el silicio y las piedras preciosas y, después el polvo que cubre los desiertos y, que el árbol representa la muerte y resurrección no solo del hombre, sino, de todas las creaturas de la Tierra que es infinita y que será corroborado en el transcurrir de las generaciones mencionadas, cuando estemos preparados para convivir con los gigantes y demás creaturas que nos visitan desde sus naves, hasta que sea el final de esta era, para cuando la idea de universo cambie y Nuestro Señor retorne con un nuevo evangelio, en el día de la revelación, cuando otros mandamientos nos guíen, para la necesaria convivencia, entre creaturas, gigantes y, el hombre de esta era, para poblar las tierras que están más allá del frío intenso, en donde lo imposible existe, pero no deja por ello ser infinitamente inferior a la sabiduría de Dios.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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