LA VOZ TORVA DEL SOLITARIO INVENCIBLE



No elegimos las circunstancias donde debemos ser hombres, los sueños de los niños son tan distintos cuando se ignora cómo es el mundo, es tan fácil ir de la mano de papá por las calles y creer que siempre todo irá bien, que ese mar del lugar donde nací, siempre será un fiel amigo al cual se puede recurrir cuando otras preguntas en su momento me hicieran entender que no escribía por ceder a la tentación de ser un escritor que fuese reconocido, alguien que recorriese el mundo y fuese recibido con honores en cuanta ciudad llegase, para conceder entrevistas y estar siempre rodeado de las mujeres más bellas. No jamás pensé en ello. Una tarde de invierno, frente a ese mar mencionado, antes de cumplir 18 años, me supe como siempre, como hasta ahora, sin un igual, sin nadie que me respondiera por qué la vida toma ciertos rumbos donde no tenemos capacidad de elección, donde libramos luchas muy lejanas a la paz normal de las personas que en mi entorno, comprendí, tuvieron un destino menos complicado del mío, porque así lo pensé muchos años después, luego de haber cumplido dos meses de internamiento en un psiquiátrico, a mis 27 años, cuando me formulase la pregunta: ¿esto es la vida?, ¿éste es el precio por luchar por mis derechos humanos? No tendría respuestas los siguientes internamientos psiquiátricos donde para poder ser libre, tuve que aceptar un diagnóstico que a partir de ese momento, me cerraría las puertas más importantes, las que son necesarias cuando se toman las decisiones que marcan un antes y un después en el destino que uno persigue y del cual uno desea adueñarse.
Me he reído tanto de esos intelectuales que se han llenado tanto la boca con frases ingeniosas y discursos revolucionarios, influyendo de manera confusa en tanto joven lector que les han leído, porque quizá nadie ha hablado más claro, más fuerte, nadie, tal vez, ha sido lo suficientemente sincero, como para recordarnos por qué luchamos, por qué callamos, por qué sentimos siempre que la vida no nos pertenece.
Si peleamos por tener un amigo, si peleamos por tener el amor de una muchacha, si peleamos por tener un lugar dentro de este mundo, si peleamos ante las decepciones y traiciones constantes, si peleamos ante la soledad total en el mundo, si llegado el momento, en el avanzar, encontramos la bandera abandonada de los que dieron todos sus alientos en contra de su voluntad, esos hombres que superaron todos los rituales y que no se rindieron a lo adverso y mantuvieron incólume sus principios, batallando constantemente para no ser cambiados por el mundo, si dentro de todas estas peleas, acaso solo reine el silencio otorgado solo para los que merecen paz, esas soledades como recompensa que deben ser aceptadas, como en este momento en que me he sentado a escribir y relatar la historia de los desiguales, los que sabemos del murmullo de esas olas a las cuales extrañamos, cuando en otros días, se vuelva a estar frente a ese mar para entregar los sentimientos que nadie entendió y que han de ser palabras encarnadas en hechos, libros, poemas, encrucijadas y experiencias extremas, donde se sabe, solo el mar podrá entender, al menos, alguien más fuerte no conozco hasta ahora, alguien con quien me pueda entender, cuando en momentos como este, pienso en quién podría escucharme, quién podría soportar las expresiones más vitales, sin ningún resquicio de envidia, sino con la honra propia de los que agradecen la compañía de esos hombres de voz torva e invencible, esos solitarios que han llegado a su orilla, con su bandera intacta, la bandera del destino, la bandera que somos todos nosotros y que pocos pueden llevar, en cada generación.


Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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