EL HOMBRE QUE DEJÓ DE FUMAR TABACOS





No solo había recuperado mi olfato, puedo reconocer a los que está consumiendo pasta básica de cocaína desde sus habitaciones, por donde yo transite, reconocer el olor a marihuana consumida, el mismo olor del tabaco que salía de casa y que ahora lo siento por las calles a medida que me desplazo. Es curioso, puedo sentir los olores sexuales también, precisar si en esa casa acaban de tener sexo anal o, en la otra, la pareja ha tenido sexo vaginal o si es que ella tiene cistitis o infección vaginal.
No sé cuántos días estoy ya sin fumar, la verdad intenté muchas veces dejar el cigarro, sin éxito alguno que, cuando me decidí dejarlo, no anoté la fecha ni prometí nada, es decir, si iba a definitivamente dejar el tabaco.
Lo mejor de todo es que me siento libre, puedo pasear tranquilamente por la ciudad sin sentirme discriminado por las muchachas que con la mano de manera escandalosa apartaban el aire de mi lado como si yo fuera un apestado, pensaba en ese momento si a ellas les agradaría que hiciera lo mismo cuando estuvieran con la regla y sintiera el vivo olor a sangre podrida que se les cae de su sexo con el óvulo podrido, no, no creo que les hubiera gustado, pero como fumaba tabacos, no tenía argumento alguno para defenderme, ahora sí puedo hacerlo, porque soy un hombre vivido que no solo puede reconocer e incomodarse con el olor a menstruo de esas muchachas que pensaron que nunca dejaría el tabaco, sino que además, puedo reconocer el olor a preservativo que acaban de usar luego de una sesión se sexo, el olor del sexo mismo y sus flujos vaginales, el olor de los que se han excitado así sea entre varones solamente, lo cual me daría a entender que es un grupo de gays a evitar o, el que se dé entre mujeres, lo cual vendría a ser un grupo de lesbianas a evitar también.
Al despertar por la tarde sentí ese vivo olor a gebe quemado, alguien por la zona donde vivo estaba fumando pasta básica de cocaína. Si de por sí, el alcoholismo es una enfermedad mental dentro de los diagnósticos dados por la Organización Mundial de la Salud, la drogadicción lo es también. Recordaba el asco de las personas que pasaban por mi balcón cuando sentían el aroma a mis tabacos, debo entender lo sinvergüenza que son algunas personas, porque si bien, se fumaba bastante tabaco desde mi balcón, el aroma era tan fuerte que, me era imposible darme cuenta que fumaban pasta básica de cocaína todo el tiempo. Ahora que he dejado el tabaco, comprendo que en el lugar donde vivo hay dos tipos de enfermos mentales: los alcohólicos sin cura y, los drogadictos, gente sin moral ni escrúpulos, gente destruida interiormente y que se sabe nada en medio de los escándalos donde beben por horas de horas como lacras sociales, lo que bien se llama: despojos humanos que nada bueno tienen que aportar a la sociedad.
Y bueno, sin consumo de drogas, de alcohol y tabacos, con la potencia sexual de un muchacho de 18 años, con mis robustos 100 kilos de peso y un poco más, heterosexual y lector conspicuo de libros edificantes, incorruptible y amante de la moral, he de entender que esto es así en todas partes, que mi soporte emocional o psicológico se basa en todo lo que he aprendido y visto en mis casi 46 años, porque desde que vine a vivir a esta zona, he visto a decenas de ebrios y gente de mal vivir, o bien morir o desaparecer de la zona. Tengo esa certeza, que nada es para siempre, que los que hoy ríen a costa de alguien, mañana recibirán el mismo trato o bien ellos o sus hijos y, que ante esas circunstancias, ni podrán decirles a sus hijos: no bebas, no te drogues, no seas homosexual, porque no tendrán la autoridad moral requerida como para hacerles caso, mientras yo siga disfrutando de mis muchachas veinteañeras, siguiendo la filosofía de mi padre: “son mierdas Mauricio, y eso lo saben ellos muy bien, como saben que lo serán así hasta que mueran”.
No había nada más qué acotar, por mi parte, mientras escribo, no tengo ánimos de fumar ni siento desesperación o ansiedad alguna.
Soy más que tú.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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