LO QUE NO SABÍAS SOBRE LAS SILICONAS





Entonces no pueden estar mucho tiempo sentadas, pensé, mientras tocaba esos senos que conocí cuando otras formas tenían, las formas propias de una muchacha adolescente, no los que ahora tenía, los de un par de blader’s inflados que, entre mis manos, debían ser tocados con cuidado para que no se salieran de su lugar, para que no se dañasen. Volví a pensar en las modelos que se habían hecho implantes de siliconas en el derrier, en que ya nunca más podrían estar mucho tiempo sentadas, temiendo dañarse y perder la forma por la cual habían pagado fuertes sumas de dinero, solo para sentirse más bellas.
Ya no era igual, me gustaba sentir sus 65 kilos en su metro setenta, mientras sobre ella, descansaba mis más de 100  kilos a la vez que la penetraba. Algo había cambiado, las posturas para el amor estaban supeditadas a sus senos, a que no fueran dañados sus implantes, casi para ser preciso, a que no reventasen en pleno acto sexual. Intenté en el piel a piel hacerle el amor en las posturas que más la deseada, pero era inútil, no podía estar sobre ella mientras la hacía mía a mi manera, tenía que acomodarme a unas bolsas duras que le quitaron todo lo sensual a la sesión de sexo. La preferí con sus senos de adolescente, la preferí como la conocí. Para el amor, es importante cómo se vea una muchacha, pero, para el amor, es más importante cómo se le sienta al momento de hacer el amor.
Tuve ganas de calar un tabaco. Apagué mi ansiedad cantando una canción de David Bisbal a la vez que sentía nostalgias de las primeras sesiones de sexo donde podía someterla sin temer hacerle daño, porque ella se entregaba y los manazos en su trasero o el jalar de su cabello venían acompañados de un frenesí, haciendo la sesión algo más que simple sexo, el arte del amor hecho realidad. No, no debió hacer eso, a pesar que se le veía tetona, ya no era una mujer a quien podía amar, eran unos senos que se interponían entre mis deseos y los de ella, unos senos de silicona cuyos pezones besé para quedar desencantado.
A la hora de siempre, justo cuando paso por el centro comercial, ella sabía que la reconocería estando de espaldas, con su cabello pelirrojo, su talla igual a la mía, es decir, un poco más de un metro ochenta con zapatillas, sus gafas oscuras ocultando sus ojos celestes, su misma apatía reclamada al guardar silencio a mi paso, en evidencia de saber yo que me esperaba. No era más la rubia de ojos celestes de quien creí estar enamorado hacía 10 años atrás para ser preciso. Si vas a guardar silencio, me voy a aburrir, le comenté. Es mi forma de ser… su forma de ser, su forma de ser, pensé en ello mientras me despedía, ¿para qué me esperaba si no iba a hablar?
Y la miraba a los ojos, la muchacha aún era joven, no llegaba a los treinta años, un día sería como la pelirroja, un día no tendría ánimos ni para hablar, un día el amor sería algo lejano y tan predecible, sin sorpresas ni impresiones que llenasen de entusiasmo la vida.
Al retirarme, pensaba en muchas cosas a la vez, en cómo sobreviví a este mundo como cuando le pregunté a ella, ¿qué haces aquí? Pasa señor Escritor que soy una joven independiente que ejerce el meretricio para pagar sus estudios y no quiere depender de nadie, estoy aquí como la mayoría de muchachas que has conocido, por decisión personal. Es mi trabajo.

Lo peor de todo es que todos los anuncios que hay en la web sobre muchachas nuevas en la ciudad forman parte de un WhatsApp donde nos conocen a cada uno de los que llamamos, o bien por el nombre o, las características de los tontos como yo quienes damos nuestro nombre y oficio.
Al menos llevo varios días sin fumar un tabaco. No, no me hice la vasectomía. Respondí a su pregunta cuando quiso saber por qué nunca eyaculo. La respuesta era simple y se la di: solo eyaculo cuando estoy enamorado, cuando hago el amor con la muchacha que solo a mí me pertenece. Tú no me perteneces ni yo a ti, es solo placer por placer; el orgasmo, ese solo lo siento cuando marco mi territorio con quien es mi hembra. Tú no eres nada de mí, no tendría por qué darte mi leche. ¿Y entonces por qué vienes cuando en realidad aquí vienen los hombres a desfogar? No había mucho qué meditar sobre su pregunta: pensaba que el placer eran mis ojos observando a una bella muchacha siendo poseída, pero las mentiras no duran siempre, lo he pensado desde la vez pasada mientras le hacía el amor a la otra muchacha con la que me viste salir de esta habitación: me cansé de meterla y sacarla por sus bocas o vaginas, siempre estoy erecto y no logran que eyacule, no lo logran porque no se entregan como sí se entrega una mujer enamorada. Descuida, no es personal, haces lo mejor que puedes, pero pasa que ya no te siento chévere y no debe serlo siempre conmigo o con todos, el amor acabó contigo, es decir, el deseo. Recordaba la carencia de expresión de la pelirroja mientras subía las gradas dejándola en plena calle, ya no era la mujer de hacía 10 años atrás que me inspiró a escribir una novela. Ella ya había conocido al amor en su plenitud con relaciones largas de amantes con los cuales experimentó todo, casi a la par con la muchacha con quien hice el amor. ¿Los tres estábamos equivocados? Solo sabía que de retorno a casa en el bus, no sentía ganas de fumar, mi libertad estaba intacta, quizá era el último hombre libre en la ciudad, y no lo sabía.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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