SEXO A GRITOS
Desde entonces no me quedaron más
ganas de amar. No pensé nunca que el amor fuera algo tan complicado, como estar
erecto todo el día y tener una mujer con la cual uno se había acostumbrado a
hacer el amor 8 o 9 veces al día, para luego ya en otra ciudad, con horarios
imposibles para mí, tener que gritarle en plenos centros comerciales que quería
hacerle el amor, sin importarme la gente que guardaba silencio, muchachas que
no sabían cómo reaccionar, hombres que expectantes contemplaban mis reclamos
mientras le pedía enfurecidamente a ella hacer el amor, que hacía dos días que
no lo hacíamos, que estaba a punto de explotar, si acaso no explotaba así cada
vez que nos encontrábamos y lo único que quería era hacerle el amor,
ordenándole subir a gritos fuertes a los buses, bajo un silencio quizá poco
comprendido por los pasajeros que silentes apenas se movían de sus asientos.
Pero eso fue hace mucho tiempo. Desde
entonces decidí no volver a tener pareja, al conocerme, al saberme cuando mis
testículos muy rojos, incrementados en su tamaño necesitaban de horas de sexo
continuo para poder estar en paz.
Al entrar estaban todas las
muchachas en la sala, sentadas, contemplando sus celulares. Recordé a algunas
sin poder identificar sus nombres, ya había hecho el amor con casi todas. Siempre
he dicho que el amor a primera vista en mi caso es cruzar mi mirada con una
muchacha y desearla de inmediato, es decir, sentir la erección y las ganas de
hacerla mía. No, eso jamás lo entendería una mujer que no está acostumbrada a
esos tratos donde solo digo un hola, para segundos después, estemos haciendo el
amor en un lecho donde yo soy feliz.
No soy de esperar por una u otra,
como cuando sentado en el sofá, ella me conversase ante mi desconcierto por la
negativa de las presentes a estar conmigo con excusas tontas relacionadas por
falta de tiempo, por tener que hacer otras cosas. Algo sucedía y no lo entendí.
Hasta que apareció una mujer que me recordó a otra muchacha de otros años,
cuando era inocente y creía que el amor era algo sublime, sagrado, digno de
culminar en el altar.
En otros años sería advertido por
amigas muy allegadas sobre cómo reconocer la membrana del himen de una muchacha
virgen o, si era también virgen anal. Ahora no, ahora, luego de mis largos días
de lecturas obligadas y soledades donde solo puedo abocarme a escribir, leer y
filosofar, entre tertulias con amigos que me aburren, me quedé fascinado al ver
esos senos enormes, de talla 40, de cuyo peso ella después me dijera, le
afectara a su columna, que no era tan cierto eso de que sin tetas no hay
paraíso, porque era la mujer más tetona que había conocido, una mujer que nunca
había estado embarazada y que no estaba conforme con esos asombrosos senos que
estrellaba contra mi rostro mientras me cabalgaba para sentir yo, ese placer de
ser acariciado en un vaivén interesante donde sus senos golpeaban mi rostro en
su balanceo mientras era mía ella.
De las 6 muchachas presentes, 5
habían sido mías, a una la había rechazado por no sentir atracción lo cual
quizá motivara esa reacción donde las sentí frías, lejanas, poco diplomáticas
como cuando nos sonreíamos siempre antes de hacer el amor.
Se había comentado mucho el hecho
que durase demasiado en la cama y que nunca quisiese eyacular. No es que no les
gustase hacer el amor conmigo, quizás eso era lo que más detestaban, porque siempre
que quería eyacular, a pesar de usar preservativo, sentía cómo ellas de manera
simultánea se venían hasta sentir la acidez de sus flujos inhibiendo mis
orgasmos y, esto era unas 5 o 6 veces en la hora de sexo que tenía con cada una
de ellas. No, para nada les gustaba ese trabajo, para nada les gustaba sentir
conmigo placer, porque quizá lo pagaba, porque detestaban conocerme justamente
allí y no en un café o, en la universidad o una discoteca. Detestaban conocerme
en esa casa donde todas las que yo elegí fueron mías y sabían, yo nunca me
enamoro de nadie, que las había conocido vestidas en bragas o vestidos para el
amor, que el sexo con ellas siempre sería eso, sexo sin pertenencias, contradicciones
de la vida cuando encontraban un amante insaciable que no quería volver a tener
pareja nunca más.
Recordé de esas horas donde le
pedía sexo a gritos en frente de cientos de personas y buses que pasaban por
los centros comerciales. Me dijeron que era ninfómana, que a pesar de ello, se
enamoró en algún momento de la relación
porque yo soy más insaciable o, porque empezó a darse cuenta que a más sexo
continuo conmigo, más apetito tenía, más deseos de amar hay en mí. Al despedirme
de la mujer con quien había hecho el amor, feliz de haber sido satisfecho,
reaccioné como siempre, lleno de elogios y algarabía, delante de las 5
muchachas que fueron mías y que enfurecidas miraban al piso sin saber qué más
hacer. A todas las hice feliz y, todas ese día me habían dicho no, pero como
siempre escribo, hay pocos hombres en este mundo y, yo soy uno de esos pocos
hombres y, mujeres, estén donde estén, millones y a escoger, con la intriga de
querer saber por qué nunca me enamoro, por qué soy incapaz de quedarme con una
sola.
No, como lo escribí al principio,
no había pensado alguna vez que el amor fuera tan complicado, mucho menos
reparado en estar erecto todo el tiempo, con una sonrisa delatable, por el
disfrute, por la salud de hacer el amor como pocos pueden hacerlo, como todos
quisieran, a mis cerca de 46 años.
Calé mi tabaco mientras esperaba
mi carro. Supongo que así es la vida de los varones libres. Es así mi vida. Pero
no siempre fue de esta manera, los años de carencia sexual no pudieron con todo
el peso del suicidio, las drogas o el alcohol de los perdedores. El desamor no
me encontró a la deriva entre los brazos de cualquiera. Sí, tenían mucha razón
cuando a mis espaldas dijeron: derrota al superhombre, porque al voltear,
recordé otra vez que la libertad es un privilegio cuyos caminos en mi caso cobraron connotaciones de leyenda,
como bien lo entendiera cuando expresé a viva voz: me gusta la vida y he
llegado a esta sin cortes, ni tatuajes, mucho menos aretes ni collares ni
crucifijos. Solitario empedernido, sin tranza con la corrupción y, lo más
extraño aún: creyendo como lo hice desde mi adolescencia, en esos principios,
cuando me descubrí Escritor.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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