4 HOMBRES, 4 BARAJAS, 4 FORMAS DE ENTENDER EL MUNDO
Las cuatro formas de jugar a las
barajas se remontan desde los tiempos en que éstas representaban la
identificación o procedencia de las personas, según las latitudes o códigos
secretos para darse a conocer.
Así, curiosamente, 4 hombres se
juntaron para decidir su suerte, proviniendo de diferentes lugares, donde las
costumbres y maneras de proceder eran diferentes, como el orden establecido
bajo el cual fueron criados.
Sentados a la mesa, decidieron
echar la suerte para entablar lazos diplomáticos; tenían un juego de barajas y,
estas cartas, cada cual, con sus propios Ases, sean de corazones, tréboles,
espadas o diamantes, según sea el orden al azar escrito, tenían su propio valor
para cada uno de los presentes.
Así, cuando se dio la partida,
sorpresa mayor fue que para estos diferentes hombres, el 10 de diamantes
valiera para el comerciante, 2 puntos, como de igual forma lo fuera el de tréboles
para el campesino y, para el representante del clero lo fuera el de corazones
y, al noble, el de espadas.
Lo mismo ocurría con el 2 y cada
palo de la baraja.
Enterados del valor que le daban
a los naipes, se preguntaron a sí mismos la razón de ello.
El noble expuso las razones
propias de un rey.
El comerciante expuso las razones
propias de quien acostumbrado a manejar mercados, expresó que así jugaba
siempre él.
El representante del clero quiso
hacer entender que sus reglas eran las que predominaban por ser representante
del credo de Dios.
El campesino hizo lo propio
argumentando que el trébol representa a la revolución, es decir, a los
oprimidos.
Mirándose frente a frente, se
preguntaron de dónde procedían.
De distintos lugares, de
distintas partes, donde las reglas del juego eran expresadas de esa forma.
¿Quién debía ganar entonces ante
reglas tan diferentes?
¿A quién acudir para que se
impartiera una regla justa, si cada quien creía tener razón en el juego?
Nadie se puso de acuerdo, nadie
quiso acudir a nadie para que decida cómo se debía jugar a las cartas.
Desde entonces, los nobles, los
comerciantes, los campesinos y los del clero, juegan cada quien a su manera las
cartas, si acaso así es el mundo, cuando se echa la suerte, cuando se trata de
ganar imponiendo las reglas personales, cuando no hay juez alguno que sea capaz
de conciliar o llevar a un acuerdo, cuando se trata de dar validez a cada palo,
sobre todo si se trata de ganar, cada quien con su propia fuerza u opinión.
Entendieron que no era necesario
llamar a un juez, que éste más bien sobraba.
Entendieron también que entre
ellos no podrían nunca jugar unas cartas, que cada quien por su lado jugaría a
su manera, mientras los comerciantes sigan haciendo mercado dentro del mundo,
mientras los nobles sigan ejerciendo su poder, mientras los del clero sigan
predicando su credo y, mientras los campesinos siguieran armando su revolución.
Estimado lector, el mundo es así
y, siempre lo será, más allá de qué palo de la baraja te represente. Cada quien
juega con sus propias reglas y por su cuenta a ganar la suerte, sin necesidad
de ningún juez. La Ley se la lleva el que vence, sin importar cómo venza.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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