EL NIÑO DE CASI 4 AÑOS QUE USABA EL MARTILLO





Se había dado cuenta que no había estudiado nada en el colegio. Recordé a ese profesor cuando al año siguiente, en mis desvelos, cuando seguía mi horario de estudios, pensaba no en ingresar a la universidad sino, en estar preparado para estar dentro de ella. Dijo: esos muchachos que se ríen tanto y se burlan de nosotros sus profesores, esos que son los que ocupan los últimos puestos en nuestros exámenes quincenales de la academia, son los que sentirán culpa por no haber estudiado y han de amanecerse para ser los primeros puestos el próximo año en esta academia. Sus palabras las recordaba mientras rendía mi examen de ingreso a la universidad al año siguiente cuando postulé por segunda vez, luego de no haber ingresado en el primer intento, porque tuvo razón: yo no sabía nada, no entendía nada de lo que enseñaban, por eso me burlaba de ellos, por eso cuando resolvía los problemas del examen de admisión a la universidad, sabía que iba a ingresar, porque cuando estudié a consciencia el año siguiente, tal como él lo dijo mirándome a los ojos, recordaba las palabras de los profesores: “deben prepararse no para ingresar a la universidad, eso es fácil, deben prepararse para responder en sus estudios dentro de ésta".
Ingresé en décimo puesto a la carrera más disputada: Ingeniería Industrial. Lo que no sabía era que en el salón, estábamos todos contra todos, que la fama que me había ganado de ser inteligente por haber aprendido en pocos meses lo que nunca estudié en el colegio, me puso en la mira como al primero para sacar del camino, en una escuela, donde los primeros puestos tenían trabajo asegurado, en las mejores minas del sur de Perú, es decir, los mejores cargos o puestos de trabajo.
Aquella mañana había dicho delante de los compañeros de la academia: “voy a formar un Imperio, mi descendencia será inmensa y serán como ovejas pastando en prados que no alcanzaré a terminar de ver y, tendré 7 hijos y, en mi herencia, dejaré estipulado que el séptimo hijo mi séptimo hijo, herede mi Imperio, porque el séptimo hijo de un séptimo hijo, es perfecto”. Tenía 18 años. Era virgen. Llevaba bordado en mi jean con mi propia mano en hilo blanco el nombre de la banda Iron Maiden. Era 1990.
Ese mismo año, a finales, estaría recibiendo terapias de electrochoques. 8 años después gritaría en plenas calles: ¡SÍ SE PUEDE!, ¡NUNCA MÁS!, en plena Dictadura, luego de haber sido hostilizado en Arquitectura, donde había denunciado la corrupción que había hallado, luego de haber roto una agenda donde habían 200 números de muchachas que cuando se los solicité, les decía: “entonces, si te llamo a las 02:00 a.m., ¿me contestarás?”. Todas respondieron que sí. Y llamaba a algunas a esa hora y, siempre me contestaban.
Pero el sistema no perdona a los que van en contra de él. El sistema gana a los que rápidamente se dieron cuenta que no hay otra salida, que hay que someterse sin ningún reclamo, en silencio. Yo estorbaba a todos, como seguramente debo seguir estorbando. Rompí la agenda donde tenía 200 números de muchachas que me expresaron lealtad. Ese día ninguna contestó a mis llamadas.
Fueron muchos años de silencio, dislalia y negación de la razón, desde los psiquiátricos hasta las calles donde enervado por las drogas, la desesperación que tenía era cruel. Así me vieron en esta ciudad. Así de igual forma le escribí una carta a Su Santidad Juan Pablo II expresándole mi deseo de salvar el mundo en marzo del 2003, así puedo escribirlo, como cuando abrí los ojos y me di cuenta que estuve en estado vegetal por dos semanas, que no recordaba nada, que tendrían que transcurrir 3 meses para que recuperase la memoria después de salir del psiquiátrico, cuando sentado en las gradas de mármol de La catedral, recordara los años en que salía llorando de casa para dirigirme a ésta y pedir un  milagro.
Porque cuando me alcé en la ciudad luego de una cruenta tortura psicológica infringida en Cayma, el Pueblo Tradicional donde viví, al ver que la ciudad callaba ante mi voz justiciera, cuando supe que era escuchado, recordando todas las veces que quise estudiar, todas las veces donde fui humillado en los trabajos que tuve y donde no pude hacer dinero, recordando la carencia de amigos, cuando en mi avanzar, entendí rápidamente que ejercía a plenitud lo que bien pudo ser el derecho a la venganza, recordé todos los libros que leí, recordé los días conminados a la Biblioteca donde los únicos amigos sinceros que tuve fueron los libros que debí estudiar en Psicología o Ingeniería Industrial o Arquitectura, dentro de la universidad, por derecho ganado de ingreso, entre los primeros puestos, tratando como aquella noche a mis 21 años de saber qué hacía como agente de seguridad en una fábrica si debía estar terminando la carrera que elegí para ser profesional, tratando de saber por qué los obreros no eran tal cuales como en los libros, por qué tenía el revolver dentro de mi boca pensando que al apretar el gatillo, solo serían unos breves segundos y luego todo tendría un final necesario, porque al tener la ciudad atenta a mi protesta, recordé las luchas de los Maestros de la Literatura dentro de la historia del hombre y, decidí luchar por las causas que ellos lucharon. Tenía 27 años cumplidos. No conocía el amor. Era un Escritor solitario, alguien que no tenía nada material en el mundo, como hasta ahora a mis 45 años, que enterado de cómo funciona este sistema, podría hacer dinero fácilmente, a sabiendas que podría pasar mis días finales internado en un psiquiátrico, sin protección, entendí recién porqué a un niño de casi 4 años le dejaban usar un martillo con clavos para empujarlos en tablillas de cedro, queriendo hacer sus propias casas, sin que mis padres temieran a que me volara un dedo con el martillo mientras sujetaba los clavos que hundía en la madera con fuerza.
Había nacido sin miedo.
Otra cosa es que me hicieran sentir la soledad en el mundo y, sin embargo, apostara por el Bien. Otra cosa es que crea en la Ética.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco




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