LA RAZÓN DE SER DEL ÚLTIMO HOMBRE
Del que sobrevivió a este gran
desastre, he quedado yo con la espada de mi Reina, preguntándome porqué hay
guerras, si la vida vale menos que el oro que protegemos que respaldó el poder
de este castillo donde en mis brazos vi en los ojos la dueña de mi gloria y deber
antes de morir, una furia superior a lo desconocido de la muerte, si es que en
sus palabras resonó el deseo de venganza antes de hacerme entender el propósito
del porqué debo seguir viviendo, no solo para relatar las leyendas de los
guerreros que murieron defendiendo la corona de la más inteligente y hermosa de
este lado del mundo: “en nombre del amor y lealtad de todos los hombres que han
muerto peleando a mi poder, solo podré descansar en paz cuando otra vez estos
territorios vuelvan a ser la honra de quienes supimos gobernar y nunca
conocimos el miedo, porque debes jurarme como último hombre fiel a mis decretos
que no hemos muerto en vano, que nuestra estirpe nadie podrá borrar de la
historia y que aquí, alguna vez, donde solo se pasea la muerte, hubo gente
feliz y a la vez invencible, creyente de
nuestros propios dioses y, respetuosos de cada uno de los que dominaron estos
parajes donde solo nosotros pudimos conquistar y vencer”. Y así, al verla
dejar su final aliento entre mis brazos, sin moral para llorar por ella a quien
debo estos escritos y por los cuales debo pelear y negociar con otros reinados
para recuperar lo que fue nuestro y, en batallas crueles, entregamos todo,
desde nuestras mujeres hasta los más niños, pasando por los caballeros que al
empuñar la espada, con fiera mirada, en centenas de años, supieron brindarnos
la felicidad y el apogeo que ha terminado, mientras desde estas paredes llenas
de sangre en espacios amplios del castillo de mi Reina, en mi rededor, cientos
de hombres en pilas, yacen sin ningún ápice de arrepentimiento, es puedo
testimoniar que en sus ojos contemplo el coraje de los que están decididos a
todo. Porque la espada de mi reina la tengo yo y, largo es el camino donde solo
hay desolación y silencio, entre penumbras de largas noches que me esperaron
como conocedor de todas estas regiones, para llegar a los aliados que temieron
por el exterminio total de mi raza, en un recorrido de miles de kilómetros,
entre montañas, clima gélido y ríos a cruzar, para tocar las puertas de los que
hubieron de vengarnos cuando otros cantaron y bailaron y le hicieron el amor a
nuestras doncellas ya muertas, profanando nuestros templos y quemando los
libros de nuestra sabiduría, conocimiento que conservo y debo volver a escribir
para en proclama testimoniar que existimos. Yo, el último hombre, al que no
pudieron aniquilar los guerreros de poblada barba y ojos de metal, de haber
emprendido el largo camino de la justicia, tengo vivos los recuerdos de los
segundos sangrientos de la traición y ambición de otros bárbaros que vinieron,
destrozaron todo y se fueron, por el simple placer de la guerra, de matar a
guerreros de célebre nobleza, sin contar con la protección de la doncella de
ojos amarillos y cabello blanco que secuestrándome de la pelea, sé ahora, es la
hija del vándalo que trajo la ruina al lugar que pertenezco y, con brebajes
milenarios, seducido en el lecho del amor que no se puede resistir, en la
recamara de los hombres de honor, entre gritos de guerra y cantos de victoria
llenos de burla, ofensa y humillación, al hacer el amor, supo decirme: “si me
liberas del yugo de mi padre que ha traído sangre y muerte injusta al reino que
perteneces, te daré los nombres de los reinos que quieren su cabeza y ruina”. Y
así, al despertar en la recamara, luego del infierno en que se convirtió la
pelea de los guerreros y haber tenido antes de morir a mi Reina, supe del
camino y los Reyes a quienes debía buscar para crear la unión de la venganza. Heme
aquí entonces en largo camino, solitario entre los solitarios, conocedor de
todas las rutas de este continente, navegante de sus mares llenos de tormentas
y bestias marinas, con la fuerza de la fe de los que tienen más que un
propósito o misión que cumplir, porque al llegar al primer reino y ser recibido
como se me fue dicho, en otras rutas, los hombres a caballo, expertos en las
guerras para las que fueron preparados en una generación de 5 años por sabios
que fueron comprados para mencionados fines desde otros continentes, lo que fue
un hombre, ahora somos decenas de miles, buscando a esos vándalos que beben de
la sangre de los hombres que han matado peleando, porque los crímenes hechos se
terminan por pagar y siempre hay alguien más fuerte y decidido como experto en
el arte de la guerra, siendo así que ahora me dedico a escribir libro tras
libro, la sabiduría, tradición y credo del reino mío que no murió, cumplidos
los deseos de mi Reina a quien vi morir en mis brazos bajo mi juramento, si
acaso la doncella de ojos amarillos y cabello blanco ahora es mi aliada, cuando
ya todo ha sido saldado y en nombre de los intrépidos guerreros que no
conocieron miedo alguno ante la muerte, honradas sean sus memorias desde donde
me dedico a escribir y hacer el amor con la muchacha que me dio una razón para
vivir, antes de habérseme concedido el honor de hundir la espada en el pecho
del vándalo que trajo tragedia y desgracia a los dominios de mi Reina y,
escribo, lo que no pudo ser borrado de la historia, cuando me quedé solo, como
el último hombre.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
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