LO QUE DECIMOS LOS MAESTROS DEL AMOR





No es cómo haces el amor, que al fin y al cabo, todos sabemos hacer el amor o, llegamos a ser unos campeones en los lechos, es lo que les dices mientras haces el amor, eso les revienta la cabeza, porque puedes reconocer dónde se excitan más cuando en ciertas partes de su cuerpo la temperatura está muy elevada y es allí donde debes saber acariciar, tocar, halagar, golpear si ves que ellas necesitan ese estímulo como unas reverendas palmadas en unas nalgas duras que se pondrán rojas y que ellas consienten para sentirse dominadas por un hombre de verdad, un hombre que tiene el miembro viril muy erecto y que ellas entienden corresponde a un grado de excitación que las hace sentir muy deseadas, muy bellas, muy sexys, porque saben que dentro de cada uno de nosotros los hombres, hay una bestia sexual, hay un semental que se pone furioso cuando está frente a frente a esas afroditas que nos hacen perder la cabeza y nos remontan a los instintos más atávicos.
Porque una cosa es que ella entre a la habitación y se quite la blusa escotada y de manera desafiante te enteres que no lleva nada debajo, que sus senos son poder, duros y propios de las muchachas que reclaman buen sexo. Porque la puedes poner contra la pared y erguidos estar dentro de ella y darte cuenta que al atrapar esos senos como quien acobija entre sus dedos lo que ellas consideran es su poder sobre nosotros y, si comienza a gemir y a mojarse más o alcanzar un orgasmo, no es que estés premeditando segundo a segundo cómo debes hacer el amor, te estás dejando llevar por el placer que ella siente y que incrementa el tuyo y te pone duro como esos truenos que atraviesan todo el cuerpo de uno y se convierte en eso que las muchachas llaman conexión, lo que antes solía llamarse química, porque si bien me lo dijera una mujer experimentada hace años: no es fácil para algunas mujeres alcanzar el orgasmo en una hora de sexo mientras sentía los flujos vaginales de ella mojarme en pleno clímax, entendí rápidamente que lo que se dice en el amor cuando se hace el amor, permite liberar de cualquier bloqueo mental que les impida sentirse mujeres en la cama, mujeres que temen no gustar por más bellas que sean, mujeres que entran en pánico cuando ven que su amante en segundos no tiene una erección o que necesita del sexo oral para poder recién penetrarlas.
Quizá fue porque le hablé de Mata Hari, la espía que hizo el amor en la segunda guerra mundial con medio ejército de ambos mandos, siendo impreciso pero certero al decirle que fueron algo de 50 millones de hombres que ella tuvo. Creo que eso le hizo entender que tenía derecho a ser feliz, a disfrutar del placer porque antes, otra mujer, en medio de militares de altos mandos, donde se jugó la vida como contraespía, llevando información que solo sabían generales que estaban en frentes de guerra que morían, soldados que en misiones especiales, tuvieron sexo antes de perder la vida, sin dejar de haber tenido la oportunidad de hacer el amor con ella. ¡No puede ser posible que haya hecho el amor con tantos millones de hombres!, fue lo que ella me dijo mientras practicábamos espontáneamente el amor a su manera y a la mía.
La felicidad es eso, no los celos, no la pertenencia, no el hecho de querer que las muchachas sean solo para uno y que lo mismo pase con uno para con ellas. Todo queda en silencio, si acaso nunca he dado un nombre de todas las muchachas que han sido mías, si acaso nunca lo haga, si acaso he sabido procurarme de las mejores en la cama y que tienen como fantasía ser sumisas, complacientes y amorosas. De esta suerte de cuarentón que le falta poco para llegar a los 50 años, testimonio que he estado con las mejores, sin distinción de raza o edad, aunque mis preferencias se basan en las veinteañeras, las más libres, las que aman como yo al amor, más no se enamoran como yo tampoco, a pesar de saber que siempre nos volveremos a encontrar algún fin de semana, sin celos, sin reclamos, a veces comentando de las muchachas que he tenido a lo largo de los días, pero siempre rindiendo pleitesía a eso que algunas feministas y machistas aún no entienden, porque tener un orgasmo conmigo o varios orgasmos, o que yo eyacule, nunca lo consideré como un triunfo mío sobre la mujer  o un triunfo de ellas sobre nosotros  los hombres. Es así el amor de los libres, los que no tenemos tiempo para perderlo en guerra de sexos, los que evitamos a mujeres que odian a los varones que como yo, supimos encontrar muchachas que disfrutan del sexo y, para nada son feminazis.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
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