EL PRECIO DE LA VAGINA








Cuando observo a un hombre saliendo de una lujosa casa, con auto del año que solo puede ser comprado con unas cuantas decenas de miles de dólares, pienso: ¿a cuántos sacó del camino sin importar quiénes sean, para tener todo lo que tiene?, porque veo a su mujer, vestida a la moda de París o Nueva York y sé, en ese momento, lo que vale la vida, o mejor dicho su vagina. Porque si te has casado con una médica o mujer con cualquier profesión relacionada  con las ciencias biológicas, sabes bien que estás viviendo con el enemigo, que hasta el aire que respiras puede tener veneno, que eso no es la felicidad.

A esto le llamamos ser competitivo.

Porque te dirán que ésa es la forma de ser un vencedor, es decir, destruyendo a todo aquel que se interponga en tu camino para llenarte de riquezas y, un buen nombre que será más temido por tu poder que por tus contados buenos actos. Un buen abogado siempre te valdrá para hacer lo que se te venga en gana, si es que tu buen abogado un día te sorprenda y se quede con toda tu fortuna y disfrute de la vagina de tu mujer.
Si para ser competitivo, debes comprarte o sobornarte a un Presidente o sea quien fuera, está permitido, porque aquí las reglas no existen. La democracia y cualquier otro modelo de convivencia nunca podrán resolvernos como personas dentro de este mundo. Primero fue el derecho de conquista donde el más fuerte se adueñaba de lo que no era suyo, porque sabía que el derrotado un día podría hacer lo mismo con el conquistador. Ésa es la sabiduría con la que contamos y de la que estamos hechos. La ley del más fuerte no ha cambiado en nada, ahora se llama: ser competitivo.
Porque los vagabundos, los que yerran de ciudad en ciudad, saben que no hay nada qué conocer en los mercados de Estambul, los Sky Room de Manhattan, las rutas en oriente hacia China, los amaneceres en el Mediterráneo, el color de la nieve en Escandinavia. Todo concluye en lo mismo: un voltear alrededor y saber que puedes tenerlo todo si es que has llegado a la cima, pero nunca te podrás entregar, ni a una mujer, ni a tu hijo, ni a tus amigos, porque sabes que ellos cuando apenas tengan la oportunidad, te encerrarán en un psiquiátrico para despilfarrar tu fortuna.
Y así, pasea por las mejores ciudades del mundo y, comprenderás que siempre serás un extranjero, como lo sentiste cuando dejaste la tierra donde naciste en busca de mejores oportunidades, de querer saber dónde está la vida, qué es la felicidad.
No, no estoy hablando de las tristezas del alma, mucho menos de desórdenes de la personalidad, que reflejan solo lo que somos, opresores sin piedad, así la mentalidad sea socialista o tal vez un nuevo modelo de pensamiento y convivencia desde el cual creamos, el mundo podría ser diferente.
Vé, observa todos los lujos que hay en las grandes urbes. ¿Es la representación del poder falocrático? Llegado el momento, la noción de viril, macho alfa o cualquier otra denominación masculina, nos resulta tonto, propio para guiones de película para la fantasía de los que dejaron de seguir las leyes de Dios y, ser miasmas, porque así los forman desde sus hogares, desde sus colegios, desde las universidades y, así lo sienten en los lugares donde laboran.
Siempre hemos estado todos contra todos. Y en esto, el amor no existe, es solo un pasatiempo para divertirse entre personas que ya lo vivieron y algunos tontos o tontas que escarmentarán hasta darse cuenta que el sexo lo era todo y, que para tenerlo, hay que tener dinero. Porque si quieres a la más hermosa, tendrás que tener la fortuna más cuantiosa, porque ése es el precio de su vagina, la seguridad que no te será infiel y, que los hijos que te dé, no solo sean tuyos, sino los herederos de tu afán por ser cada vez más poderoso, más temido y, eso no es falocracia, no es un reconocimiento a la testosterona, es lo que somos: animales que civilizamos al mundo para imponer un orden en donde se puede vivir desconfiando de todo el mundo por muchas décadas, hasta el momento en que necesites que alguien te diga que todo lo logrado por ti, era lo correcto.
¿El dinero? Es la pregunta que todos se hacen, ¿cómo hacerlo? El dinero, es la condición que te ponen los que dominan el mundo: si quieres estar en mi mundo, debes hacer dinero para mí, es decir, pertenecerme, darme tu vida, tu tiempo, tu salud, si es posible tu mujer e hijos. No te dan nunca otra opción. Alguien dentro del mundo sin dinero solo puede ser un hombre sabio que no tiene dónde asearse cada día, que las calles son su lecho para dormir y, que el silencio es todo lo que le rodea mientras que la gente que le observa no comprende lo que se llama: locura.
Es cierto, vivimos en un modelo competitivo, pero no te dijeron toda la verdad: compites para otros y crees que has vencido, compites para la fortuna de otros y crees que eres libre, pero en realidad, solo te sometes a la obediencia, la misma obediencia que asumen los Presidentes y Amos del Mundo. Y aquí no hay ni extraterrestres ni ángeles preñando a mujeres inmaculadas. Aquí se obedece solo a algo llamado: instinto de supervivencia.
Nunca tuvimos otra opción.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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