Y SI TE DIGO QUE TE AMO, NO ME CREAS, PORQUE ES VERDAD







El muchacho de la moto me miró a los ojos, sabía que buscaba a alguien, alguien con quien yo había hecho el amor, porque me preguntó por la dirección donde había estado con ella y, al decirle que ella era mi amiga cuando rápidamente me di cuenta que la buscaba con desesperación, el joven se quedó desconcertado y sintió un duro golpe en el corazón. Tranquilo, ella te está esperando, tomamos un café, me habló mucho de ti. No tuvo reacción, no supo si bajarse de la moto o echarle toda marcha, era alguien a quien el diablo se lo llevaba. No sabía él con quien trataba, el nombre de ella era: o vida o muerte.
Conversaba desde la sala de estar con las muchachas mientras esperaba a la muchacha que había elegido. No llegaba. No tenía prisa, encendí un tabaco mentolado mientras las que fueron mías trataban de estar impasibles. Era inútil, reconocía esas reacciones, como las de ella, mejor dicho, de las muchachas que fueron mías y que en complot me dijeron: no, para que luego apareciera otra muchacha de senos enormes con quien fui feliz y, al salir a la sala de estar, las encontrara a todas furiosas con la mirada estrellada en el piso, calando tabacos con deseos asesinos, furiosos, llenas de odio. Ella estaba allí, sentada en el sofá, sin el coraje para verme a los ojos. Desde aquel día tuvo que aprender a compartirme con todas las demás muchachas.
Siempre hay otra, no es problema para mí, cuando la que es mi pareja no me da sexo, siempre hay otra. Ella me había dicho no. Minutos después se asomó a la puerta donde yo estaba desnudo dentro de la habitación contemplando desde la ventana la calle, contemplando ella mis anchas espaldas y mis piernas gruesas, mis glúteos duros. Lo siento, haré el amor con ella, le dije.
Lo sabes bien, no debo cruzar tu mirada con la mía, yo que te olvido cada vez que hago el amor con otras muchachas, me derrotas a voluntad cuando apareces y mueves todo el huracán que llevo dentro que despiertas cuando en fracción de segundos te sientes dueña, totalmente segura de mí. Porque ahora que te hago mía, puedes pedir a todas las muchachas que están aquí que pasen para que yo vuelva a elegir y, sabes bien que preferiré quedarme contigo, así sean 100, 1,000 o un millón de mujeres, ésa es tu proporción y la magnitud de tu peligro.
¿Hacemos un pase?, soy estéril, he intentado todos los tratamientos posibles y son inútiles. Mi sueño más preciado nunca se hará realidad. No, hagamos mejor una sola penetración, no te muevas, quédate quieta, siénteme dentro de ti y mírame a los ojos, que si bien sé que crees que los hombres solos queremos penetrar, solo quiero tus labios, sentir tu alma muy fundida con la mía, ser un solo ser como ahora lo somos. Te amo. Yo también, pero sabes que lo mismo me pasa con todas, por ello, no creas que miento, lo que te susurro al oído es real, es lo que me haces sentir, así te vuelva a repetir hasta el cansancio otra vez: “te quiero, te quiero, te quiero…”, “Te amo, te amo, te amo…”, porque no es mentira. La gracia está contigo y no son tus senos enormes o tus piernas bien formadas y perfectas, no es tu derrier que ha sido mío muchas veces, son tus ojos los que me llenan el alma, tu alma que es mía, a pesar de saber que ambos nos olvidaremos la una del otro al terminar de hacer el amor, porque esto que hacemos no es sexo, es amor. Normalmente soy una máquina de penetrar de muchas revoluciones, pero contigo solo quiero estar dentro de ti, ambos quietos, riéndonos, contemplándonos y dialogando como si hace miles de años nos hubiésemos necesitado para volver a conversar. No me llamaste para la presentación de tu libro. Se canceló la presentación del libro, ¿lo dices porque sabes que todos los relatos que he escrito son sobre ti?, que eres la que más me inspira, ¿no? Sí.
Porque ella reía, se dejaba ser mía, mi mujer, la gata que se convertía en leona, la hembra que se dejaba dominar para de pronto atribuirse derechos de pareja para por fin en confianza elevar el tono de voz como si fuéramos pareja de años. Yo solo sonreía, estaba ella en territorios donde no existen retornos.
El muchacho de la moto, pensé mientras calaba mi tabaco, seguramente deben haber hecho el amor muchas veces, seguramente estaba muy enamorado, seguramente algo ocurrió como lo determina el destino, una búsqueda desesperada, deseos violentos, reclamos, actitudes infantiles propias de los feminicidios. Crucé la calle para tomar mi bus. Pasaron por mi delante, ella me miró con sus ojos brillosos y su largo cabello negro suelto entre la velocidad y la ciudad. le sonreí. Sabía bien que soy inseguro, que al doblar la esquina me volvería a enamorar con la misma intensidad.
Cuídate, me dijo desde el baño mientras se duchaba para su encuentro. Cuídate también le dije. Le había cantado mis mejores canciones de amor victorioso a todo pulmón como solo los buenos amantes lo hacen, con la voz llena de sentimientos.
Tomé el bus. Las mujeres estaban por todas partes. Sabía que me esperaban días de pelea contra el suicidio, contra la demencia de querer hacer el amor todo el día y necesitar de ellas, pero era algo con lo cual estoy acostumbrado a lidiar. Asomé mi mirada por la ventana y los vi a ambos en la moto. Ella sonreía de manera invencible, le correspondí la mirada, volteó sin que el muchacho se diera cuenta y me hizo un gesto con la mano para que la llamara, asentí con la cabeza. En ese momento supe que ella tenía poder sobre mí, evocaciones de celos, amarguras y noches infernales donde se piensa todo lo más vil posible, pero un celular cayó entre mis piernas, era la rubia que estaba sentada a mi lado: tenía los ojos de alguien que había llorado hacía momentos.
En ese momento me volví a olvidar de todas. Y también de ella.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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