EL PROTECTOR
Deja eso, esto se acabó. Ella salió
de la habitación como siempre, desnuda, se metió al baño y no quiso salir. Los preservativos
estaban tirados en el piso. Las demás muchachas me dijeron que recogiera las
toallas con las que se había limpiado su sexo.
¡Llévatelas!, me dijeron, no es
necesario, tengo vivo su olor en mi memoria respondí con desembarazo. No debo
volver a buscarla pensé, han confundido todo, absolutamente todo. La vida no es
tan simple. Salí del hotel, prendí un tabaco y encendí mi celular. Me llamaban
para otro trabajo. Ella era la muchacha cuya fama había cruzado países, la
que creaba agitación y desorden, la que enfrentaba a todos los muchachos solo
para atraer su atención. Querían que la protegiera por una noche. Los capos de
la mafia querían hacerla suya.
Pensé en todos los hijos de puta
que se enamoraban. Eso era perder el tiempo, la vida no es eso, quizá nadie
sepa qué es la vida, quizá los placeres sean solo razones para no pegarse un
tiro en la cabeza.
Llegué a mi apartamento y cogí la
pistola. El auto estaba estacionado esperándome. Reconocí el número de la
placa. Subí. Ella era tal cual como la leyenda de todos decían. Me senté
adelante, me puse unas gafas oscuras y le dije al chofer: ¿por qué haces esto?,
¿no valoras tu vida? El chofer me miró desconcertado, al reaccionar me preguntó
lo mismo: ¿y tú por qué lo haces? Abrí la ventana sin pedir permiso a nadie,
prendí otro tabaco y sin mirarla dije: ¿es un trabajo, no?
Al tomar la ruta hacia el hotel
que quedaba en el desierto donde ella iba a pasar la noche sola, mis ojos
contemplaban lo corto que es el horizonte en ciertas partes del mundo, porque
otra cosa es ver la lontananza en la costa y otra, extrañarse de ver el
horizonte a pocos metros cercanos en la carretera, sin embargo pensaba en la
muchacha que esperaba por mí. Es inútil pensé, la haré mía y luego querré estar
con otra. Otra, pensé, siempre hay otra, quizás eso sea la vida de los
buscadores, no de los tontos que van por el mundo creyendo que hay alguien
buscándolo a uno y que el planeta es muy
pequeño para que esas dos personas se encuentren. Qué manera más tonta de pensar,
creo que alguna vez pensé así, pero no sé precisar hace cuánto tiempo fue, ni
sé qué sentí ante ese fulminante encuentro que ahora no significa nada para mí.
Al llegar, un par de hombres de
negro nos abrieron las puertas del auto y nos quisieron conducir hacia el hotel. Espera, dije al que daba las indicaciones, yo soy el
protector, esto lo hago a mi manera. Dieron un par de pasos hacia atrás y se
quedaron parados. El que dio las indicaciones dijo: si ella muere nos matan a
todos. Todos hace tiempo que somos hombres muertos, ¿no hay nada qué perder,
no?, descuida, sé lo que hago, ¿$100,000.00 por cuidarla una noche no te dice
algo? En un movimiento veloz mis dedos se introdujeron en sus gaznates mientras
que sus pistolas sonaron para nadie en medio del desierto y el silencio. Descuida, se recuperarán en un par de horas, deja que descansen, no
sabes cuán plácido es tomar sol bajo el sopor del desierto. El chofer no dijo
nada. Sígueme. Ella me hizo caso mientras le indicaba que siguiera en la parte trasera del auto. Nos habíamos estacionado 100 metros antes de entrar al camino que
conducía al hotel. Saqué el celular, utilicé la aplicación que tenía virus,
digité un par de indicaciones y le dije a la muchacha: ya podemos pasar. ¿Qué
hiciste?, era la primera vez en horas que ella hablaba. Desactivé las cámaras
de seguridad y alarmas del hotel. Un tiro en la frente encontró al chofer
tirado en plena carretera. Tomamos el auto y sin que ella dijera nada, otra
ruta seguimos fuera de la pista. En realidad ese chofer nunca me cayó bien.
Apresuré la marcha hasta llegar a un lugar cercano a las bases militares. Aquí nadie
se atreve a entrar, le dije, como verás, las señales del celular se van,
estamos totalmente incomunicados. ¿No era mejor estar en el hotel a estar
incomunicados? Nadie te dijo que podías opinar ni menos hacer preguntas. Le ordené
que caminara unos cuántos kilómetros hasta que el sol se terminara de hundir en
medio del horizonte. Así que el capo de la mafia la quiere, pensé. ¿Estás
lista? Ella no sabía qué ocurría, parecía sentir miedo y a la vez excitación.
¿Lista para…? No terminó de hablar cuando la tiré contra el piso mientras
disparaba hacia el pecho de un hombre que repentinamente había aparecido entre
las penumbras. Es mejor que estés así, durmiendo, habrá mucha acción esta
noche, lástima que no lo veas todo. La cogí de un brazo y la arrastré entre la
tierra y el piso rocoso. Ella llevaba un jean celeste, una camisa de leñador y
unos borceguíes tal cual como había pedido se vistiera.
Llegamos a una gruta donde sabía
que nos esperaban. Prendí otro tabaco haciendo luz a la distancia con el
cerillo. Entre las sombras él apareció y me dijo: te daré el doble por ella. Es
una oferta tentadora, pero tengo una reputación que defender, respondí. La quiero
viva gritó mientras aparecieron 4 hombres armados. Sus armas me apuntaban. Eres
hombre muerto, me dijo el capo de la Mafia. Me ofendes con solo cuatro hombres,
le respondí, pensé que me conocías bien. El capo encolerizado espetó: maten a
este hijo de perra. Calé con intensidad el tabaco y lo tiré contra el piso. Todo
fue en fracción de segundos. Recordé los años cuando quise ser ingeniero
químico, para algo deben servir los libros pensé. Al contacto del cigarro con
la tierra ellos literalmente volaron por los aires lanzando disparos a cualquier parte por inercia. Ella
en ese momento despertó mientras decía: ¿qué pasó? Nada, en este instante deben
estar eligiendo a otro capo en la ciudad, ya podemos marcharnos. ¿Me perdí de
algo?, dijo mientras vio los cuerpos regados por el piso. No, nada que no
puedas leerlo en una revista de lecturas baratas. Nos marchamos. Como lo pensé,
la camioneta de ellos estaba estacionada unos cuántos kilómetros más allá. Tomamos
la marcha de regreso a la par que usaba el celular para activar otra vez las
cámaras de seguridad del hotel al cual volvíamos. Los hombres de negro estaban
allí esperando. ¿No me esperaban a mí, no? No dijeron nada, guardaron sus armas
y nos dejaron pasar. Debes estar contenta muchacha, en una noche has costado
muchas vidas. Ella no dijo nada. Pasamos a la habitación donde como pedí, había
solo una cama. Puedes ducharte. Encendí otro tabaco. Deberías dejar el tabaco sugirió ella. Deberías
tomar consciencia que no te va durar la juventud toda la vida respondí. Al salir
de la ducha me preguntó temerosa si le iba a hacer el amor. No mezclo los
negocios con el placer, en ese momento varias bombas sonaron fuera del hotel.
$100,000.00 no pueden compensar tantos muertos espeté. Salí a tomar el fresco
de la noche luego de pasado del sopor de la tarde, se olía a sangre e
intestinos reventados. Esperé media hora. Entré al hotel, a la habitación y le
dije: ya podemos marcharnos. Tomamos la ruta a la base militar, cuatro soldados
armados me detuvieron, bajé las ventanas luego de los disparos del alto. Una escolta
de hombres uniformados salieron a la cabeza de un Coronel. Estuvo en buenas
manos les dije. Una mochila rodó por el piso, la abrí, estaba llena de dinero,
me subí en la moto que había pedido y me marché.
Al llegar a la ciudad solo pensaba
en la muchacha que había atraído mi atención. Luego vendrán otras. Dejé la moto
para siempre en una calle oscura donde había muchos perros. La llamé y le dije:
estoy yendo por ti.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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