UNA LLAMADA INESPERADA







¿Qué, un par de meses? Que el taxi no me bastaba para alcanzarla, el vuelo estaba por partir. De pronto había tomado su mochila y se iba. Hacía un par de semanas nos habíamos encontrado casualmente en el Pasaje de la Catedral y su odio me fue indiferente. La vi más muslona e interesante. En ese momento recordé sus enormes senos, el sabor de sus labios mezclados con el vino que nos habíamos servido antes que me desnudara para ella, me levantara del sofá, cerrara la puerta del local, sintiendo el vivo olor a incienso que ella había preparado para nuestro encuentro. La cogí con mis brazos y la senté sobre mis muslos. “Eres muy machista” fue lo que dijo cuando empecé a quitarle la ropa e impresionarme con ese cuerpo sin marca alguna. La recosté mientras observaba su rostro, era bella.
Que así es la vida de los locos, se me ocurrió de pronto hoy viajar. Pero qué, me estás tomando el pelo. Cuál pelo, me dijo, si nunca volviste. Pero es que pensé que te encontraría en la presentación de mi última novela. Si no me invitaste. Cómo que no te invité, si salí en todos los medios de comunicación. Si siempre te llamaba cuando era entrevistado en la televisión para que te jactes ante las antipáticas de tus amigas de mí. No, nada, nunca más volviste. Pero si habíamos quedado que iba a escribir una novela sobre tu vida. Dos meses, a donde me lleve el mundo. Este clima loco no me agrada. Pero qué, ha pasado algo, le pregunté. Ella rió desde el otro lado, desde donde estaba, en el aeropuerto y me dijo, pero si me conoces, sabes que yo enfrento siempre todo. Y qué, te vas entonces otra vez a la India. Por un par de meses, como nunca volviste. Vamos, si discutíamos mucho, yo te pedía sexo todos los días pero disfrutabas el ver cómo me enfadaba cuando empezaban a llegar tus amigas y nunca nos dejaban solos, es más, la última vez que te visité un muchacho llegó de pronto y me dijiste que era tu médico y que lo estabas esperando, por ello preferí retirarme. Pero qué crees, tú piensas que tengo sexo con todos los hombres que vienen a visitarme a mi café, si sabes que así es mi trabajo, atender a todos los que vienen a mi local. Me cansé simplemente, quiero otras vivencias, me voy y puedes tomar tu taxi a ver si me alcanzas.
Tomaba mi agua de soda y la vi, estaba con un amigo con el cual filosofo de vez en cuando y ella cruzó el pasaje, ¡par de enfermos!, fue lo que dijo. Mi amigo se levantó para aclarar el malentendido. Pero qué crees, que yo veo la televisión todos los días, si no me invitaste, cómo podría saber que te ibas a presentar en la Feria  Internacional del Libro de Arequipa.
Te digo que me odia. No sé qué le has hecho, pero ella no es así, me decía mi amigo. Que nada, me sigue odiando. Pero qué ha pasado entre ustedes. Tomé un vaso de agua de soda, encendí un cigarro, y recordé todas las tardes cuando ella me esperaba, a veces chascosa, a veces bien peinada, con todos sus recuerdos y las tardes en que filosofábamos y de manera reticente me sugería que aprenda el alemán.
Está buena, más rica que antes, ha engordado como a mí me gusta, pensé, pero yo creí que de allí no pasaba, que era mejor dejar las cosas como estaban.
Al apagar el celular escuché que ella decía: ¡qué contrariedad! Es que la llamaba justo cuando partía a cualquier vuelo, a cualquier parte, donde lejos sea suficiente. Pero es que mira, ocurrírseme llamarla justo cuando ella necesitaba estar lejos de todo, porque a pesar de ser muy fuerte entendí que algo no había quedado resuelto entre los dos. Es que hasta ahora estoy esperando la novela que ibas a escribir sobre mí.
Vaya, dos meses en algún lugar de Estambul o la ruta de la seda, qué se yo, entre elefantes hindúes o musulmanes que gritan fuerte y siempre andan en grupo y venden menarcas púberes o quizá yendo a recoger al mismo hotel de siempre ese maletín que deja todos los años donde está todo lo que necesita para sus vacaciones.
Así somos los locos, o ya lo has olvidado, decía mientras reía, dejando un tono de arrepentimiento en su voz, una ironía que llegaba con del destiempo de mi llamada, inesperada o muy esperada, como cuando el destino quiere fregarte la paciencia y sobre todo lo decidido suena el celular y sabes que quien te está llamando es quien no debía llamarte, es decir yo.
Había algo en esos ojos glaucos que esperaron siempre cuando el sol se empezaba a poner desde el balcón interior de su café, ese aroma a tabaco y el sonido fuerte de mis pisadas que escalonaban de a dos las gradas de madera  que conducían a esa puerta donde ella me sabía llegar.
Cuando entendí que estaba a un paso de un compromiso empecé a tener aversión a sus amigas, un mundo en el que se filosofaba de a 4 o de a 5 esas extensas historias que terminaban en silencios donde entendía, el mundo fue muy pequeño siempre para ella.
Y en actitud ambiciosa hacía así con las manos y me repetía: un libro así de grueso, eso soy yo para ti. Porque la recordé orgullosa, con nostalgias diferentes a las mías, mirando otras noches en París o la espesura de la selva negra de Alemania de donde provenía.
Mira que nunca pensé que terminaría aquí, y me encanta, no me quejo, acá hice mi propia patria, formé un mundo aparte de todo lo que ambos sabemos, porque allí donde tú estás sentado, han llorado hombres muy rudos y poderosos, sin tiempo para desligarse de la política y otros deberes nada escrupulosos de los cuales tanto te has apartado a pesar de haber estado siempre en contra de todo esto que tú llamas realidad y no te gusta. Y sí, sé todas las historias que una mujer debe saber y te digo para que te enteres que de los hombres ya todo lo sabemos.
Y entonces hacía la ceremonia para hacer ese té hindú mientras no dejaba de hablar con su acento arrastrado de europea, con su desenfado ante todo, ese desprecio por lo poco auténtico: un descreimiento que me hechizaba, tenía la magia para ser sarcástica mientras sentada sobre el puf cruzaba las piernas colocando sus manos sobre esas rodillas finas mientras me dejaba el perfil que tanto la hacía sentir segura de su belleza, y empezaba a parlotear despotricando contra todo, quejas que me hacían reír hasta más no poder, siendo poseedora de la sabiduría necesaria para ignorar lo despreciable, ahogarnos en besos, caricias que cada vez las hacía poco frecuentes para una cólera que ella empezó a disfrutar.
Tú qué crees, que puedes jugar conmigo y tenerme como un cuerpo al cual te lo puedes tirar las veces que se te da la gana. Entérate que he tenido pretendientes que con un solo dedo ordenaban a mi capricho mandarte a matar y nadie se enteraba.
Había que entender la naturaleza de su odio y todo lo que se conspiró para que me rindiera ante ella sin condiciones. Pero eso está bien para los demás hombres, no para mí. Un día me cansé para la tristeza de ella y nunca más nos llamamos ni aparecí en su café previos mensajes de texto donde preferí que me dijese de todo para no sentirme culpable. Algo había pasado, como cuando le dijera que había mencionado su café en una de mis novelas y había hablado muy bien de ella por la impresión formidable que me causó cuando la conocí. ¿Ves, me dijo, estas cosas no pasan así por así? ¿Pero no había vivido esto yo antes? Como conocimiento estaba bien, entre dioses con cabezas de mono y de piel celeste o tertulias donde se hablaba justamente de temas que siempre exponía en mis eventuales entrevistas por la televisión bajo denuncias serias que pronto ella se dio cuenta, me exponía demasiado ante mafias en las que interpreté siempre el rol de héroe.
¡Dos meses! Y ya te cuento lo que esperé de ti.
Encendí otro cigarro, caminé un trecho mientras buscaba una noche de domingo como ahora, un café poco concurrido sin mucha gente, y tomé el taxi equivocado. De rumbo a casa pensé que eso no se hace nunca. Porque su voz tenía la esperanza de que siga en pie mi promesa, si acaso en ese lapso ella creciese más para el amor, y yo, madure un poco para entender la fe que se pierde las tardes como ahora de un inicio de año, cuando las puestas de sol no traen el aroma a cigarro ni se siente el paso feroz y trepidante de mi sombra invadiendo los tapizones árabes hasta irrumpir en el espacio con mi voz gruesa nombrándola, llamándola, para no vivir en vano.
¡Qué contrariedad!, fue lo que oí antes que terminara la llamada, total, dos meses en Europa y el medio oriente se pasan volando, y eso fue lo que ella temió, porque me recordó y también recordó que la había olvidado, que la había llamado por un arranque puro de egoísmo, por tener ganas de reírme de todos los pelmazos que ella conoció en su vida y qué se yo, razones que no logro entender por más intelectual que sea cuando hago cosas como éstas, una llamada inesperada, y un aeropuerto con una mujer hermosa que horas antes solo sabía que debía viajar, sin importar el destino.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco





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