EL MAESTRO AD VITAM QUE REVELÓ EL SECRETO DEL DIABLO
De este saber debo remontarme
hasta los orígenes del ser humano, Cristos y civilizaciones de cuya sabiduría
nos quedan vestigios como ignorancia. ¡Ah, el hombre común y silvestre que
nunca ha de entender ciertas ciencias del pensamiento relacionadas con nuestra
naturaleza!
De lo que es permitido revelar y
lo que pocos puedan comprender, ha sido necesario que naciera yo para derrotar
los misterios de eso que ustedes llaman El Maligno o El Diablo, según sea como
lo visualicen, en reuniones de pobres mequetrefes que lo invocan en rituales de
tontos y demás artes de la Magia Negra de la cual no he de formar parte nunca
ni me atraiga, por ser defensor del Bien y estar adelantado en lo que otras
personas no conocen.
Que si debiéramos remitirnos como
ejemplo a los 10 mandamientos de la religión católica, hoy que es viernes,
noche dedicada al lucero del amanecer o a Venus, la estrella de los deseos o,
en los aquelarres de zopencos, el día de Lucifer, nada quede ahora como secreto
ante creencias que han aterrado a la humanidad y que son muy propias de El
Vaticano, donde esta idea reina como manera de castigo ante un orden
establecido en el que se hacen exorcismos en nombre de su credo, solo para
corregir ciertas conductas indebidas y contrarias a la fe que profesan.
No quiero ser extenso ni ceder a
la tentación de los Escritores, para hacer de esto una literatura, sino más
bien ser conciso, puntual e ir directamente a lo que he de revelarles y quede
así en nombre de la libertad de consciencia del ser humano como precedentes, en
todos los tiempos que continúen después de este escrito, para la paz de las
almas atormentadas y las que tiemblan antes de partir hacia lo desconocido, si
así le llamamos a la muerte, el más allá, dentro de todas las explicaciones que
puedan caber, desde la ciencia, hasta los falsos postulados de los dogmas, donde
se ha desvirtuado lo que es El Bien y El Mal.
Y éste es el secreto de lo que
bien estimado y estimada lectora debe usted comprender, en calidad de Maestro
Ad Vitam, como hombre sabio que soy y, en mi discernimiento, el cambio dentro
de la humanidad prosiga, siempre en nombre de El Bien que, a lo más abyecto, a
lo más vil, a lo más aberrante, a los crímenes más abominables y a todo aquello
que revele nuestras flaquezas dentro de nuestra condición humana, antes, en la
noche de los tiempos, cuando el Hombre empezó a entenderse y se hizo sabio y,
conoció a su semejante, advirtió de nuestra naturaleza los miedos mencionados y
la culpa como necesidad para corregir ciertas conductas indebidas que atentasen
contra los órdenes establecidos. Así, en
consenso de eruditos y sabios, para todos los Cristos y religiones necesarias,
había que crear un ser espantoso con toda la literatura correspondiente, para
castigar lo más despreciable de nuestras flaquezas con íncubos y súcubos y
cuanta charlatanería existiera, propias de mitologías donde debía existir un ser
Maligno que se disputase las almas en un gran juicio final, que si bien, ya
avisado con los párrafos anteriores el lector o lectora, entiende que esta
creación tuvo que tener nombre, sea Satán, o Lucifer o Diablo o Maligno o como
quieras en disparate llamarle que, desde lo más recóndito de los pensamientos
del hombre que se civilizaba, en estos milenios que me anteceden, no fue otra
cosa más que la evocación ante lo que se llama pecado consumado, para así decir
que esta entidad se había manifestado y todo era por obra de ella.
Así, los primeros hombres en su
sabiduría, para castigar, llamaron a lo más abyecto, lo más vil, lo más
aberrante, lo abominable, y cuanto crimen sea sodomita o lujurioso y tanto mal
pueda tener vínculo con La Culpa a crearse, se le llamó con los nombres
mencionados, sean reitero: Diablo, Satán, Lucifer o El Maligno en cuanta lengua
fuera necesaria, para condenar El Mal y atribuirle un origen.
Que para los que han llegado
justos y libres a este escrito, no solo esclarezco la naturaleza de esta
invención en esta breve pero precisa explicación, sino que además advierto que,
si no existe mas que bajezas de la condición humana a la cual se le ha llamado
con esos nombres, debo ser exacto y más sincero con quienes me leen, ya que
ningún Cristo peleó ante una idea y así ningún Cristo es real, que ni Jesús y
El Diablo representan la verdad, ni expliquen con veracidad nuestra condición
humana, que sean solo dos rasgos o características las del ser humano según lo
que estipule el orden establecido al que pertenezca, llamados a criterio de sus
gobernantes: El Bien y El Mal, si acaso en nombre de la Libertad vuelvo a
escribir o, en nombre de La Vida, en testimonio un viernes cualquiera desde la
soledad de mi habitación, para la abolición de la ignorancia, cuando se trate
de explicar nuestras conductas y sea necesario castigar o premiar, según los
comportamientos, dentro de una cultura.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
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