EL MUCHACHO QUE VIVÍA A TRAVÉS DE LOS LIBROS
Se llenaron de vida, pero no de memorias
-hay días que no merecen ser contados-
¿Recuerdas cuando despertabas y no querías que el día
empiece?
-detrás de todas las angustias anhelabas la soledad-
El tiempo era motivo de reflexiones, un libro, dibujos y
escritos
Pero nadie entendía qué escribías
-los sueños calmos por la noche; siempre el psiquiatra te
preguntaba eso:
¿Tiene problemas para dormir?; no, siempre duermo plácido-
Una consciencia tranquila o un día muy cansado
-Cómo no ibas a recordarlo todo si las horas compartidas las
grababas en tu memoria-
No escogías los momentos para que fueran épicos
-un concierto en la Plaza San Francisco; diálogos intensos
con los amigos-
-las muchachas que conocías te entusiasmaban tanto-
No dejabas de pensar ni cuando trabajabas en las fábricas
-solías llevar los libros que comprabas con tus primeros
sueldos-
La universidad era un territorio que olía a sangre, no de
mujer sino de competencia
-ignorabas que no te equivocabas, ignorabas que los mejores
no eran los mejores;
Eran los que a buen recaudo habían aguantado más, sabe quién
a qué precio-
-no, hay días que no merecen ser recordados; eras un
espectador del hiperrealismo
Y sobre ello escribías cuando te dabas cuenta que pocos
sabían usar la palabra-
-en medio del mar de voces alguien por fin dijo algo que se
entendió;
Era el mundo de los obreros y sus carencias y tú y tus
libros de poeta-
¡Pero si tú lees, eres culto!, me repetía el psiquiatra
¡No entiendo por qué no puedes sacar ventaja con ellos!
-no se trataba de sacar ventaja; yo no quería a mis 21 años
vivir allí toda mi vida-
¿Entiendes ahora a la gente que viaja para saber dónde está
la vida?
Una dulce canción me despertaba y eran las palabras de mi
madre preparando el desayuno
Los primeros tabacos del día y el permiso para ir a la
Biblioteca
-mi padre me presentó al Director de ésta para que nadie me
molestara-
De niño, a los 4 años, me hallaron en el depósito de libros
donde mi padre trabajaba
Mi padre sabía cuánto adoraba los libros-el desayuno
servido, la máquina de escribir-
-hay días que no merecen ser recordados-
Y papá y mamá reventaban en cólera al no poder verme triunfar
-lee hijo, al menos eso nadie te podrá quitar-
Y después de servirme el desayuno, duchado iba a la
Biblioteca
-el mundo siempre fue una competencia; así lo puedo escribir
a mis 46 años-
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Poeta
Todos los Derechos Reservados para
Julio Mauricio Pacheco Polanco
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