LLAMADAS SIN CONTESTAR
Qué, eres rápido, yo pensé que
primero querrías conversar. No te han hablado sobre mí por lo que veo. La tenía
debajo de mí. Era demasiado peso para ella: 90 kilos y mi metro ochenta. Sus
nalgas se erizaron, esa piel estremecida rápidamente entró en calor. No, no es
buena idea hacer el amor con mujeres que miden un metro cincuenta.
La muchacha entró para
despedirse, no le creí que estuviera con la regla, decía que en una semana se
iba de la ciudad. Que cuánto tiempo estuvo aquí, pues un poco más de un año. En
ese lapso había cambiado de parejas muchas veces. Estuvo dispuesta a ser mi
pareja cuando la conocí. ¿Entonces no volverás? Esta vez no. Estuve en el
norte. Estaba enamorada, había hallado la posibilidad de volver a empezar, esta
vez, una vez más, las cuantas veces fueran necesarias para por fin ejercer su
carrera y llevar una vida normal, total, su experiencia ya le había enseñado
con qué hombre quedarse y a quienes decirles: hasta aquí no más.
Y supongo que tampoco tienes una
esponja vaginal para que podamos hacer el amor. Recordé cuando me propuso hacer
un trío o las veces en que tuvimos sexo tántrico, cuando no necesitaba moverme
dentro de ella para que tuviera orgasmos continuos. Lo que se llama entregar el
alma.
Le ordené que me pusiera el
preservativo. Hazlo bien y, sigue mis indicaciones. No era bella, no era sexy. Era
mi decisión. No había otra forma de cortar con esta racha de sexismo. Era un
trato donde todo se resume a sexo. Me remito a esa noche. La llamé le dije que
me sentía muy mal, que estaba a punto de quitarme la vida. Llámame en veinte
minutos. La llamé. No contestó. La volví a llamar. Tampoco volvió a contestar. No
sabía qué hacer. Volví a llamarla. El celular me pareció un artefacto tan inútil.
Me levanté de mi cama, fui hacía mi escritorio. No tenía ningún ánimo para
escribir algo. Abrí un cajón, saqué un blíster de pastillas. Todo era silencio.
Por error llamé a un conocido poeta quien percató mi estado de ánimo. Me dijo:
amor mío, en qué te puedo ayudar. Corté la llamada.
Así que te despides de mí. Si,
será la última vez que nos veamos. Te puedo recomendar a una muchacha para que
me reemplace. Pensé en ella. Es decir, en la muchacha que no contestó mis
llamadas cuando más la necesité. Me llamaría tres horas después diciéndome que
ya estaba en camino a mi apartamento.
Nos volveremos a encontrar. Este mundo
es demasiado pequeño para decir adiós. La recordé de cuando fue mía tantas
veces. Le di un abrazo mientras ella me daba su número de celular personal. Al salir
de la habitación donde ella descansaba, contemplé en la habitación de las
muchachas a algunas que fueron mías. Me despedí en ese momento. En realidad me
era indiferente si se marchaba o no. Ella tampoco habría contestado mis
llamadas.
Eres rápido, pensé que
conversaríamos primero. Yo no converso antes de tener sexo, lo hago mientras
las poseo a ustedes. Mi cabeza sobraba sobre su cuerpo. Me preguntaba si alguna
vez en esos tiempos cuando habían sentimientos en mí, si me hubiera casado con
la muchacha pelirroja que leía mis escritos todos los días en la Hemeroteca de
la Universidad. No, me habría aburrido de ella. No era por ello instintivo que
solo me gustasen las muchachas altas, era por razones más cómodas para hacer el
amor.
Entonces hice lo que nunca había
hecho durante años, dejarme llevar y eyacular dentro del preservativo: algo
casi de 40 minutos, todo un record le dije, nadie lo ha logrado, normalmente
nunca eyaculo por la hora pagada. En realidad no lo hacía porque eran muy
bellas y quería disfrutar tanto como ellas del placer que me brindaban. Que por
qué la dejé estar en la habitación, era simple responder.
Lo siento, como siempre te llamé
varias veces y te dejé mensajes de texto. No contestaste. Hice el amor con otra
muchacha. Su voz sonó a derrota. En realidad
no le debía ninguna lealtad. Ella no había contestado a mis llamadas cuando la
necesité de verdad. Lo mismo pasaría con cualquiera de ellas.
¿Quieres mi número?, puedo ir a
tu apartamento si me guías, no soy de la ciudad, soy del norte. Ella al parecer
no se había dado cuenta que no la deseaba, que no me resultaba para nada sexy
su cuerpo, que la había dejado estar para botar mi leche. Al darse cuenta ella
que no me interesaba, se despidió amablemente mientras yo seguía desnudo sobre la
cama calando un tabaco.
Regresé a casa. Llegarán otras
que sean dignas de ser bien chancadas en la cama. Prendí otro tabaco, aún tenía
el olor a los orgasmos de su vagina en mis dedos. Unas se van, otras que
vienen, entre sudores y placeres donde no es necesario para mí excitar a una
mujer con una botella de cerveza o hierbas. Era el hombre que llamó varias
veces a una muchacha porque estaba a punto de quitarse la vida, el que se dio
cuenta cuánto les importaba a ellas. Desde esa noche las vi como lo que son:
mujeres para la higiene sexual.
Estoy llegando, ya voy. No es
necesario, ya hice el amor con otra muchacha. Su voz se quebró. Le había dejado
varios mensajes en el buzón de voz. Nadie ganaba, nadie perdía. Todo fue
siempre a cambio de dinero.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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