EL ESCRITOR QUE NO LE HACÍA EL AMOR A CUALQUIER MUCHACHA
Mientras escucho a Raul Diblasio
y su tema, Piano, pienso en que han pasado 25 años, que si bien los libros han
dejado de ser mi fascinación, que ya no soy el muchacho que leía vorazmente
todos los días en la Biblioteca y anhelaba ser publicado, era el que se sentaba
frente a su máquina de escribir y, se pasaba todas las noches dibujando y
escribiendo, escuchando temas como el mencionado, tratando de encontrar las
palabras precisas para expresar lo que sentía en esos entonces.
Creía que enamorarse lo era todo
y, creía que el amor era a primera vista. Ambas cosas no lo son ahora que puedo
escribir con autoridad sobre estos temas. El amor no lo es todo, es una
experiencia necesaria que se repite en cada mujer que conozca o haya conocido
y, el amor a primera vista solo sirve para hacer el amor o tener sexo, mas a
mis 46 años ya no sería tan inocente como para acostarme con la primera
muchacha que me lo ofrezca.
-ella no quería dejarse ver su
sexo, pedía que apagara la luz, que así era más romántico. Me senté sobre la
cama, encendí un tabaco y me quedé observando su cuerpo, era un cuerpo hermoso. En ese
momento evoqué a otra muchacha de hacía más de 15 años, lo mismo me pidió, que
no le viera su sexo, que apagara la luz. Está bien, le dije, mientras me
quitaba el preservativo. Qué haces, dijo mientras su rostro cambiaba de
expresión: sin preservativo o sin protección nunca lo hago. Es que no lo haremos,
puedes estar llena de papilomas o condilomas dentro de tu sexo. Me vestí y salí
del hotel mientras daba una calada a mi tabaco internándome en calles donde las
muchachas sonreían y era difícil saber quiénes eran portadoras y quiénes no. No
sé quién fue el que dijo que ahora era más fácil tener sexo y difícil encontrar
al amor, creo que estaba errado: lo difícil no era tener sexo digamos con 7
muchachas diferentes en una semana, ¿7 polvos con 7 mujeres no me parece ya
poco?, lo difícil es encontrar a una muchacha sana-
Mejor dicho, ignoraba el
significado de los lunares en el rostro, mejor dicho, ignoré el significado de
los lunares. Recordé en ese momento la cama de un hotel donde un bicho se
prendió de mi brazo y tuve que frotarme con fuerza con las uñas de los dedos para sacarlo porque se
estaba convirtiendo en un lunar negro, un lunar como los muchos que tengo en la
espalda o en el pecho. El hallazgo fue sorprendente, algunos lunares tenían una
razón de ser. Fui al sauna donde me asee con un jabón antibacterial y pasé toda
la mañana hasta sentirme seguro de no tener en mi cuerpo algún bicho como ese. Vaya,
me dije, no puedo confiar en los hoteles, quizá por eso uno de 5 estrellas
merezca pagarlo tanto.
Pasada la tarde, era fácil tomar
un taxi para desde un café poder llamar a alguna muchacha, pero eso era
exponerme a enfermedades o contagios porque los preservativos no protegen ante las enfermedades de transmisión sexual. Descarté de inmediato los night clubs
para la medianoche, las había visto besarse con desconocidos de quienes no
podían ver con claridad ni sus rostros, menos saber quiénes eran.
La mayoría de muchachas que
conocía llevaba tratamiento psiquiátrico. Las preguntas que le hacían a su
terapeuta eran: ¿por qué soy tan puta? Hacer el amor con 10 muchachos en un
día, fuera de si hayan sido orgías o uno tras de otro carecía de importancia. Era
el placer por el placer, la extravagancia por lo exótico, desde rostros grotescos
hasta hombres de muy avanzada edad, eso no importaba. “Son casos especiales,
Mauricio, no todas son putas, son raras las putas”, me decía mi padre quien
sabía tanto del tema como yo. Se enamoran del momento, pensé, porque lo mismo
me pasó a mí. ¿Eso es tener el corazón de piedra? ¿No se supone que el sexo es
el culmino en todas las relaciones de pareja que buscan amor? El cortejo, el
conocerse, el saber del uno y la otra para estar seguros antes de entregarse,
eso lo obvié cientos de veces. El amor para mí era solo un concepto que carecía
de significado.
Dicen que las arrechuras se curan
con las venéreas o el temor a contraerlas, no con los embarazos no deseados,
porque ellas mismas se hacen abortos sin pedirte ayuda. Hay tantas maneras al
alcance de todas. Luego de haber ordenado mi Coca Cola, pensaba en los
ignorantes que disfrutaban del sexo sin darse cuenta de los riesgos a los
cuales se exponían. Estaba claro para mí que el amor es una enfermedad, el amor
de los principiantes y que la lujuria, es otra enfermedad también. Las muchachas
trataban de entenderlo con sus terapeutas y ginecólogos, mientras tenían miles
de orgasmos en el día. Tanto orgasmo las hacía felices, por ello se les llama
sin duda: las mujeres de la vida alegre.
Encendí otro tabaco mientras daba
sorbos de mi Coca Cola, revisé mis preservativos en mis bolsillos y pensé
entonces recién en las muchachas vacunadas contra las enfermedades de
transmisión sexual. No todo estaba perdido. Había pasado de nivel en el amor y
el sexo.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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