LO QUE ESCRIBEN LOS LIBRES
Eran días largos, en silencio,
con los ojos clavados en la pared, con la necesidad de conversar con la
muchacha que la noche anterior me había hecho el amor, que lo mismo pasó con la
anterior y las otras muchachas de la semana. Eran días largos, en silencio,
como cuando te llenas de vida, por haberle hecho el amor a veinteañeras que descreían
del amor, cuyas esperanzas estaban en atrapar a un hombre que aún creyera que
el sexo es el amor sin que les importase su pasado. La juventud no dura tanto,
me repetía mientras me levantaba de la cama como lo hago ahora. Siempre he
dicho que a mí me salvó la literatura, los escritos, el tener el entendimiento
con la palabra, que una calle donde haya fiesta y no esté feliz, nunca fue una
obligación para mí; preferí más bien la soledad de las noches y las estrellas
de cielo poblado, la brisa del mar caminando por la orilla, el miedo intenso
para recordarme vivo o, la aventura en otro hotel donde la vida inútilmente no
podía ser retenida. Siempre quise eso vanamente, detener el tiempo cuando se
hace el amor, porque sientes que la eternidad existe, pero no te pertenece. Y entonces
todo podía resumirse en el placer, en las muchachas de rostros felices, en dos
o tres cuerpos siendo pícaros para privación de los que trabajan duro a esa
hora o, los que cambian pañales, los que no saben cómo prevenir embarazos, los
que recién empiezan a amar.
-no puedes entender el mar, has
contemplado toda tu vida lo imponente de los volcanes quietos, amenazando pero
siempre quietos, botando ácido sulfúrico, alterando los ánimos en las personas,
pero no puedes entender el mar. Has visto el agua detenida en una piscina o en
un vaso con agua, pero jamás imaginaste que el sol podía morir de forma diferente, que el
horizonte se parece a las tentaciones de los pecadores y, sabes que no lo
alcanzarás, sabes que hay algo más allá como lo son todas las preguntas y
escuchas su voz y ves que se mueve y tiene vida, porque todo era asfalto,
cemento y quietud, fierros, cables, cielos abiertos que repetían el tedio para
los días, pero en el hechizo te quedaste callado, sin palabras, preguntándote
todo lo que se puede preguntar un lector voraz que no se explica algo vivo e
inconmensurable, algo que conduce a otras partes, sean continentes o quizá el
más allá, sea lo que ignores o imagines, porque habla, su voz es un idioma que
es diferente al silbido del viento en las madrugadas o a los amaneceres donde
las montañas cerraban el cielo y no pensaste jamás en la posibilidad de romper
la condena de sentirte atrapado, porque tuviste la certeza que se podía salir
de aquí mientras sus aguas robaban caricias estremecedoras a tus pies desnudos.
Entonces tuviste miedo y corriste como un niño. Era algo inmenso como una mole
de naturaleza completamente inédita para tus ojos. No, dijiste, ¿cómo conquisto
algo que es dueño de sí mismo? Y te sentiste diminuto. Entendiste entonces que
el cielo le tiene celos al mar, que las montañas son aburridas o que la
muchacha que es dueña de tu corazón era olvidada ante tal magnetismo antes que
enloquecieras, antes que entraras en esas aguas que las leyendas conquistaron
perdiendo brazos o piernas, entre sirenas y leviatanes. Ya era tarde, la ola te
tragaba mientras orabas a Dios y sentías cómo te jalaban hacia lo desconocido
porque el mar es amargo, salado y furioso. No volviste, no eras de mar mientras
tragabas agua entre remolinos que te llevaban hacia la dureza de la arena profunda. No lo
contaste, nadie te vio. Y nunca descifraste qué era, no lo entendiste, es el
mar y sus dominios, porque antes de abrir los ojos entre el agua oscura y
viscosa, mezclada con la arena se te fue la vida, no, no puedes entender el mar
que no carga culpa alguna, que nadie puede juzgar, que puede vivir sin Dios,
que se contiene para no salirse e inundarlo todo, mientras te esperanzabas en
salir, porque en la ciudad todos estamos atrapados y te enamoraste de tanta
libertad mientras tus fosas nasales se llenaron de agua hasta llegar a los
bronquios, hasta sentir cómo reventaban tus pulmones sin que la providencia
pudiera hacer nada-
La mejor de mis historias
seguramente fueron arrancadas por la necesidad de hablar. ¿Quién encontró a la
persona con quien se pudiera conversar de todo sin guardar ningún secreto? El amor
no es eso, pensé, el amor es guerra todo el tiempo, una cama para ordenar
después de la pasión, un cielo que aclara desde la ventana y dos cuerpos que
están calientes entre el recio frío del invierno, el tiempo contra el bus que
deja en el trabajo y la rutina donde algo nuevo debe haber, como si fuera una
competencia, en realidad es una competencia para ver quién aguanta más hasta
perder el alma, hasta deshumanizarte y, piensas en los poemas que escribías, en
los libros que leías, en la compañera de trabajo que te despierta el apetito
sexual, un escape sinvergüenza así se enteren todos, una encerrona en un
espacio necesario para tener sexo y luego volver a casa cansado, no sé si con
hijos y qué otras responsabilidades, porque así se muere la memoria y todo pasa
de golpe, tan rápido que pierdes el control y ya no eres tú, sino alguien que
apenas espera el pago del mes después de preocuparte por ser tan servil, tan
educado y obediente, entre conversaciones sobre los dueños del Perú, si acaso
leas novelas de la burguesía peruana solo para enterarte cómo es la vida de los
ricos, los niños bien que se van a las Europas a estudiar y desde niños hablaban
3 idiomas, español, quechua e inglés, uno para que sepan conjugar los verbos y
diferenciarse de los iletrados, otro para las vacaciones en Miami y el quechua
para dialogarlo con los campesinos cada vez que viajan al interior de Perú y
comparen los libros de Historia y lo que narra el hombre de la puna, el hombre
que vive en los valles, el hombre que nunca pudo conquistar el amazonas que un
día les abrirá las puertas si es que han tenido la suerte de no ceder a las
drogas y el alcohol, si es que controlaron ello, si es que no terminan viviendo
en los Alpes Suizos o mejorando la raza con un empresario europeo.
¿Cuánto de sabiduría tiene mi
madre?, me pregunto, que me sabe Escritor y cuando ella misma diseñó el
apartamento donde vivo, pensó en el color donde mis ojos descansaran cuando me
sintiera solo, necesitado de escribir en estos días, cuando no hay muchachas
para saber otra vez lo que significa estar vivo y el pender de los abismos por
las ausencias propias de los que escribimos de noche y no nos interesa la
ciudad ni sus fiestas, o las reuniones de café o los bares, por ser
experiencias superadas, si acaso todo es resuelto con una muchacha que sea
sumisa y disfrute del placer, sea dicho con propiedad, las que no son feministas,
las que tienen sexo.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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