EL SEXO Y LA LIBERTAD EN LA UNIVERSIDAD






En realidad no le di el alcance preciso cuando el catedrático, dentro del auditorio, en el primer día de clases dijera: “tienen plena libertad para todo”. En ese momento, me senté a mis anchas sobre el asiento, acomodándome como si estuviera en mi casa, prendí un tabaco, abrí la chata de whisky de la cual di un sorbo en su presencia y hablé: “entonces tengo plena libertad para fumar mis tabacos”. Me dijo que sí. Le di otro sorbo a la chata de whisky y dejé que prosiguiera el catedrático en su discurso. En ese mismo año, muchas parejas de enamorados terminaron haciendo el amor en los altos de la Facultad sin ningún tipo de recato o cuidado. Vaya usted a saber si sabíacómo prevenir los embarazos no deseados. Creo que más bien andaba yo más imbuido en mis lecturas, mis tabacos, esos escritos que recurrían a mí cuando me sentía solo y el libro que tenía en mano no era bueno, haciendo diseños en mi tablero hasta el amanecer, acompañándome con tazas con café o mi chata de whisky. Eran mediados de los noventas, estaba de moda otra vez Jim Morrison y, las extranjeras empezaron a llegar a la ciudad… las extranjeras, los besos, esos besos robados o las muchachas de la universidad, una buena razón para faltar a clases y saber de ellas.
Décadas después y, soy puntual en esto, décadas después, entendí lo que quiso decir cuando habló de la libertad plena el catedrático. Una noche  un arquitecto en una playa muy al norte, casi llegando a Ecuador, festejaba con sus alumnos con varios gramos de cocaína servidos por el catedrático y mucho alcohol. Una noche donde dos de mis más allegados se besaron en mi delante mientras consumíamos alcohol en un parque céntrico de la ciudad ante lo que me hice el desentendido o, una noche donde una muchacha muy bella me confesó que era bisexual.
Esos dibujos con escritos míos, pegados en la pared o mis participaciones en la cátedra al darme cuenta que allí no había norte a seguir, que la apatía había ganado a todos y, que se estudiaba una carrera donde todos sabíamos, nunca saldría un arquitecto que cambiara la visión de la carrera en la ciudad, el país o el mundo, me hizo entender que lo mío siempre sería escribir.
Hastiado de las chatas de whisky y los tabacos, me dediqué con más ahínco a leer y escribir. No sabía qué hacía yo en esa Facultad donde las muchachas de 17 años no habían leído a los clásicos y, los muchachos estaban más pendientes de las borracheras donde parecía decirse cosas ciertas y en realidad, todo era una gran mentira desde donde hablar sobre sexo era pecar de bruto.
Hasta que me confesó que hacían el amor de a tres. Muy plácido, me comentaba que su pareja había conseguido convencer a otra muchacha para que ella y él le hicieran el amor a su regalada gana las veces que quisieran. No lo sabía en esos entonces, pero era una práctica muy común tanto para varones como para mujeres. Volviendo a lo de estos dos allegados, siempre celebraban que la pareja de uno de ellos, disfrutara haciendo el amor con ambos o que ellos se hicieran el amor. Creo que lo asimilaban como algo muy natural. No sé, no me agrada el contacto de piel a piel con otro varón al momento de hacerle el amor a una muchacha, menos en esos entonces donde rápidamente me di cuenta que las muchachas accedían a mis favores o que el amor era más sencillo de lo que pudiese haber imaginado.
Sí te recuerdo,  Mauricio, eras un flaco rebelde, lector y con ideas cuestionadoras. Nos habíamos encontrado muchas décadas después. Ya para ese entonces habían sido publicados varios libros míos y mi realidad eran muchachas tras muchachas a conocer para hacerles el amor. Sin embargo algo nunca me cuadró dentro de todo esto: las venéreas. Quiénes eran los portadores o portadoras, mejor dicho, entre quiénes solo podían hacer el amor, más allá de los abortos y todo el aprendizaje necesario para ser un hombre libre.
Lo peor que me pueda haber pasado es que haya decidido seguir con el embarazo, comentaba ella con bastante fastidio: he perdido mi cuerpo y el hijo que tengo es un ancla que me impide vivir, me dijeron que si volvía a abortar, quedaría estéril de por vida, pensé que ya era momento de ser madre, sin embargo ahora sé que fue un error, que he perdido mi vida. Porque entre la soledad y la decisión de ser madre o padre, no solo cuenta la pasión sino el paso de los años, porque desde los noventas, pocas cosas sino mínimas han cambiado, desde las pugnas por el poder en la universidad, la corrupción en todas las esferas y, el consumo de alcohol y drogas como las desviaciones y las venéreas.
Porque ella era bellísima y, se lo hice saber cuando acercándome, con el corazón en la boca le dijera: “tu magnetismo es tan fuerte que no he podido controlarme para querer conocerte”. Está demás decir que ella congraciada y alegre me respondiera: “es lo más hermoso que nunca antes me han dicho”.
10 años después estábamos en el mismo bus muy cercanos y quise saludarla, pero ella estaba más interesada en las miradas compartidas con otra mujer que le correspondía. En ese momento pensé que si ella bajaba, la otra le seguiría, pues así fue, dejándome perplejo y sin ánimos para saber del amor ese día. Ella seguía siendo muy hermosa, pero ya no nos prefería o, quizá quería saber ahora de las de su género.
Después de la disertación del arquitecto cuando habló de la libertad, recién entendí a qué se refería, si acaso por esos entonces, las personas al verme, le daban otra connotación a la libertad, pero esas son historias de desengaños, donde fui un tonto útil para otros intereses, donde nunca la política fue honesta y toda movilización siempre olió a gato encerrado.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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