HISTORIA DE UN VOLANTERO
Esas hamburguesas eran
asquerosas, llenas de grasa y guardadas de la noche anterior, sin embargo el volantero cada vez que
el sanguchero le pasaba su propina para que trajera comensales, llevaba como por arte de magia a todos los ebrios noctámbulos de la zona que inmediatamente compraban las
benditas hamburguesas. Pensó que él era un tipo muy carismático o que le caía
bien a todo el mundo, que tenía el don de la publicidad, las ventas, quizá ser
un negociante fuera lo suyo, no un escritor que se quedó sin historias y que
nadie lee ahora mientras siente vivamente en su paladar, ese sabor agrio de los sanguches, cada vez que quiere escribir algo y siente que no puede.
La verdad que era en esos
entonces un ignorante y ahora, un cómplice de los que van contra el sistema. Porque
en esas madrugadas donde el frío arreciaba y, los bebedores buscaban sosegar su
embriaguez, eran siempre abordados por ese muchacho humilde que empezó a
ganarse la vida de esa manera. Total, no había por qué tener vergüenza de ser
un volantero, la propina era buena y, siempre los bebedores le compartían
historias mientras sus fatigados y descompuestos rostros iban cambiando hasta
estar sobrios, vivos, parados como si no hubieran bebido nada para luego ir a
la bodega del chino de la esquina que nunca cerraba y, seguir en sus
borracheras donde él les acompañaba llenando su imaginario con relatos que
años después escribiría sin mucho éxito.
Porque lo vio en otras ciudades,
en carritos donde se vendían papas arrebosadas igual de asquerosas que tenían
el mismo efecto en sus consumidores. Alguien siempre le recomendaba a alguien
para que él volanteara y así pudiera pagarse sus estudios donde rápidamente se
dio cuenta que no dejaba de pensar en las historias que le compartían esos
bebedores que siempre tenían muchas mentiras para narrar y que, por el
efecto del alcohol, parecían ser magníficas y dignas de ser trascritas al
papel.
El Decano me dijo en esa
entrevista: “no se requiere estudiar Literatura para ser Escritor. Además vas a
encontrar cosas que no te van a agradar, te conozco Mauricio, vas a patear el
tablero en menos de 15 días y lo que descubras no te va a agradar”. Muchos pensaron
que al estudiar Literatura, podrían realizar ese sueño de ser escritores. No sabían
que leyendo libros diariamente solo enloquecerían, terminando por perder lo
poco de integridad que les quedaba para escribir con autoridad sobre aquello
que pronto, se dieron cuenta, les llenaría la consciencia y serían temas
recurrentes en sus diálogos de viernes por la noche, entre botellas de ron y,
un silencio inexpugnable que sepultaba para siempre lo que nunca podrían
escribir. Entonces, ¿sobre qué puedo escribir si aquí lo perdí todo? Un favor
tras otro favor, total, a alguien habría que usar de tonto útil a falta de
alguien más ingenioso para tener un discurso que atraiga a lectores aburridos
de leer todo el tiempo más sobre lo mismo, es decir, de reunirse solo para beber y drogarse y
dar las palabras quedabienes con el o la escritora de turno. Era una constante.
Todos escribían libros en esta ciudad, mas nadie escribía lo que pensaba o
sabía. Quizás ese era su arte: el arte de escribir mintiendo.
El sanguchero nunca le permitía
comer de esas hamburguesas, decía que ésa era su cábala, a cambio, le pagaba muy
bien, lo suficiente como para comprarse con lo ahorrado, unas zapatillas
decentes que rápidamente llenaría de polvo al recorrer las calles sin asfaltar
de donde salía para querer conquistar el mundo.
Ya cuando tuvo que emigrar a otra
ciudad, recomendado por el sanguchero de hamburguesas, pasó de volantero por
varios carritos nocturnos que vendían de todo, en esas madrugadas donde al
terminar de escribir el último párrafo del libro que sería llevado a la
imprenta, comprendió que todo era una gran mentira como las historias con las
que llenó ese machote a falta de otro escritor, como lo he escrito hace un
momento.
El silencio es eso, callar lo que
se sabe y preparar un discurso desde donde el que te entrevista y tú, sabes,
todo es un acuerdo bajo la mesa, nada fuera de libreto, nunca lo que es en
realidad un Escritor, un punta de lanza que cambia la historia.
Porque esa noche que bebió con
los comensales, alguien le dijo que para parar esa borrachera que le impedía
estar en pie, debía probar de su propia medicina. El efecto fue increíble, las
hamburguesas le quitaron de inmediato la borrachera. Nada había cambiado ni
cambia hasta ahora. El sanguchero como los demás carritos madrugadores que
vendían comida, seguían vendiendo droga dentro de las papas arrebosadas, las
hamburguesas, los perros calientes y cuanta comida pudiera ser discreta ante la
Policía para que el escándalo no fuera mayúsculo.
Se sentó en la mesa del café para
escribir, pero de su mente no salían esos recuerdos de cuando fue volantero,
mejor dicho, del que creía agradar a todo el mundo y que tenía talento para las
ventas y a su voz, todos le seguían para comprar esas hamburguesas con cocaína
adentro. Un pensamiento fulminante le hizo entender que se estaba acabando la
farsa, que ya había escrito todas las historias de todas las borracheras que le
hicieron creer que narrarlas lo hacía escritor. Ya no tenía sobre qué escribir.
Las mentiras también se acaban o terminan por cansar.
Calaba mi tabaco mientras pasaba
por allí, me comentaron que escribe un párrafo y luego lo borra, que se siente
estafado porque ha comprendido que las lecturas no te hacen escritor y, que
todos podemos sentarnos frente a una computadora a escribir una historia
interesante, pero que eso es dejado solo para los que tienen tiempo. Recordaba al
Decano cuando me habló de porqué terminaría por decepcionarme de la escuela de
Literatura. Vi al pobre hombre, el daño era irreparable, pero nadie lo
consideraría, era un volantero que creía ser querido por todos, por vender
sanguches con cocaína, alguien que escribió sobre todas las personas que
conoció, entre más mentiras que anécdotas interesantes, alguien engañado.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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