POR SUPUESTO, NADIE HABLÓ DE AMOR






Recogí su cabello largo negro hasta retenerlo entre mi mano hasta que de pronto lo sujeté con fuerza, con violencia, diría que era la calentura y su ira. Ella apenas me pidió que no le jalara tan fuerte su cabello, que le hacía daño, pero en vez de dar un giro sobre la cama, se dejaba someter mientras la temperatura de su piel se incrementaba hasta arder como el mismo infierno. Horas antes había ido a visitar a sus amigos del Penal. ¿Entonces hiciste el amor con muchos hombres en el Penal? No, solo fui a conversar. Supongo que todos te deseaban y querían hacerte suya. ¿Siempre es así, no?, no en realidad fui a conversar. ¿Y sobre qué se conversa en un Penal? Sobre cosas. ¿Qué cosas? ¡Cosas Mauricio, cosas!
Al entrar al hotel le dije a mi amigo: preséntame a las mujeres que tienes. Me recosté en la segunda habitación, la que me había ofrecido tenía una cama inservible para el amor, la última vez que hice el amor en esa habitación había sido con una muchacha de 19 años a quien tuve que ponerle el colchón en el piso para hacerlo bien. No, no me gusta esta habitación, dame otra- recordaba a otra de mis mujeres cuando le eché la leche en su vientre, ¿qué fue de ella?, le pregunté minutos después a mi amigo. Habían pasado varias mujeres que rápidamente las rechacé, qué, ¿no tienes nuevas muchachas? Ella hablaba por celular con mi amigo, la había visto al entrar por el pasadizo del hotel, era una veniteañera que apenas me vio, cerró su puerta dejando el rastro de que yo quisiera saber de ella.
No, la que sigue. Cómo, preguntó la mujercita, que pase la que sigue fue lo que dije. Ella se molestó. Recordé la vez que hice el amor con ella, el sexo no fue bueno. ¿Conoces a la blancona que llegó hace un mes? Preséntamela afirmé. Era una mujer de muy buen cuerpo pero de rostro muy intimidante, mejor dicho, era del tipo de mujeres que vuelven impotentes a los hombres, la recordé de la vez pasada cuando al abrir una puerta vi a un hombre furioso y derrotado, como un toro herido de muerte. No te quiero. Ella salió golpeando la puerta. ¿No te han llegado más muchachas?, le decía a mi amigo. Es lo que hay Mauricio. Me recosté en la cama hasta esperar que llegaran otras muchachas que habían salido. Él entró a la habitación y me preguntó por una mujer, ¿de quién me hablas?, de la rubia alta con quien enamorabas-me dijo el nombre de ella-, no la recuerdo, de cuál de todas me hablas, de la potona alta con la cual hacías el amor. Ah, eso fue hace años, qué es de la muchacha veinteañera que siempre me espera con ansias. Ella no está, ha salido. Okey y, ya me conseguiste el número de la muchacha con quien hice el amor un buen tiempo, (me refería a la que le eché la leche en el vientre). No sé nada de ella, te has cambiado de look. Ah, sí, me voy a dejar crecer el cabello. ¿Otra vez?, ¿lo vas a usar largo otra vez? Pensé en ese momento que hacía más de12 años que no usaba el cabello largo, ¿tantos años nos conocemos? Pues sí, yo te he conocido con el cabello largo. Salió de la habitación mientras prendí un tabaco mentolado y me recostaba en la cama. La muchacha que cerró la puerta al verme me defendía, decía que yo soy el que elige, no ellas y que de igual manera ella tenía el derecho a elegir. Era una muchacha muy guapa. Pensé que sería para la próxima vez, total, tengo esa certeza, me echan el ojo y cuando me aburro de la de turno, aparecen dispuestas a ser mías.
Habíamos hecho el amor como dos salvajes, un ruso, varios orales, una penetración contranatura como siempre consentida como quien no dice nada y deja que las cosas fluyan. La postré sobre la cama boca abajo y le sujeté con furia el mentón con mis 100 kilos de fuerza, mi otra mano aprisionaba sus mejillas y su sien. Le ordené que dejara de trenzar mis piernas para descansar en pleno movimiento mi cuerpo sobre ella mientras la penetraba a mi regalada gana. Llegado el momento usé de toda  mi fuerza para con mis piernas y brazos aprisionarla hasta que sus huesos pareciesen romperse, era como apretar un huevo de gallina crudo con la mano hasta romperle el cascarón. Pasé mi miembro viril por su blanco rostro. Ella era feliz, su piel nacarada me excitaba a mi más y se lo decía. Un golpe sonoro en su derrier le hizo entender que la próxima vez no me hiciera esperar minutos demás.
Recostados luego en la cama una amiga suya la llamó. Sí la conoces, fue tuya buen tiempo, me dijo su nombre, en realidad no sabía a quién se refería, nunca fui bueno con los nombres de las muchachas que son mías.
Me retiré del hotel despidiéndome de mi amigo, la llamaré a ella entonces. No hay problema Mauricio dijo mientras seguía hablando por el celular con la muchacha que se puso de mi lado. Esa actitud me hizo recordar a la mujer de quien relato ahora, yo no pensé que sería mía tantas veces.
¿Me llamas, sí? Ella nunca me decía No a nada, sabía que en todo lo que pidiera sería complacido. Me recosté en mi cama mientras ella se vestía, prendí un tabaco mientras contemplaba esos senos bien excitantes, le comentaba que por culpa de ella había perdido a dos muchachas interesadas en mí, que le tenían miedo, ¿la razón?: no podían competir con ella.
Me puse el jean y la acompañé hasta la puerta de mi apartamento.
Y hasta ahora me pregunto: ¿quiénes son los que se enamoran y pierden la libertad y razón? Al volver a mi habitación vi los preservativos usados por el piso y sus cabellos largos teñidos de negro, le gustaba el cabello negro a pesar de ser rubia, su sexo no mentía, tenía un sexo rubio y ese olor propio de las muchachas limpias: sus orgasmos nunca olieron a nada, así la conocí y así será mía un tiempo más, hasta que aparezca la que la reemplace. Por supuesto, nadie habló de sentimientos ni muchos menos de amor, eso es solo para los principiantes. Lo nuestro siempre fue eso: amor al placer.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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