QUIÉNES SON LOS QUE GRITAN POR SU PROPIO NOMBRE
Esa noche me di cuenta de algo:
el mundo que tenía frente a mis ojos era un mundo monstruoso. En ese momento no
entendí los libros de mi padre sobre el socialismo y el comunismo. Pedagogía
del Oprimido de Paul Freire era uno de ellos. Éste es el mundo de los oprimidos
y, ante mis ojos, era un infierno. A mis 21 años me preguntaba qué hacía yo
como agente de seguridad en una fábrica textil. Debía estar ya acabando
Ingeniería Industrial o estar en segundo año de Psicología.
Mucha gente inexperta en la vida
siempre dice: ¿dónde te traumaron a ti? Y, digo que lo dicen carentes de
experiencia, porque aún no han estado fuera del lugar donde se desarrollaron o
crecieron. Era tan fácil para muchos embriagarse con los amigos que se creía,
estarían con uno para siempre, era tan fácil estar en la tribu donde uno estaría
a buen recaudo. Lo que yo contemplé en mis años universitarios o en las
fábricas fue eso: que en cualquier momento, si podían, te pisaban la cabeza
tirada en el piso sin que les importe la muerte de uno o su desgracia. 21 años
y muchos años más hasta estos 46 donde puedo decir que para vivir en paz, uno
debe alejarse de las mujeres enfermas y de las personas que solo quieren
desquitarse con uno, de lo que otros les han hecho, porque eso siempre he visto
en todas partes y, si uno no se defiende hasta con los dientes, les importará
un carajo si el sol que pretendes ganarte para comer, lo pierdas sea en el
trabajo o la universidad, que para ser más preciso, es una competencia donde
solo terminan sus carreras profesionales los que son protegidos por la cátedra,
según sean los intereses que se tenga con los elegidos para ser profesionales.
Porque me enseñaron a ser educado
en un mundo donde nadie lo es o, mi experiencia en el colegio fue distinta a la
que vi en la universidad o las fábricas. Allí nadie estaba del lado de nadie,
allí era un sálvese quien pueda. Porque con este pasar de años, recién he
entendido el precio que pagaron muchos para ser profesionales, si acaso cada
uno de estos tiene el sello de su Alma Mater: corrupción, mentiras y engaños,
destrucción de vidas sin piedad, falsedad en los discursos socialistas o
comunistas, drogas, alcohol y desviaciones sexuales.
No se puede llamar resentimiento
a lo que en realidad sucede y, así fue mi aprendizaje si debo acotar que cuando
hablo de “mundo”, solo hablo de la ciudad donde he pasado casi toda mi vida y
así concluya mi aprendizaje de eso que yo llamo: “mundo”. Quizá, tal vez, en
otra ciudad, o en otro país, el mundo sea diferente o, las personas sean
educadas o las buenas maneras y buenas costumbres sí se apliquen, porque aquí,
si pueden, te vuelven loco, maricón o un mendigo que se quedó en el camino y
vio cómo sus derechos fueron atropellados a carga montón hasta embrutecer a la
persona, en total soledad.
Por eso no me fío de nadie y
mucho menos descreo de las marchas de protesta donde los humildes abanderan la
revolución con otros fines, jamás iguales a los que viví, nunca parecidos a mi
lucha por mi libertad, la honestidad o el amor a la Patria. Aquí les
destruyeron la vida a todos y están al asecho de hacerlo con los inocentes, con
los que ignoran qué sucede en las calles, en las universidades, en las fábricas
o en los manicomios.
No te darán tregua hasta verte
destruido. No permitirán jamás que realices tu sueño. Te sacarán del camino a
toda costa, porque ocupas el espacio que es para otro y esto es amparado en la
competencia y, cuando hablo de competencia, me refiero a que vale todo,
cualquier cosa, para que no les estorbes en su paso, ¿a quiénes?, a corruptas
personas que nunca querrán a los honestos, a los que somos buena gente, a los
que creemos en un mundo mejor.
Ese resentimiento creo que es lo
primero que observé en esta ciudad. ¿A qué has venido entonces aquí?, alguna
vez me preguntaron, a lo que siempre contesto: “la tercera parte de esta ciudad
perteneció a mis antepasados que eran
ganaderos y hacían pastar a sus toros donde ahora tú vives”.
21 años en la noche de la
soledad, cuando tuve el cañón del revolver en mi boca y pensaba que si jalaba
del gatillo todo en ese momento acabaría. Y pudo haber acabado en ese momento,
mas algo me hizo desistir, para que ahora, a mis 46 años testimonie lo que ví
aquí y allí, entre comunidades cristianas que cobraban diezmos por la droga que
sus fieles vendían o, los diezmos por los trabajos que les ofrecían a cambio
del alma. Porque me era difícil entender por qué les obligaban a esos cristianos
estar sentados por horas escuchando un discurso siempre monotemático en el que
todos nos dábamos cuenta que los pastores hablaban por hablar, repitiendo una
vez más la importancia del diezmo.
Luego de abandonar Arquitectura,
decidí encerrarme en las Bibliotecas y leer todo lo que pudiera. No puedes
calmar el apetito por el saber, te podrán condenar al ostracismo y la soledad
total, pero el escribir, el leer o el alzar la voz con los dientes bien
abiertos, siempre será una constante en mi persona: porque nunca seré como
ustedes propusieron que sea, si acaso eso me hace dueño de mi alma o sea dueño
de mi consciencia, lo que se llama bien, ser un librepensador, alguien que no
vendió su identidad.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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