EL HOMBRE QUE NO BESABA A LAS MUJERES






Ella no lo sabía, me estaba despidiendo, sería la última vez que hiciéramos el amor. No podía quejarme del sexo que me brindó, pero algo en mí me hacía buscar el amor en otras mujeres. Nunca me enamoro, sin embargo es cierto todo lo que te digo, es lo que siento al momento de hacerte el amor, pero eso lo siento con todas las mujeres que son mías. Ella estaba sentada en la misma silla donde suelo sentarme a escribir, se le notaba feliz, era Fiestas Patrias a pesar de todo lo que ocurría en el país; llamaba a todas sus amigas, era obvio que se iba a tomar unos vasos de ron con Coca Cola. La visualicé como yo, en una noche de viernes sin nadie con quién entenderse. Somos tan parecidas y diferentes las personas, el discurso parte de nuestras relaciones sociales. Al principio estaba planificado salir con ella, en su auto, con su chofer e ir a la fiesta con las demás muchachas. Habían preparado al parecer unos suculentos platos para celebrar las fiestas. Eran las muchachas que nunca se enamoran y que disfrutan del sexo.
Salimos a comprar una bebida cerca de las 12 de la noche de mi apartamento, las calles estaban llenas de jóvenes que preferían embriagarse a hacer el amor. Ella parecía estar en su espacio, calmada, atenta al peligro, a que algo ocurriese. Noté rápidamente que estaba cohibida, distante, caminando apartada de mí. Los muchachos gritaban por las calles, el comercio estaba cerrado, fue la última hora de sexo que tuvimos, tampoco había por qué hacer dramas ni decirlo, estaba sobreentendido. Que cuántas veces habíamos hecho el amor, pues desde el mes de noviembre del año pasado, eso creo recordar, siempre atenta, dispuesta, excitada, como cuando subía las gradas para entrar a mi habitación mientras la empujaba con una mano tocando su sexo caliente debajo de esos pantalones ceñidos, del hecho de saber ella que en fracciones de segundos al tenerme desnudo tendría que colocarme el preservativo. Nunca he entendido a aquellas personas que tienen que esperar horas de horas entre caricias y besos para luego desearse y amarse. Lo nuestro fue siempre una marcha contra el reloj, es decir, contra los segundos donde ella me pertenecería hasta que empezara con sus insistencias cuando llegábamos a la hora de sexo y después de todos sus orgasmos pedía poco, que yo tuviera el mío. Solo eyaculo cuando ha terminado para mí todo lo que pido en una mujer cuando la tengo en mi cama, cuando lo hago, ya no la deseo más, dejo entrar en mi vida a otra muchacha con quien sin duda alguna pasará lo mismo. Ella sabía que nunca me casaría y que también tendría que escribir esto ahora para no olvidar lo que compartimos en estos meses de visitas constantes. Porque no fue la única mujer con quien compartí el amor en los últimos meses, pero eso no tenía importancia alguna. Creo que entendíamos la felicidad de una manera diferente.
El sexo asmático donde ella sobre mí jadeaba gimiendo hasta enloquecer hacia que mis manos al recorrer todo su cuerpo me hicieran dichoso. Estimo que debimos haber hecho el amor en más de 200 posturas espontáneas. Nunca leí el Kamasutra, siempre he pensado que el amor es algo que nace del deseo, no de las teorías propias de tontos que planifican qué hacer antes de estar en la intimidad. Mis mujeres eran deseo violento y lo que en la velocidad de mis pensamientos al tenerlas en mi poder, mi voluntad propusiese.
Nunca me dijo No a nada, como ninguna de las otras muchachas. El camino que tengo recorrido hace que no pierda el tiempo con algunas mujeres a quienes descarto en minutos. Estoy acostumbrado a ser obedecido en el lecho al momento de tener sexo y, estoy acostumbrado a complacer a muchachas ninfómanas que son felices haciendo el amor.
Cambié de parecer, decidí no ir a la fiesta con las demás muchachas a sabiendas que me encontraría con varias muchachas con las cuales había hecho el amor. Tenían derecho a beber, pero a mí no me gusta beber así que, mientras ella escuchaba una balada que con los audífonos, desde la computadora, le sugerí la oyera, le relataba parte de mis hazañas y aprendizaje, del cómo me hice Escritor, quiénes fueron mis primeras musas y del cómo en el futuro haría música con el saxo.
Nos despedimos como siempre mientras su chofer se la llevaba a la casa de las muchachas para festejar sus alegrías más que penas, era lógico, el sexo cuando es bien hecho, produce bienestar, paz y alegría.
Cerré la puerta de mi apartamento mientras me dirigía al baño para darme un duchazo: sentía el vivo olor a su sexo en mis manos, total, una ducha con agua caliente me mantendría fresco hasta que conciliara el sueño. Dentro ya de mi habitación, encendí un tabaco mientras me servía un vaso con Kola Real negra. ¿Me estoy perdiendo mucho de la bohemia por no beber licor? No lo creo, conozco mucho ese mundo, hay mucho que perder y nada que ganar.
El piso de mi habitación estaba regado de preservativos usados, en la limpieza de la mañana los botaré, pensé. Puse entonces el tema que le hice escuchar mientras recordaba los años de universidad donde besaba a todas las muchachas que elegía, ello era distinto, a ellas las besaba pero no les hacía el amor. Habían pasado tantas décadas desde entonces. Era el hombre que le hacía el amor a todas las muchachas que ningún amante podía complacer. Debe ser duro para los demás, pensaba, tenerlas desnudas frente a uno, con toda su humanidad, su sexo dispuesto, con todas las ganas del mundo de ser felices, húmedas desde el momento en que iban acercándose a mi apartamento, ansiosas por querer ser sometidas.
Yo soy simplemente el hombre que no besa a las mujeres. ¿Habría que hacerlo? No me era extraño, en ese momento me di cuenta de algo: me había olvidado a qué sabían los besos en la boca a las muchachas, lo nuestro era algo más que besos de niños, no había por qué alarmarse. El sexo duro hace años en mí, no necesitó de besos.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco


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