200 ORGASMOS A CERO






No, no entiendes Mauricio, esto ya es personal.
Cuando la llamé no solo le había dicho que la extrañaba mucho, además le dije que estaba ansioso por hacerle el amor y que ya no aguantaba más. Entonces voy volando, me dijo mientras apresuraba a su chofer para lidiar con el tráfico imposible de la media tarde en Arequipa.
Que es personal. Su rostro estaba desconcertado, llevábamos dos horas haciendo el amor y el rictus de ella  era de dicha total y tristeza insufrible. ¡Estás controlando demasiado! Que no lo hago, sabes que esto siempre me pasa, no tengo la culpa de tener la eyaculación tardía.
Ella era orgasmos tras orgasmos, los podía sentir en su PH cuando en sus fluidos sentía la acidez, algo muy sensible en mí a pesar de siempre usar preservativos, mojada al máximo, se esmeraba en que yo tuviera mi orgasmo. En ese momento me di cuenta que la tenía en mi total poder y que podía hacer con ella lo que quisiera.
Y así fue.
Enredados en las más de 100 posturas que le hice el amor, su piel blanca cambió a un rojo lleno de mordeduras, arañones, golpes y apretones dados, movimientos enloquecidos por parte de ella, desesperación en un rostro donde la vi feliz pero impotente, presa de una ansiedad que se prolongaba mientras llegábamos a la tercera hora de sexo continuo y ya no sabía qué hacer para que yo alcanzara mi orgasmo.
Y es que se levantaba, me la succionaba, me quitaba los preservativos una y otra vez para verificar si es que era líquido preseminal o esperma lo que en ellos estaba. Y volvía sobre la marcha, haciéndome el amor como nunca antes me lo había hecho. ¿No que no aguantabas más y querías poseerme? Pero si te estoy poseyendo. ¡Sí, pero no eres mío, no la das!, ¡estás enamorado de otra mujer!
En ese momento odió con más ganas la foto que le fue indiferente al entrar a mi habitación que carece de cuadros, imágenes de Dios o santos, era la foto de ella, era ella contra la otra. ¡Es ella, es ella la que te impide tener un orgasmo conmigo! ¿Puedes tranquilizarte y disfrutar del momento? ¡Momento, estamos haciendo el amor horas de horas y solo parece ser yo la que disfruta! ¿Y quién te dijo que no disfruto haciéndote el amor? ¡Quiero tu orgasmo!, puntualizó.
Y no es que fuera una máquina de follar, alguien que solo entra y sale, era el deseo de estrujarla, someterla más en el dominio de los lechos, complacerme en su desesperación y saber que estaba ella perdiéndolo todo, que estaba enamorándose como nunca antes lo había hecho. Definitivamente era personal mientras oscurecía en la ciudad y veía cómo su rostro de felicidad de las primeras horas fue cambiando al de la mujer sufrida, la que no lograba para su ego lo que yo le hacía sentir. Que cuántos fueron, quizá más de 200 orgasmos los que ella tuvo, dejados en la humedad del edredón donde dejaba toda su feminidad, todo su goce, el hecho que se sintiera perdida para siempre bajo mi dominio.
¡Esto es imperdonable!, ¿por qué no me la das? Eso ya era una súplica, un ruego, un reclamo piadoso solo para saber si seguía sintiendo por ella algo. ¿La amas a ella más  que a mí, no? No sé a quién te refieres, porque si me vas a hablar de todas las muchachas con las que he hecho el amor este mes, no sé a quién entonces te refieres. ¡Me refiero a la muchacha de la foto!
Al llegar la noche y luego de haberse rendido en verificar la hora en el celular, derrotada por la furia con la que la hacía mía y el que ella no pudiera hacerme sentir un orgasmo acotó: ¡haz hecho el amor con ella todo este tiempo, te ha dejado seco, sin leche para mí! Entonces se levantó furiosa de la cama para vestirse y empezar a llorar. ¡Ya no me amas! Pero si nosotros no nos enamoramos nunca, aclaré. Eso era lo que pensaba. Terminó de vestirse y bajó las gradas de mi apartamento sin decir nada antes de golpear la puerta, era la primera vez que una muchacha era feliz en mi lecho y a la vez desdichada, solo quiso que yo alcanzara un orgasmo. Anteriormente eso no me había reclamado, sabía bien que soy eyaculador tardío.
El celular sonó, era ella. ¡04:32 horas y minutos dice el cronómetro, Mauricio! Eres una mierda. Y colgó. No pensé que le afectara tanto mientras cambiaba el edredón de mi cama que estaba totalmente empapado de orines y fluidos vaginales. El celular volvió a sonar, era ella, no la muchacha con quien había hecho el amor, mucho menos la muchacha de la foto que está pegada en la pared de mi apartamento, era una amante de hace años a quien no la tenía buen tiempo. ¿Estás solo Mauricio?, me di tiempo para prender un tabaco y decirle, espera, sí, estoy solo, ¿vienes?
Ella estaba en camino desde que llamó.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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