LA MUCHACHA ME DIJO QUE SÉ HACER EL AMOR PERO QUE NO SÉ QUÉ ES EL AMOR
Entonces qué, ¿me enamoro de ti? Sorbía
de mi vaso con Kola Real negra. Sabía bien que tras lo dicho no son solo palabras,
que hay mucho en juego, quizá más que la vida misma: una ciudad inmensa, el
corazón que latería como el de un león, o los besos postergados de años. La ciudad
terminaría por convertirse en ese laberinto que recorrería como un demonio
suelto que ha perdido la paz. ¿Valdría la pena? Calé de mi tabaco. En otras
noches de ansiedad, de miedo, de locura o desesperación, las muchachas que no
besan supieron rescatarme de los infiernos que hay en los bares, de las
historias tristes, de las canciones que cantaron los perdidos cuando las
lágrimas rodaron en la calle oscura gritando un nombre con todas las fuerzas
que jamás sería alcanzado.
Alguien debe haberme maldecido, el
amor es una maldición que retorna y no tiene piedad con nadie. La miré a los
ojos mientras tanteaba el terreno: era incierto como lo es para todos. Algo me
hizo entender que esta vez no había una señal de salvación al final del camino,
que más bien era un camino diferente, sin final alguno o lo peor: la pesadilla
de perder el sueño tranquilo y plácido para volver a los insomnios, a la tensión de
saberse atrapado en la encrucijada de tantos años, de los ojos contemplando el
mar o la noche más oscura, del silencio extraviado de la paz, del miedo a
perder el control y no dominar mis piernas cuando empiece a buscarla en medio
de más de un millón y medio de habitantes.
Esto no estaba dentro de mis
planes. El amor no está dentro de los planes de nadie, al menos de los que como
yo, en la hora difícil lo negamos creyendo que sería para siempre.
Ya no importaba si es que el sexo
fuera 50 veces por semana o volviera tras los versos prohibidos para los
Poetas. Ella no contestó, desnuda sobre la cama cogió se celular y empezó a
hablar con sus amigas mientras me eché sobre ella y empecé a penetrarla. No quiero
volver a escribir otra historia de amor. ¿Por qué?, hizo una pausa a su celular
preguntándome. Porque las historias de amor son tristes. Sus ojos se fijaron en
la pared del color de sus ojos, un verde claro que a veces se volvía castaño
claro, solo sé que el terror del amor no le inmutó y, eso, me dio más miedo. Comprendí
entonces que ella era alguien que al igual que yo, se había negado al amor
durante muchos años, más años, muchos más de los que yo me había negado. Porque
podría ser una calle solitaria, alguien tomando un bus a otra ciudad sin saber
qué ciudad, el país que nunca acaba, el mundo donde la felicidad puede ser
arrebatada.
Nadie sobrevive a ello. Ni los
pendejos.
Ambos habíamos perdido nuestra
capacidad de decirnos no. ¿Entonces qué, si todo lo que dije en su momento fue
verdad, si todas las muchachas que fueron mías supieron del amor que me llena,
qué es esto entonces? Porque ya no era placer, era una despedida a lo conocido
para adentrarse a las experiencias de las que nunca retornamos. Tendrás que
quedarte a vivir conmigo, sino, lo dejamos acá y no nos vemos nunca más.
¿Quién conoce los impulsos de las
voluntades? ¿Puedes retener a la muchacha para que se quede al lado de uno todo
el tiempo? El señor de la soledad que soy yo tembló ante la ausencia donde
nadie es capaz de reemplazar a la muchacha que te hace sentir más. ¿Una tras de
otra para sentir que el sexo es la evasión ante el amor?
Tómalo con calma, Mauricio, aún
no lo asimilo. El día que esté en la puerta de tu casa con mi maleta, esperando
por ti, ese día nos olvidamos de todas las decisiones y nos encerramos hasta la
muerte en tu apartamento. Pero ese día no es ahora, ¿o sí? Ella apagó de pronto
el celular cortando la llamada, se volteó para verme y decir lo que no se había
atrevido a decir hacía años: parece que el que no entiende eres tú, no eres tú
el que podría terminar lastimado. Se vistió entonces sin decir más nada sobre
ello, su rostro era diferente, parecía encerrar tristeza y unas ganas de no
haberme conocido, parecía estar arrepintiéndose de marcharse de mi apartamento,
parecía también estar arrepintiéndose del deseo de quedarse en él y no salir
jamás como se lo pedía. ¿Y si eres tú el que no abre la puerta cuando esté con
mi maleta buscándote? A qué te refieres, pregunté. Todas renunciaron a ti y aún
no te superan. Para ti el sexo fue victoria y placer que no quisiste acabara,
que fueran solo lechos tras lechos donde todas fueran tuyas, donde nos
arrebataste el alma y, todas te creímos cuando nos hiciste sentir en la cama el
afecto olvidado.
Cruzó el pasadizo y entonces vi
sus ojos bajo la luz lunar, la verdad no quería que se fuera a pesar que una
parte de mí alma pedía a gritos que se marchara para que no la viera más. Déjame
ir Mauricio, déjame ir por favor, te lo pido con el alma, no me obligues al día
en que no me mueva de la puerta de tu apartamento hasta enloquecer de dolor,
déjame marchar ahora que aún puedo hacerlo. Cerré la puerta, me di un duchazo,
subí las gradas a mi habitación, pensé que fue una debilidad, que todo volvía a
su mismo cause, me recosté sobre la cama después de haber aromatizado con Boum
el ambiente para que no oliera a pasión la atmósfera, prendí un tabaco y me
metí dentro de la cama; el silencio parecía ser el de costumbre, apagué el tabaco,
me recosté como lo hago antes de dormir, boca abajo.
Era tarde, el olor de ella estaba
en las sábanas, en la almohada, mi piel tenía su imperceptible olor, abrí los
ojos en medio de la penumbra, ella tuvo razón, todas las muchachas que fueron
mías tuvieron razón, a mí la literatura podía salvarme, pero a ellas, qué podía
salvarlas.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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