UNA MUCHACHA PARA EL CALIFA







El sueño había sido plácido ya que al despertar, me di cuenta que eran casi las 04:00 p.m. y que la digestión había sido buena: una ensalada de pepinillos con rabanitos y espinaca en corte juliana, acompañada de una mazorca cocida de maíz de grano grande, un camote de tamaño regular pasado al horno, una porción de guiso de garbanzos y tarwi con queso descremado en cuadraditos con tomate picado y una zanahoria en baño maría cocida. Los cuescos liberados tenían el olor propio de vegetales, muy similar al jugo de melón. Me estiré sobre mi cama y al salir de mi dormitorio, bajé las gradas para ocupar el baño para tener el vientre limpio. Al pasar luego por la cocina, saqué del mini refrigerador una botella de Kola Real negra mientras el sol de la tarde entraba por el pasadizo y se podía escuchar con mucha familiaridad los diálogos de los vecinos: conversaciones triviales: “¿Vas a lavar el auto?”, “acaba de llegar el pedido de la pizzería”, ·¿recogiste el recibo de luz?”, entre otro tipo de preguntas y conversaciones donde todos nos llevamos bien sin que necesariamente estemos pendientes de lo que haga cada familia del lugar donde vivo. La calle limpia que es aseada del polvo de las madrugadas desde muy temprano para luego ser regadas y, el silencio propio de las noches, por un momento me hizo dudar si acaso era recién de mañana y no de media tarde. Subí las gradas luego de salir de la cocina y entré a mi habitación mientras colocaba la botella de cola negra sobre mi escritorio, a un lado del ordenador, abriendo uno de los cajones de donde saqué los cigarros mentolados y acomodaba el cenicero mientras buscaba en You Tube algunos temas para escucharlos en mis audífonos a la par que quitaba el modo avión del celular para dejar sonar las llamadas de mis familiares. Habían varias llamadas perdidas de algunos amigos a quien pensé, les llamaría luego; había una llamada que me interesó en ese momento mientras roseaba con tres apretones en el spray del aromatizador a praderas de primavera, era de un viejo amigo que siempre está pendiente de mis contactos con las muchachas con las cuales hago el amor. Decidí llamarlo. Acaba de llegar de Lima y ha correspondido a tus preguntas por ella, me ha pedido que te llame para desear saber si quieres hacer el amor con ella hoy por la tarde. Claro, deja que termine de escribir lo que normalmente escribo por las tardes para mi Blogger y pueda así pasar por ella. Colgué el celular, no permitía que mi número llegara a todas las personas que conozco y mucho menos a las muchachas con las que tengo intimidad. Mi espacio de Escritor era así propicio para poder escribir sin que sea interrumpido, salvo por este amigo que pendiente de las veinteañeras que me interesan, suele llamarme como en estos casos, para avisarme de sus solicitudes. Luego de haber escrito unos 4 poemas, me di un duchazo de agua caliente asegurándome que no oliera a jabón de tocador, salvo el uso del desodorante sin olor para las axilas, el talco para los pies y, el champú de menta necesario para que mi cabello estuviera dócil al momento de peinarlo. Del ropero saqué uno de esos jeanes desteñidos talla 36, (no uso calzoncillos ni boxer’s por serme incómodos), un par de medias de algodón, una camisa a cuadros por estrenar pero lavada para evitar el olor a ropa recién comprada y, unas zapatillas cómodas para poder caminar en mi desplazamiento hasta donde están las muchachas que no besan. Acababa de llegar y ya quería estar conmigo. Habíamos hecho el amor varias veces y la última vez que tuvimos sexo, me dejó la grata sensación que su pericia en la cama acumuló destrezas y artes que motivaran la promesa de su llamada para cuando volviera de la capital. Como el sol era agradable, decidí no tomar ninguna movilidad y pasear de paso en mi trayecto por la ciudad hasta llegar hacia donde ella me esperaba sin duda, en ropa interior, con el sexo ya húmedo como la sé y, el deseo que fuera mía, que la poseyera una vez más. Había pasado casi un año desde que nos tratábamos, no pasaba de los 22 años y sus senos eran propios de los de una adolescente. Tenerla en diferentes posturas en la intimidad era un placer desde donde podía apreciar en plenitud toda su belleza, su piel rosada, sus amplias caderas y su estrecha cintura, ese cabello largo al cual suelo sujetar con fuerza o el deleite con su bello rostro, dulce, complaciente, lleno de placer, cuando es mía.
Al llegar al hotel, sentí y lo dije a voz viva: “aquí huele a orgasmos, ¡cómo me encanta ese olor!”. Ella se asomó desde otra habitación y alegre ante mi presencia me pidió un par de minutos para terminar de arreglarse. Fumaré entonces un tabaco mientras me desnudo y recuesto en la cama. Y así fue, doble el pantalón sobre la mesa de noche al igual que la camisa, la hora me impedía poner en modo avión el celular porque suelo recibir llamadas a esa hora que sí debo contestar y, prendí un tabaco mientras en el televisor de la pared de la habitación, pasaban un video de tres muchachas de la misma edad de ella, haciéndose el amor, percatando que una de ellas llevaba un sujetador con una imitación de pene que era usado para satisfacer a una de las muchachas mientras que la otra besaba a la que sometía. Eran imágenes lindas para mis ojos.
Y como me dijo, a los pocos minutos apareció abriendo la puerta, determinada a que la penetrara y nos quitáramos la revancha de no haber hecho el amor ambos por una semana y media. En ese lapso otras muchachas habían sido mías, pero con ella el sexo era muy bueno, me satisfacía saber que había aprendido a hacer el amor y que la conexión de nuestros cuerpos era cada vez más intensa.
Desnuda sobre la cama besé sus pezones y acaricié sus muslos mientras ella me miraba como solo miran las mujeres complacidas de hacer el amor con quienes son sus preferidos. Ya en pleno acto me confesó que una de sus fantasías era hacer el amor con 50 hombres en un solo día, cosa que me resultó muy familiar, porque eso normalmente les pasa a las muchachas saludables que disfrutan de su intimidad sin ningún tipo de prejuicio ni límite. No fue necesario cambiar de preservativo, usábamos los XXL que son los que más se ajustan a mi miembro viril, su derrier era precioso y era necesario darle unas palmadas para hacerle saber que me enloquecían como en efecto sucedía. En pleno orgasmo continuo de ella le pregunté cuándo se animaría a visitarme a mi apartamento para hacer el amor toda la noche. Quedará pendiente ello apenas podía contestar entre gemidos y más orgasmos. Sabré esperar decía mientras la embestía con ganas arrastradas desde la vez pasada, con ganas de hacerle el amor toda una noche sin parar, haciendo todo lo posible para convencerle que no era El Califa que mataba a todas las mujeres que poseía después de terminado el acto sexual como en Las Mil y Una Noches. Era inútil. Me decía una vez más que temía por ella, que las cosas que le decía le excitaban demasiado, que le gustaba hacer el amor conmigo, pero que se sentía más segura en el hotel que en mi apartamento,  que se había hecho toda una celebridad esas encerronas en mi habitación donde solo las más valientes iban a visitarme cuando se los pedía. Terminado el sexo, la muchacha que no besa verificó que una vez más no había eyaculado y que en el preservativo solo había líquido preseminal en abundancia. ¿Ves?, por eso necesito hacer el amor toda una noche para poder alcanzar mi orgasmo. Ya para ese entonces, las especulaciones sobre si me había hecho la vasectomía en torno al por qué tardaba muchas horas en eyacular habían sido descartadas por testimonios de otras muchachas que lograron que tuviera mi orgasmo. Nos dimos un abrazo luego que ella me complaciera ya en ropa interior desfilando para mí para mostrarme la totalidad de su bello cuerpo. Su cabello era largo y rubio. Sería necesario volver por ella. Me vestí, prendí otro tabaco y luego de acabarlo, salí para que me presentaran las nuevas muchachas que habían llegado. Es inútil, nunca me enamoraré, eso pensé al verla, la llamé, la vi bien, era blanca, de cabello medio corto negro, de pechos sugerentes y grandes y de mediana estatura, quiero que seas mía, ¿aceptarías pasar una noche conmigo en mi apartamento? Ella era sonriente y por lo visto, llena de entusiasmo por mi propuesta a la cual aceptó. Me dio su número personal de celular mientras que tocaba su cuerpo de nalgas duras y firmes, bien formadas y precisas para el amor. Eso pensé minutos después en un café donde ordené una cola negra con hielo. ¿Yo un Califa? Calé mi tabaco, sin duda la muchacha sentía mucho conmigo al momento de hacer el amor, quizás era eso, que sentía amor.


Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor

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Julio Mauricio Pacheco Polanco




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