LO QUE NO TE DIJERON DE LA PÁGINA EN BLANCO






Porque es agradable sentir el sonido de las teclas como si se tratara de la verdadera melodía. A veces hay pausas y otras veces un compás inédito donde los ritmos solo saben seducir el alma, la inteligencia, las emociones, lo que más te parezca, pero en realidad no estoy escribiendo con tal fin este relato. Tengo muchas cosas en mente como muchas personas, más allá de cualquier consigna o dogma, doctrina o pensamiento donde se imponga el pensamiento de otra persona, nada me alejaría tanto de la literatura como tan  infame propósito. Porque no es suficiente tener las cosas en claro, saber hacia dónde va el mundo o cómo son las personas, si es que detrás de cada frontera hay muchas maneras diferentes de entender la vida o las leyes se basen en experiencias que para algunas personas sean necesarias y para otras, inevitables aprendizajes para poder vivir, así sea en silencio o soledad, lejano a las mentiras o las eurekas que entiendo, son manifestaciones del ego o de mentes perturbadas por un mundo perturbado en el que el ser humano tiene menos valor que el dinero. Porque no creo ser el único que piense o filosofe sobre cuestiones que se olvidan por presiones diarias u órdenes donde la libertad no existe. Puedo decir de las páginas en blanco muchas cosas como todos: una realidad alterna desde la que se expíen nuestros más horrendos temores o, una fantasía donde la vida debió ser como la mayoría quiso; así, hay autores para cada edad o preferencia, como de igual forma, hay discursos para unos y otros, sin importar si sean sinceros o no, que en estos 47 años  me es muy normal ver otorgar reconocimientos convenidos, porque a los escritores les da miedo quedarse fuera de las librerías, los círculos donde algo deben decir, lo que sea, pero algo que les haga sentirse presentes, que les haga sentir que existen, así sea por unos breves años, meses, semanas o para la foto que será archivada en ese álbum que sirva para las otras noches, cuando se es nadie, cuando se hurga en la memoria de todos y el hombre se enfrente al aborrecido “yo”, ese tan odiado yo, que es consecuencia de obediencias que solo sirvieron para llenar un espacio llamado: identidad o, dicho de otra forma: pienso lo que él piensa, porque yo no pienso o lo que pienso es demasiado tonto como para que me sienta aceptado como alguien que piensa por sí mismo. Y sin embargo, las preguntas siguen allí, entre un pedazo de pan, una taza con té, una mujer para amar o una mujer para dejar, un tabaco que marca el espacio de los que pueden tener un espacio sin que nadie les moleste o, un tema de conversación desde una ebriedad en la que se concluye lo tan poco inteligente que se es. Y te ganará la vida, porque en menos  que te des cuenta, empezarás a abortar o a aceptar que tienes responsabilidades, que nada se sabe cuando los niños se empiezan a hacer preguntas o, cuando te das cuenta que si estás frente a la página  en blanco y no tienes nada qué escribir, es porque tu aburrimiento solo te lleva hacia un profundo yo vacío que te aterra, porque sabes que no hay nada dentro de ti, nada, salvo eurekas o discursos que otros ya dijeron hace siglos, soportando la frustración de saber que no hay aporte o contribución con tu literatura, si es que ahora estés bebiendo o consumiendo drogas, para pensar lo que te revele al menos una frase que nadie antes haya escrito, una visión que supere la mejor de las ficciones o, el trauma de haber leído miles de libros y sepas, ello te impida escribir un párrafo de pocas líneas, si es que te estás empezando a fijar en tu gramática, en cómo se te leería en otros idiomas si es que piensas bobamente que vivirás de la literatura y, que serás un éxito en muchos países de muchas lenguas diferentes. Porque un libro de 1,000 páginas son muchas horas que bien pueden ser usadas para tener sexo, para cantar canciones o bailar o reír con tus mujeres, (si es que tienes mujeres), o con tus amigos, (si es que tienes amigos), o con el descanso de un largo día de trabajo donde al ver ese libro de 1,000 páginas, no te importe si el autor diga algo entendible sino, te induzca ese esfuerzo, digámosle, intelectual, para dormirte de aburrimiento. Pero para los escritores el aburrimiento es otra cosa, es el encuentro con la voz interior, sea con luchas sociales de las que aún no se ha desengañado, o tal vez con la historia aún no escrita que debería decirnos de otra manera qué es el ser humano, descifrado, comprendido por fin, muy distante de la palabra: enfermedad, algo tan cotidiano de lo cual hace siglos no salimos. Pero no, el aburrimiento te derrota y vas tras un libro, piensas en algo que te parece interesante, una anécdota que sí sea extraordinaria, algo que sane el alma por unos minutos, que le haga sonreír al lector o al que escribe, un momento de paz en medio de batallas constantes donde la vida no era como la creíamos cuando éramos niños. Pero no, te rindes finalmente y borras todo lo que has escrito, sales a la calle y te mientes una vez más, vas al recital de poesía con el libro que con tu propio dinero has impreso y lees, lees algo que no sabes entender ni tú mismo para sentenciar que es arte, que el arte va más allá de lo inteligible y que por eso somos humanos, sabios, diferentes a los animales, porque podemos usar la palabra de muchas maneras, si es que ya es suficiente con tener la palabra, sin reparar que La Palabra es un acto sagrado, una invitación al futuro que se pierde segundo a segundo. Y entonces te das cuenta que no tienes nada qué decir, que te has repetido como miles de autores, que contigo la literatura no ha ayudado a evolucionar al ser humano y solo sientes la necesidad de ir al baño y excretar todo lo que has comido durante el día, si es que ese alimento ha sido placentero, si es que puedes hablar de la paz sin conocerla, si es que ese tecleo melodioso en la noche te sea agradable cuando estás frente a tu aburrimiento y la página en blanco, mejor dicho, si es que lo que escribas haya valido la pena el tiempo invertido, si acaso es mejor hacer el amor, bailar, viajar, o eso que tú prefieres que es beber y drogarse, sin que necesariamente sea una generalización sino, un hábito aprendido, para no sentirte solo, ante ti mismo.

Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco

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