UN HOMBRE SOLTERO PARTE IX
¿Necesitas algo, Mauricio? Pues
sí, estar solo un momento, calar mis tabacos mentolados y beber mi KR Limón de
3 litros. A la orden una muchacha de senos XXL y unas caderas espectaculares,
mostraba el rostro del goce, debajo de una malla negra muy sexy, muy deseable.
¿Eres tú la que sigue? Su rostro era feliz. Descansa. Se acomodaba el sostén
con sus manos de manera inútil, eran muy grandes sus senos, llevaba el cabello suelto,
también rubio y en un movimiento casi felino pude ver una cintura al alcance de
mis manos llenas de una tentación donde los hombres saben de la ruina, de las
penas más amargas, esos llantos solitarios donde gobierna el delirio o la
locura. Descansa volvió a decir, sí, soy yo la siguiente. He hizo el ademán de retirarse de la
habitación para dejarme soñar con ese derrier al cual sometería en breve a mis
anchas. Era alta y desigual, toda una aparición angelical. El olor de su sexo
era el de una muchacha de 20 a 22 años. Tienes razón, tengo 22 años. Espero la
misma rapidez mental para cuando hagamos el amor. ¿Quieres unos cubos de hielo?
Es una buena idea. No, no para tu KR Limón, sino para tu cuerpo. Me agrada la
idea y tu iniciativa, ¿me dejas solo unos minutos?, necesito espacio para mí. No
te haré nada, solo déjame sentarme en un costado de la cama, guardaré silencio
y no me moveré para no distraer tus pensamientos, prometo ser sumisa, esclava. Estás
pidiendo mucho, porque lo que pides se llama Amor y eso no busco yo. No sabes
de nuestras aburridas vidas, no todos los días tenemos un toro entre nosotras,
déjame sentirme puta por una vez en mi vida, pero una puta de verdad. Cerré mis
ojos mientras le ordenaba abrir la puerta de la habitación para ver desde el
balcón el color del cielo. Se podía sentir el barullo de la calle y
las conversaciones tontas de las personas caminando. Puedes empezar con el hielo.
¿Cómo lo deseas? A tu libertad. Calaba mi tabaco mientras bebía con
desesperación del agua de soda. Mi cuerpo era un infierno literalmente
escribiendo. Ella tomó un cubo de hielo y empezó a pasarlo por mis labios
secos, propios de los de un desierto sin agua, a elevadas temperaturas. ¿Deseas
la violencia del viento en tu rostro, no? No solo en el rostro cariño, en todo
el cuerpo. Ven, hay una habitación especial ignorada por ti y precisa para el
tipo de hombre como tú. ¿Tantos años con ustedes y recién me entero de
atenciones diferentes? Estás con una profesional, cariño.
Salí desnudo de la habitación
pasando por un pasillo donde un grupo de muchachas gritaron asustadas y llenas
de una curiosidad no conocida para mí, corrían hacia su habitación mientras
entre ellas se tocaban y reían con un alborozo proporcional al de las ninfas
cuando vieron a un dios del amor. No les hagas caso, ya serán tuyas en su
momento, no sabes quiénes están tomando los primeros vuelos hacia Arequipa solo
para hacerte el amor. No es para tanto. Ella no habló más, me tomaba del
miembro viril para guiarme hacia otra habitación donde percaté una cama
recubierta con cientos de cubos de hielo. Puedes recostarte aquí. ¿Y esto dónde
lo aprendiste? Viajé por el oriente hace unos años, cuando quería saber sobre
el amor entre hombres brutos y sabios y callejones donde la vida no vale nada. Sus
manos fueron depositadas por unos minutos sobre los cubos de hielo en los que
estaba yo recostado. Las puso sobre mi miembro viril. Entonces, ¿te sientes
mejor así? Normalmente no me gustó nunca que jugaran con mi escroto, pero esos
dedos eran una delicia. Después de muchos meses la paz llegaba a mí de una
manera desconocida y agradable. Me excité de nuevo al ver cómo ella introducía
varios cubos de hielo por su vagina hasta dejarlos dentro de su útero. ¿Quieres
hacerme el amor sin tener piedad? Me sonreí, estaba calando mi tabaco
mentolado. Estiré una mano para alcanzar sobre una pequeña mesa unas uvas
heladas, algunos trozos de sandía y unas tiras de pulpa de mango igual de
frías. El amor, Mauricio, es una ciencia y un arte a la vez; no pretendo nada,
solo hacerte mío. Mis ojos laxados buscaron otros significados para con la
vida, ¿es así la vida de los demás hombres en esta ciudad, en alguna parte del
mundo? Sí Señor Escritor, lo es, pero solo para pocos, los privilegiados
tuvieron iniciaciones crueles, no todos superaron esos rituales. Espera, no
deseo tener hijos. ¿Y si fuera una muchacha de 22 años muy adinerada ajena a
este mundo de hoteles y citas? ¿Me quieres decir…? Sí, no trabajo aquí, soy una
sementera, ¿habías oído hablar solo de nosotras en los libros, no? Es un error,
cometes un error, no deseo tener hijos con nadie así sean muchachas muy
adineradas. Tu destino te ha dado licencias especiales sobre todas las mujeres poseídas
pero, tu simiente debe prolongarse, perpetuarse en vientres de quienes anhelan
varones lujuriosos, masculinos y muy amantes de las mujeres. Calé con más
intensidad mi tabaco mentolado mientras sentía un relajamiento total en todo mi
cuerpo. La energía sentida era total, recorría todas mis venas a velocidades
inauditas, era un Nirvana. Olvídalo, no haré el amor contigo bajo esas
condiciones. Ella se sentó a mis pies mostrándome toda la belleza de su cuerpo,
ese magnetismo era novísimo para mí, pero otra cosa era tener un hijo con una
desconocida. Descuida, Mauricio, ya tengo lo que necesito. Puedes descansar. Es
todo por hoy, quédate el tiempo deseado, nadie te molestará. En ese momento
pensé en mi simiente en el preservativo, no lo había botado por el wáter. Ella me
sonrió y antes de marcharse por la puerta me preguntó: ¿es cierto eso? Qué. ¿Te
ibas a enfrentar a un millón de hombres? Pues sí, es cierto. ¿Y sabes que no
fue delirio, que fue verdad? Y sin decir más nada, cerró la puerta mientras me
recuperaba de la experiencia y me daba una ducha española. Era suficiente por
el día. No me despedí de nadie, vestido caminé por las calles un momento como
quien recorre la ciudad por primera vez. Tuve ganas de dormir. Tomé un taxi y
llegué a mi apartamento de soltero. Caí desplomado sobre mi cama. El sueño fue
plácido. Me sentía en el cielo.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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