UN HOMBRE SOLTERO PARTE VIII
Está esperándote en la habitación
que da al balcón. No fue necesario decir más nada. El aroma a incienso me fue
muy familiar, era como retroceder en el tiempo de otros años cuando buscando la
inspiración para mis escritos y los conocimientos requeridos para la literatura
de los amantes de hoteles, encontraba muchachas de diferentes edades a las
cuales la palabra límite en los lechos no les causaba temor alguno. 19 años,
esa edad donde el amor es importante. Una experiencia inevitable, difícil de
evadir. Abrí la puerta, ella estaba de pie contemplando el ir y venir de las
personas desde la puerta, era un día común y corriente para ambos, un día donde
ella sabía más de mí, volteó, me sonrió y me pidió por favor que encendiera la
luz; habían dos focos, el de luz blanca intensa, fuerte, necesaria para ver con
claridad la blancura de su rostro, su piel, esos senos bien dotados, hechos
para mi bienvenida de soltero, de hombre errático y urgido de placeres en
nuevas mujeres; había otro foco, de luz roja al cual prendí primero para
visualizarla al rojo vivo, en carne ardiente, seducida por mi leyenda,
sintiendo el olor excitado de su sexo. Olvídalo, prefiero el de luz blanca. Sabía
de esa elección, tienes 47 años y aún no te ha dado una venérea o quizá, la has
resistido sin saberlo. Su cabello era rubio al natural, lo corroboré cuando
ella desnuda sobre la cama, luego de ordenarle echarse boca arriba, fuera
sometida a una auscultación para verificar si estaba sana. Sus labios vaginales
eran hermosos y los sentí diferentes, novedosos. Los abrí, metí dentro de ellos
uno de mis dedos para verificar un olor sano, de adolescente de 19 años, sin
infección vaginal alguna. Botaba un líquido parecido al de la clara del huevo. Estaba
ovulando. Había olvidado cómo colocarme los preservativos. Le ordené ello
haciendo hincapié en la seguridad de estos. Eran látex resistentes y con fechas
de caducidad de aquí a dos años, limpios, nuevos, sin agujeros, de talla XXL. La
pericia al momento de colocarlo me hizo sentir feliz, dueño de mí mismo otra
vez, remontándome a esos años donde no se necesitaba dialogar sobre temas ya
agotados y me encaminaban al lugar donde pasé buena parte de mis escritos. Se llevó
a la boca el preservativo y en pleno felatio lo puso en mi miembro viril erecto
hasta donde llegaba su garganta, mayores intentos la dejaron con los ojos
llenos de lágrimas, unas atragantadas donde tosió botando saliva espesa por su
boca mientras veía su rostro nacarado volverse rojo. Utilizó esos dedos largos
y finos para terminar de estirar el preservativo en mi miembro dejando apenas
un par de centímetros en libertad para comodidad mía. A la siguiente orden,
ella estaba dispuesta a todo. Mis manos fueron a tomar sus senos, mis dientes a
rosar y sujetar sus pezones endurecidos, crecidos y de sabor diferente, estaban
calientes a la par de mis dedos, mis manos, recorriendo su vientre, jugando con
mis uñas en el hacer surcos por su piel cada vez más caliente hasta llegar a su
cabeza y sentirla con fiebre, esas fiebres de los orgasmos. Apuré entonces mis
deseos de sujetarla de los cabellos, de tomar su cabeza entre mis manos para
aprisionarla sin temor a dañarla, lastimarla, ella me complacía, se dejaba
llevar al pedido de cerrar sus ojos, de meter los dedos de mi mano derecha en
su boca, de ordenarle succionarlos, de tomar su quijada con fuerza para dejar
marcados mis dedos en su rostro. Ella empezó a gemir.
La empecé a penetrar. Entonces no
pudo evitar hacer esas viejas preguntas de rigor. ¿Por qué terminaron? Dejamos
de atraernos. Pero, ¿4 años no es una atracción demasiado fuerte? Me daba sexo
todo el tiempo a voluntad mía. Eso hacemos nosotras contigo Señor Escritor,
¿qué la hizo diferente? Su hermenéutica. ¿Qué? Leyó bastantes libros y le
gustaba también debatirlos en el sexo como a mí, nunca el sexo nuestro fue una
competencia, era hacer el amor con Hesse, o Bukowski, juntar a todos los
autores en nuestra intimidad y filosofar sobre ellos. ¿Eso es sexo o amor? Solo
nos dimos cuenta cuando la atracción se había acabado, era amor, pero el amor
nos duró un mes de tertulias concluyentes donde ambos excitados ya no
deseábamos más sexo, sino evitar la nostalgia de lo compartido. ¿Entonces por
eso terminaron? Sí, entendimos nuestras atracciones como una necesidad cuando
ya nada teníamos para decirnos. Todo lo dicho empezó a ser repetido y al darnos
cuenta, no quisimos estropear nuestro lindo amor, así nos dimos cuenta del adiós
evitado pero sobreentendido. ¿Sin dramas? Nuestras atracciones hacia el sexo
opuesto mantenían nuestra libido y percatamos los errores del pasado en otras
experiencias para no cometerlos, recuerda que fueron 12,000 polvos. Se cansaron
entonces el uno del otro. Pues sí, con mayor lucidez jamás pudo ser dicho
mejor. ¿Y no la extrañas? No. ¿Y ella a ti? Tampoco. ¿Cómo lo sabes? Porque lo
sé todo de ella. Eso no significa nada. Significa estos orgasmos de ahora
contigo y con las nuevas muchachas a ser mías y el placer de ella con otros
hombres. ¿Y sin celos? El amor, cariño, a mi edad tiene otra forma de ser
entendido. Ella me miró a los ojos con detenimiento y empezó a estremecerse
entre mis brazos posicionados debajo de su espalda permitiéndome tenerla muy
pegada a mi pecho estando yo sobre ella. ¡No quiero volver a hacer el amor
contigo! Descuida, no repito de muchachas al momento de amar y, no lo tomes
como algo personal, pero te estoy pagando, no prometiendo amor. Pero las
trabajadoras sexuales también nos enamoramos. Saqué uno de mis brazos
posicionado debajo de su espalda y jalé con fuerza su cabellera acomodada a su
lado izquierdo. Es un riesgo asumido por todos, no solamente por ti, el amor,
querida, es un peligro que asecha en todas partes.
Y tuvimos un orgasmo múltiple.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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