UN HOMBRE SOLTERO PARTE XVIII
Entonces soñé que estaba con
ella, no sabía precisar cuál de todas era o si no la conocía, solo sabía que
era ella. El cielo se abría de un lado para el otro y los mares no juntaban sus
aguas a pesar de tocarse, habían paisajes no conocidos ni por los autores de
imaginación y conocimientos más estupendos o magníficos, era una parte del
mundo desde donde se podía apreciar al tiempo y supuse estar con ella en la
eternidad. Al ver sus ojos entendí que tenía un miedo vencido por la voluntad y
la demora de la felicidad, mejor dicho, estaba enamorada como solo se ha amado
nunca, es decir, era un amor de ficción, imposible para la realidad y, era sin
embargo el amor buscado por todas las muchachas y mujeres. El universo visto
desde allí, donde el día y la noche eran apreciados a la vez en el degradé
donde de un lado triunfaba el sol y en otro reinaba la luna, me quiso tomar de la
mano pero no podía hablar, el olor era el de ella y así las selvas, los océanos
y los nevados como los desiertos tenían ese olor, repito, de ella, era el olor
a su sexo ardiente, un olor perpetuo que se metía por todos los rincones de
manera vencedora y sus labios me recordaban los mejores manjares a probar como
los licores más exquisitos que me negaba a probar. Entonces mi voz resonó como
un eco hacedor en medio de todo y le señalé en el brillo de su mirada el
reflejo de la vida y el sentido de ésta. “Todo esto es mío y puede ser tuyo”. Ella
empezó a llorar de manera irremediable, ella no quería todo lo que mis manos
señeras abiertas hacia la totalidad existente entregaban. “¿Entonces lo que
quieres es mi corazón?”. "Pero si a nadie amas", finalmente dijo. “¿Y quién dijo
que debía amarte?, tu deber es solo amarme a mí, entregarme tu amor
inclusive en los momentos donde pierdas la razón o noción de la realidad”.
Y se hicieron las melodías y el
misterio de éstas, la magia de escuchar las composiciones inéditas de un verbo
donde se tiene la certeza de estar sobre los cielos existentes y nada era más
ideal, mientras las estrellas brillaban de manera feroz, cegando los intentos
de querer conocer los enigmas de esos orígenes de donde provengo. “¿Eres el
Dios Desconocido?”. “No, soy el emisario del amor y el que debe enseñar lo no
permitido a las creaturas elegidas, muchas han sentido mi incapacidad para amar
y debo explicar sus equivocaciones, yo no nací para amar, nací para ser adorado
y ser amado por las muchachas o mujeres elegidas para los sacrificios hechos en
nombre del placer, ¿no es eso lo único pedido para soportar el tedio, el sopor
o el hastío, el absurdo de no saber qué hacemos aquí?”. “Pero yo quiero tu corazón, quiero ser la
única amada por ti”. “¡Detente, no sigas en tus promesas!, las he escuchado
todas, sé de la manera para tu felicidad inagotable: amarme, solo amarme,
porque cuando me entregues tu alma todo tendrá sentido y habrás alcanzado las
verdades ocultas ante las demás mujeres, eso es suficiente”. “¿Me ofreces lo
inabarcable por mis ojos a cambio de mi alma sin derecho a ser amada por ti?”. “Te
ofrezco la felicidad y el tiempo que dure en aún estar viva tu alma bajo mis
posesiones, el infierno es un largo camino penitente para las muchachas aquejadas
por el desamor, pero en cada una de ellas, detrás de su purgar, que debo
advertir, es eterno, solo veo en sus ojos, cada vez que me aproximo a los
infiernos, amor, amor y más amor hacia mi ser, ¿me dirás entonces que es eso lo
más ansiado por tu cuerpo y alma?”. “Yo no quiero nada de este universo sin ti,
quiero el universo a tu lado”. “Me tendrás siempre a mi lado, porque soy alguien
imposible de ser olvidado más allá de los tiempos donde la memoria de todas mis
mujeres es mía, ¡mírame a mis ojos y dime entonces si deseas solo amarme!, solo
prometo estar en ti hasta la llegada del juicio final y el día de las causas
restituidas; mi destino es hacer mías a las mujeres carentes de amor, ¿quieres
amor?, dame tu alma aquí, en medio del universo, donde triunfo y reino yo”. “¿Y
a cambio padeceré el infierno y la soledad?”
El sueño fue bruscamente
interrumpido por una polución donde pude por fin ver el rostro de ella, era el
rostro de una mujer a quien nunca había visto, el olor de su sexo era
diferente, intenso y perpetuado para mis memorias. Estiré mi brazo para
alcanzar la mesa de noche para tomar un cenicero y prender un tabaco mentolado.
¿Era el amor a quien dejaba ir?, ¿ella era la muchacha que aseguraba la
confianza infinita?, era solo un sueño, tomé lo poco que quedaba de los 3
litros de zumo de melón y me dije sin perder la impasibilidad: hay que asear
esto, ¡es bueno volver otra vez a mi apartamento de soltero! Y así fue.
Julio Mauricio Pacheco Polanco
Escritor
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Julio Mauricio Pacheco Polanco
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